"Nosotros solo queremos trabajar"
Hoy corre peligro el puesto en el que Martín Gerez trabaja con toda su familia.
Martín Gerez llegó por la mañana de hoy a su local en la esquina de Sáenz Peña y García Moreno en el medio de un clima confuso. Alrededor de las 6, las máquinas de la municipalidad habían empezado a demoler los locales que estaban a la vuelta del suyo. Su puesto estaba marcado por los municipales para ser derribado por la tarde. Debido al reclamo de los colegas hubo un cese en la demolición hasta que se reúnan los comerciantes con las autoridades.
En su local llamado “Gonzalo” se dedica a comercializar muebles de madera para niños. Hasta hace un par de meses funcionaba una sanguchería y pizzería. Se vio obligado a abandonar este rubro debido a los robos que sufrió. Desde el 2014, año en el que edificó, le entraron ladrones cuatro veces. En la última lo dejaron sin el equipamiento de la cocina.
El local ubicado sobre la avenida, que alguna vez supo tener mesas en la calle y ser un barcito agradable para los transeúntes de El Bajo, es todo el capital de Gerez. Invirtió más de 50 mil pesos para poder armar una mesada de porcelanato y un cielo razo de yeso. “Aquí logré armar un lugar lindo, la gente se sentaba en la vereda y le daba vida a esta zona muerta”, dice Martín mientras observa su local vacío.
En el frente del local hay un cartel amarillo con letras azules y negras. En los costados enumera una amplio número de platos que supo ofrecer cuando el local estaba equipado y funcionando a pleno. Hoy tiene las instalaciones rotas y desde hace dos meses que les cortaron los servicios.
Comenzó vendiendo en la calle a los siete años, mientras acompañaba a sus padres en el mismo oficio. En la mañana pateaba las peatonales para ir a la tarde a la escuela Lola Mora, donde completo su primario. En 2006, cuando los desalojaron del centro, la municipalidad le asignó el espacio sobre el que luego montaría su local de comida. En ese momento se dedicó a la venta de inflables para luego pasar por múltiples rubros, de acuerdo a la estación.
En el bar trabajaba junto a cinco parientes. Era el sustento de toda una familia que después debió rebuscárselas con los muebles de madera una vez que les robaron el equipamiento. “Nosotros solo queremos trabajar, aquí estaba toda una familia que ahora no sabemos que vamos a hacer”, afirmó.
Martín a sus 45 años es padre de dos hijos. El mayor, de 22 años, va a escuela nocturna para terminar su secundario y durante el día realiza trabajos de carpintería en lo que supo ser la cocina del local. La hija más chica, de 19 años, está en tercer año de la Licenciatura en Seguridad e Higiene en la UTN. “Yo le pido a los chicos que estudien, es la única forma que van a poder asegurarse un futuro”, sostiene mientras mira a su primogénito.
Al haber llegado al predio en 2006, Martín y sus familiares están dentro del censo de vendedores que realizó el municipio. Es por eso que él será reubicado, aunque no sabe dónde ni cuándo.
Otros de los que fueron censados en ese momento decidieron alquilar o vender sus espacios, algo que complicó la situación de aquellos que decidieron quedarse. Ahora desde la calle, antes de que las máquinas lleguen a su local, Gerez, le dice a su vecino: “Si no nos organizamos nos van a manosear como quieran”.