Pocos seres causan tanta aprensión como los murciélagos y nadie sabe cómo afrontar un encuentro inesperado con estos animales ¿Cómo actuar sin caer presos del pánico? La verdad acerca de los vampiros en Tucumán.
Era una jornada como cualquier otra en Barrio Sur. La tarde se apagaba silenciosa en el horizonte más allá del balcón de mi departamento en el último piso y nada hacía prever que el terror se colaría por alguna rendija o por la ventana entreabierta. No sé cómo entró ni por dónde, pero su presencia rompió la calma cuando me encontraba frente a la computadora. La caída de un cuerpo contra el piso y un batir pesado de alas me despegó de la pantalla. La reacción, automática, instintiva, visceral, fue un grito estridente que seguro sembró pavor en el consorcio; un grito seguido de una puteada al aire, a la nada, posiblemente un “uh qué culiao”; como para exorcizar el miedo y familiarizarse con lo desconocido. El ser que habitaba en la misma habitación que yo no cumplía con ninguno de los cánones de belleza establecidos: orejas grandes, ojos negros hundidos a los costados del rostro, alas negras como paraguas, cola de ratón, dientes y pelos. Tampoco gozaba de buena fama. Desde la edad media que se lo asocia a la brujería y al horror. La literatura y el cine han contribuido a la construcción de un mito que tiene en Drácula a unos de sus exponentes más famosos. Más acá en el tiempo, cómo si no le faltaran estigmas con los cuales cargar, se le atribuye el origen del coronavirus que tiene en vilo a la población mundial. Por su exótica fisonomía, por su historia, por todo lo que se cuenta de él; un murciélago es una representación del mal. Eso, al menos, dicen las malas y mal informadas lenguas.
El primer impulso ante lo desconocido es de huida o de violencia. Ambos, murciélago y yo, optamos por el escape. Imposibilitado de volar, se desplazaba con torpes movimientos cuadrúpedos que lo llevaron hasta el balcón. Una vez cerrada la puerta, suspiré aliviado, aunque, fascinado, no pude dejar de verlo desde mi lado del vidrio; esa barrera transparente que nos resguardaba a cada uno del otro. Aunque la sensación de pánico no había abandonado mi cuerpo, era evidente que el animal se había llevado el peor susto. No era precisamente pequeño y no parecía nada cómodo con su andar terrestre de una punta a la otra del balcón. Hasta que se aproximó a la puerta y empezó a arañar el cristal como un gatito que pide que lo hagan pasar. Pero no era ni un gatito ni un perro y su presencia en el departamento me enfrentaba a un dilema: ¿Qué hacer con un animal al que no me animo a tocar ni, mucho menos, quisiera matar? Ambos, murciélago y yo estábamos atrapados.
Como nombrar el miedo es una forma de convivir con él, le puse Bruno. Norberto Giannini, doctor en ciencias biológicas e investigador del CONICET que trabaja en el Instituto Miguel Lillo, me explicará después que Bruno pertenece a una de las 28 especies de murciélagos que se han detectado hasta ahora en Tucumán (hay más de 1400 especies en todo el mundo y 67 habitan en la Argentina). Me dirá que se trata de animales silvestres que deberían vivir en la naturaleza, pero en las ciudades encuentran refugio y también alimento: los millones de insectos seducidos por las luces del paisaje urbano son su banquete cotidiano. Un murciélago como Bruno que, a ojo, pesa alrededor de 20 gramos, puede comer la mitad de su peso por día en insectos. Otras especies más chicas comen diariamente hasta su propio peso en bichos.
“Todas las especies de murciélagos del país son nativas y son parte activa e importante de los ecosistemas naturales y también de agroecosistemas y medios urbanos. Como tales merecen nuestro respeto, pero sobre todo se debe tener en cuenta que son sumamente beneficiosos como controladores de plagas de insectos, por ejemplo, de orugas del maíz ya que los murciélagos cazan enormes cantidades de polillas antes de que pongan huevos en esos cultivos. Además, otras especies de murciélagos comen frutas del bosque y dispersan semillas de plantas pioneras, así que están en la primera línea de la restauración natural de los bosques nativos. Es necesario controlarlos cuando establecen colonias en viviendas, pero el manejo de estas situaciones debe ser humano, igual que hacia otros seres vivos”, explica el especialista.
¿Qué hacer entonces con el murciélago? Por lo pronto, lo recomendable es no tocarlo. Primero, porque pueden morder y eso queda en claro cuando, al día siguiente, al sentir mi presencia, Bruno abre muy grande la boca dejando al descubierto sus dientes pequeños, pero amenazantes. Está claro que sigue asustado y busca defenderse. Segundo, porque son animales que pueden llegar a transmitir rabia y otras enfermedades. “La rabia es el principal problema sanitario relacionado con los murciélagos, aunque no el único. La rabia es un tipo de lyssavirus transmitido principalmente por vampiros (murciélagos que se alimentan de sangre), pero también presente en otros murciélagos y en muchos mamíferos silvestres como zorros y zorrinos, entre otros. Es importante saber que todos los murciélagos pueden tener rabia y otras enfermedades y, por lo tanto, no debemos exponernos a una dolorosa mordedura”, explica Giannini.
Bruno, enojado, muestra los dientes.
En la web del
Programa de Conservación de Murciélagos de Argentina (PCMA), hay una serie de consejos a seguir en caso de que uno de estos animales irrumpa en nuestra casa. Si el murciélago entra volando, se recomienda cerrar las puertas que comunican a otras habitaciones y abrir bien las puertas y ventanas que dan al exterior. Apagar la luz, salir de la habitación y esperar con paciencia a que se oriente y encuentre la salida. Mientras que si el murciélago está quieto, una forma de sacarlo es envolviéndolo con una toalla y agarrarlo con un guante de cuero (para evitar que muerda la piel). Una vez atrapado, dejarlo en una superficie exterior fuera del alcance de mascotas o vecinos. También se los puede agarrar con un balde o con una caja para después dejarlo en un lugar donde pueda recuperarse. Según advierten en la página,
los venenos y sustancias para espantarlos son ineficaces y peligrosos para las personas. Además, su uso suele producir que estos animales vuelen atontados o caigan al piso moribundos y así aumenta la posibilidad de que entren en contacto con la gente o con las mascotas de la casa. Tampoco se conocen resultados exitosos con el uso de artefactos de ultrasonido. Lo más recomendable para que no se instalen colonias de murciélagos en las viviendas es tapar los recovecos de la casa donde puedan llegar a anidar.
Bruno en libertad.
Con la ayuda de Dolores, una amiga bióloga, logramos con mucho cuidado meter a Bruno en una caja y llevarlo hasta un árbol donde pueda recuperarse. Los murciélagos necesitan colgarse para poder emprender vuelo por lo cual es recomendable buscar una rama que esté a más de dos metros de altura del piso o bien un borde elevado. Así, Bruno dejó de ser una amenaza, la representación de un miedo atávico y el malvado de las películas de terror. No es precisamente una tierna mascota para acariciar, pero tampoco un monstruo alado con sed de sangre humana.
Los vampiros tucumanos
La pregunta que muchos se hacen es si los vampiros existen en el mundo real o son sólo un mito creado por la saga del famoso conde Drácula. La respuesta es que sí existen y los hay en Tucumán. Según explica Norberto Giannini, existen tres especies de vampiros, es decir, murciélagos que se alimentan de sangre. Estas tres especies son sudamericanas. De ellas, dos se alimentan de sangre de aves y sólo una de sangre de mamíferos. Esta última, que se conoce como vampiro común, vive en distintos puntos del país y, particularmente, en nuestra provincia. De hecho, en la zona de El Cadillal se encuentra una de las colonias más numerosas. Se trata de murciélagos de tamaño intermedio que pesa un promedio de 40 gramos y tiene un largo de entre unos 80 y 100 milímetros. Una de sus particularidades fisonómicas es que tienen menos dientes que otras especies de murciélagos, pero posee los incisivos y caninos como hojas cortantes. Además, no tienen cola y son capaces de caminar en el suelo con soltura.
“Los vampiros son animales altamente especializados en su dieta y son raros en ambientes naturales donde se alimentan de sangre de mamíferos silvestres, pero en todo el campo del norte argentino -donde escasean los mamíferos silvestres y abunda el ganado-, los vampiros son muy comunes. En general, los vampiros no atacan humanos y sí atacan animales domésticos, especialmente el ganado, y pueden causar grandes pérdidas económicas si los animales no están vacunados. El vampiro común prefiere cuevas o cavidades grandes para pasar el día. Es muy gregario y puede formar colonias grandes. En las colonias, se comparte mucho: espacio, protección y además la comida. De hecho, cuando algún vampiro no ha podido salir a comer o no ha encontrado presas, lo alimentan aquellos que si han tenido éxito esa noche, es decir, los que encontraron y pudieron sangrar a algún mamífero grande”, cuenta el especialista para dar cuenta de que, aunque chupasangres, se trata de animales solidarios.
¿Qué hacer si un murciélago entra a la casa? mirá el video: