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Apu, el kiosco que la ayudó a terminar Medicina, amenazado por topadoras

Polémica

La historia de Analía es una de las tantas que está unida a la de los puestos que ayer fueron destrozados por una orden municipal. El de su madre se salvó, pero otros no corrieron la misma suerte.

Apu, uno de los puestos que se salvó de las topadoras que arrasaron con los kioscos de El Bajo. Foto: cortesía de Analía Velázquez Kanka





A Ana Kanka, dueña del kiosco Apu, de El Bajo, los chicos de la escuela de de la zona le dicen Manjula –que es la mujer de Apu en Los Simpsons-. Llegó a Tucumán cuando tenía 23 años. Su puesto de lata, como los de los demás comerciantes de la zona, fue amenazado por las topadoras que llegaron y que le pasaron por encima a algunos negocios. El  de ella se salvó porque sus clientes del ex Predio Ferial la defendieron.

Analía Velázquez Kanka es su hija. Está en Buenos Aires, haciendo una residencia en Medicina Familiar en el Sanatorio Güemes. Ella trabajó en el kiosco, al igual que sus hermanos. Está preocupada. Su mamá le dijo que se están organizando para cuidar lo que quedó después de que las topadoras aplanaran algunos puestos.

Si Analía tiene que explicar qué significa Apu para ella, lo puede resumir sin demasiado esfuerzo: “Significa trabajo y sacrificio, porque vos ves el kiosco simpático, pero detrás está mi vieja comprando la mercadería, buscando precios, persiguiendo ofertas. Mi hermano ayudando con las cosas que son pesadas;  mi hermana yendo un ratito a la siesta para que mi mamá descanse. Y es así, laburo todos los días. Y sustento, obvio, porque cuando no hay clases en la escuela, o cuando hace mucho frío, se siente”.

“Yo ahora estoy viviendo en Buenos Aires, haciendo mi residencia. Cuando hablo con mi mamá, siempre le pregunto por el kiosco, porque es una preocupación, saber si va bien o no”, comentó acerca de la fuente de trabajo que le permitió terminar la carrera de Medicina y viajar a Buenos Aires para hacer su residencia.

“En verano aprovechás noviembre y parte de diciembre antes de que terminen las clases y el tiempo de calor para vender lo más que se pueda, porque enero es una desolación, directamente no abrís”, detalló.

“A principios de febrero, cuando los chicos van para los recuperatorios, las previas, ahí se reactiva. Si la cosa está muy dura, igual mi vieja va, porque ahora que está la cooperativa en el predio, la gente que trabaja ahí compra gaseosas y sándwiches”, recordó.

En diálogo con Eltucumano.com, Analía recordó que su mamá comenzó con el kiosco y algo de bijouterie, pero que eso no prosperó. “No le quedó otra que empezar con la venta de las milanesas, que es lo que le saca adelante el negocio”, indicó.

Además, Ana trabajó antes en casas de familia, vendió ropa en algún momento y también hizo empanadas para vender y sacar a sus hijos en adelante. “Cuando salió la posibilidad de tener un lugar ahí, mi hermano, que recién se había recibido, le dio gran parte de lo que necesitaba para el kiosco de lata. Y el resto, cada uno movió algún contacto para conseguir la plata. A medida que fue trabajando fuimos devolviendo”. “Mi vieja lo único que sabe en la vida es trabajar. No tuvo una vida fácil, es de Formosa, se vino a los 23 años”

“Manjula” es una persona querida en El Bajo. Aunque la gente grande se queja mucho de los chicos de la escuela, Ana siempre dice que ellos la defienden. “Llega con el auto y la ayudan a bajar las cosas”, indicó Analía. “A veces si se acerca algún personaje complicado, también lo corren”, agregó.

Ana vive con dos de sus hijos. “Mi hermano mayor está casado; mi otro hermano y mi hermana menor la ayudan. Y yo estoy en Buenos Aires”, graficó la médica. “Yo tengo 29; mi hermana menor tiene 24 y estudia inglés y atiende en el kiosco. Mi hermano, el otro, tiene 31, también ayuda en el kiosco”, indicó.

“¿Y mañana? Qué van a hacer?”, se le preguntó. “Mi hermano se queda ahí esta noche (de martes a miércoles); mi mamá estuvo todo el día, mañana va ella. Están tratando de organizarse con los otros laburantes”, comentó con incertidumbre.

“¿Y fue la misma Municipalidad la que le habilitó el kiosquito en su momento?”, fue otra de las preguntas que Analía respondió. “Claro, les daban un papel y les instalaron la luz a los puestos”, indicó. Además, remarcó que jamás hubo ningún aviso de que la situación era irregular o de la necesidad de reubicarlos. “Fue una sorpresa total”, sintentizó.

“Me parece que lo serio, lo correcto, hubiera sido plantear la situación, dejar a la gente que se organice, que evalúe propuestas y por ahí plantearles de ‘regularizar’ la situación irregular, cobrando algún impuesto municipal”, evaluó la trabajadora de la salud.

“Mi vieja está esperando estos dos años que le quedan para jubilarse y vender el kiosquito. Es, como te dije al principio, muy sacrificado”, dice sobre los planes de su madre. Pero antes está  el presente que hoy se presenta con más interrogantes que certezas.


Más de 300 "compartidos" en Facebook

Analía impotente por la distancia y la medida que golpeó a los comerciantes de El Bajo, dio detalles de la situación de su madre y de otros puesteros a través de una post publicado en Facebook. Su carta fue compartida más de 340 veces. 

A través de su descargo, aclaró que su madre no es beneficiaria de algún plan social y que es el único ingreso con el que cuenta. "Ella y el resto de los trabajadores lo que pide es que los dejen trabajar porque no molestan a nadie, no ocupan calles, hay amplio espacio entre veredas, no obstaculizan la salida de ningún vehículo porque es una zona sin viviendas. Este lugar sin los negocios, será tierra de nadie, no tengo ninguna duda que a la zona le perjudica que los puesteros se vayan", advirtió en un pasaje del texto que se puede leer a continuación: