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Inés Rojas perdió todo y ahora cuida una chapa

vendedores callejeros

Atendía su kiosco frente a la Enet 2. El local de lata es uno de los que demolió la Municipalidad.




La misma topadora que había derribado su local de chapas, levantaba los restos que habían quedado en el pasaje García. El ruido de la pala mecánica contra el pavimento obligaba a Inés Rojas, de 68 años, a levantar su voz, cansada, para que se la escuche: “¿Por qué no me avisaron, aunque sea, así sacaba las cosas?”, dijo y se quedó en silencio mirando a la máquina.

Inés Rojas dijo, también, que hace más de veinte años que vende golosinas en esa cuadra. "Estoy de antes que esté el colegio yo". Y que, incluso, los días de lluvia y mucho frío, llegaba tempranito, como llegaba siempre, como llegó hoy.

Pero hoy no fue sólo un martes más. Entre los 15 puestos que destruyó la Municipalidad, estaba el suyo. Y ella se lamenta: “Estaba lleno el carrito. Y ahora no tengo nada. No tengo nada hoy. Y no tendré nada mañana ¿qué voy a hacer mañana? Con mi edad, me quedo sin trabajo”.

El desalojo fue ordenado por la  municipalidad a partir de una medida decidida por la justica.

A sus pies, el chaperío de lo que fue su local. En su mirada, la máquina topadora, atrás, y un montón de hombres y mujeres, policías, adelante. La cuadra está extraña. Y en su voz la desazón. Sí: ¿qué va a hacer mañana?

Ella vive de esto, al igual que los demás puesteros. Un día que no se trabaja, es un día que no se tiene para el pan. Ni para los cuadernos si se tiene hijos. Ni para caramelos. Ni para los remedios, ni para el abrigo si hace frío, ni para pagar la luz, el agua o el teléfono. Ni para los puchos si se fuma.  

“Esa señora es la que más va a sufrir todo esto, tiene familia enferma”, dijo uno de los hombres que anda por ahí. “Aquella señora, la del kiosquito, pobre ella, esta viejita además de todo”, dice una de las mujeres que renegó frente a la cámara de televisión porque le destruyeron el negocio a otra señora, su mamá.

Con los ojitos preocupados, un pañuelo en el cuello para cubrirse, una riñonera para llevar sus pesos y las zapatillas rojas de lona. Inés cruza la calle y se agacha para levantar una chapa. Uno de los manifestantes le chifla, indicándole algo. Ella responde, como una leona:

-¡Es mía! le grita. Y entonces vienen otras mujeres y la ayudan a levantarla.  La llevan donde estaba su local. La chapa es pesada y gris. Y es lo único que le queda.