HISTORIAS DE ACÁ

"Cuando me dicen zorro, les saco una sonrisa": la historia de Cecilia Rodríguez, la Inspectora de Tránsito de Tucumán

Entre bocinas, taxis, colectivos, motos, ambulancias, bomberos, semáforos y peatones, una mujer de pelo corto hace sonar el silbato para que la vida circule. Hace 21 años trabaja en la Municipalidad, revela el gran secreto de las calles, ama Tucumán con su vida y aquí cuenta por qué. | Por Alfredo Aráoz

24 Jun 2024 - 20:49

Cecilia.

“Un día estaba un chico mal estacionado en la San Martín y cuando me acerco para preguntarle por qué no mueve el vehículo me dice: ‘No me voy a ir todavía porque estoy esperando a la Valeria Mazza’. Le sonrío y le digo: ‘¿A la Valeria Mazza? Mire qué bien. Si es así, yo lo voy a dejar que siga estacionado así un ratito más, pero bajo mi responsabilidad. Pero le aviso una cosa, caballero: yo a la mañana estuve con la Susana Giménez’. Cuando le digo eso, el chico no me creía. Se puso serio y me dijo: '¿Con la Susana Giménez? Mentira’. Le digo al chico: ‘No le miento, caballero. Estuve con Susana Giménez, caballero. Con La-Su-sa-na. Me saludó, me besó, me preguntó cómo andaban mis cosas. Mire: ahí viene la Susana Giménez. Mi compañera se llama así. ¿No la conoce? Mejor así. Vaya nomás. Circule, caballero'”.

Cecilia Rodríguez se ríe mientras revuelve el mundo con una cucharita de café. Estamos en el Bar Boston, a metros de la Dirección de Administración y Planificación de Tránsito de San Miguel de Tucumán en avenida Avellaneda al 600. Han pasado unos minutos de las cuatro de la tarde y Cecilia acaba de marcar tarjeta después de controlar el tránsito en una de las esquinas más caóticas de Tucumán: 25 de Mayo y Córdoba, la de la Anses, la del 4, la del Correo, la del 5, la de los taxis, la del 7, la de las motos, la del 8, una de las esquinas principales de una ciudad donde ingresan 300 mil vehículos por día, cifras que le menciono a Cecilia que me mira sin despeinarse: “Lo sé, joven, lo sé”.

Mientras la carita de Loan en TN le estruja el pecho a Cecilia, el encargado del Bar Boston le baja un poco el volumen a la tele y pone un partido de la Eurocopa. En su trabajo en la calle como en un café con eltucumano, nada distraerá a esta mujer de su historia, una historia que empieza así: “Yo nací en zona Norte y me crié en zona Sur, barrio Miguel Lillo, altura Jujuy al 3800. Era empleada de casa, donde trabajé con gente muy importante. Cuando salió esta oportunidad de ser inspectora, dejé de limpiar casas y toqué el cielo: yo creo que nací para esto, para cuidar al peatón, para ayudar a que el tránsito fluya”. 

Entre la “gente importante” que Cecilia nombra, un político fue quien cambió su destino: “Llegué a la Municipalidad hace 21 años cuando fui convocada por ese político que le cuento. Resulta que nos querían dar un plan, el PEC (Plan Estratégico de Capacitación), y nos dijeron a mí y a otras chicas: ‘Lo cobran al plan y se quedan en la casa, o lo cobran al plan y van a trabajar’. Yo no quería que me regalaran nada y fui a trabajar. Cuando llegué a la Dirección de Tránsito (quedaba todavía en la calle Buenos Aires) me dijeron: ‘Cecilia, usted puede trabajar tres veces a la semana’. Pero era poco para mí. Entonces decidí trabajar todos los días de la semana. De lunes a viernes. Y así sigo hasta hoy. Empecé un 12 de septiembre de 2004. Parece que fue ayer”.

El flechazo de Cecilia con el Tránsito fue inmediato: “El primer día del curso de Educación Vial nos dijeron que la práctica iba a ser en la calle. Al mes me mandaron a regular el tránsito en Buenos Aires y Crisóstomo. Ese día el Director me vio cómo trabajaba y recibí sus felicitaciones y con una carta-decreto ingresé a Tránsito inmediatamente. Desde entonces no paré más”.

El pelo corto, los aros de perla, los anillos con la imagen de San Benito, las manguillas, el silbato, el talonario y los zapatos de cuero negro hacen al uniforme de Cecilia todas las mañanas de San Miguel de Tucumán: “Un inspector de Tránsito tiene que tener presencia, joven. Tiene que pararse con firmeza. Tiene que ser una autoridad, pero no autoritario. Tiene que convivir con el ciudadano. Tiene que ser educado. Eso me lo enseñó mi madre, quien falleció hace poquito. Tenía 103 años. Se llamaba  María Zedrón, los únicos Zedrón con Z de la Argentina. Ella, mi padre y mis padrinos de Alderetes me transmitieron esa vocación de servicio constante que me acompaña hasta el día de hoy. Si me piden ayuda, yo ayudo. Yo no mido. No digo: ‘Hasta aquí llego yo’. No importa si cumplí mi horario. Yo ayudo si se dejan ayudar. Porque ojo: hay gente en la calle que no se deja ayudar. Yo ayudo a los chiquitos de la escuela, a las personas de edad. A la gente le pido: ‘Por favor, miren el semáforo, no crucen sin mirar, tengan cuidado, a una cuadra el tráfico está colapsado’. Siempre estoy atenta al peatón. Soy de esa manera”, explica Cecilia mientras afuera, a unos metros de esta mesa del Bar Boston, las ambulancias entran y salen del Centro de Salud.

Cuando Cecilia Rodríguez escucha la sirena de la ambulancia, toma un sorbo de café y ejemplifica: “Cuando yo estoy en funciones, puede venir una ambulancia, la Policía, los Bomberos, o alguien con un pañuelo sacado por la ventana que significa urgencia. ¿Qué hago yo? Bajo a la calle, corto de una mano, y dejo pasar a todos para que la ambulancia avance. Mucha gente me pregunta: ‘¿No irá vacía la ambulancia?’. Yo les digo que puede llevar un enfermo o ir a buscar un enfermo. Yo no puedo cuestionarlo. Usted tampoco. Tenemos que darle prioridad a una ambulancia. Le cuento lo que me pasó una vez: entre avenida Avellaneda y San Martín vi una combi que venía de sur a norte, hace el giro para la San Martín, venía una moto de la Policía con sirena, el hombre de la combi iba con los auriculares, no escucha la sirena, choca la moto de la Policía con la combi, pasa el policía por encima, corto el tránsito, retengo a la combi, viene la Policía, preservo la escena. Son segundos en los que tengo que actuar”. 

Despierta desde las siete de la mañana, Cecilia ingresa a las diez, pero llega una hora antes: ya uniformada, toma el 6 o el 11 y comienza el show: “No sé si soy la única inspectora de todo Tucumán como me dice mucha gente, pero sí soy una inspectora con carisma, que nunca podría tratar mal a alguien. Por ejemplo: si un vehículo estaciona donde no debe, le tengo que preguntar por qué. No puedo presuponer nada. Puede ser que esa persona se esté sintiendo mal. Entonces le pregunto: ‘¿Llamo a una ambulancia?’. O cuando me toca la zona de los bancos en la San Martín: sé que necesitan el lugar para estacionar un segundo, van al banco, cobran y se van. No tengo el lema: ‘No se puede’. Sí se puede mientras el inspector lo permita. Cuando son personas grandes o jóvenes con un bebé, lo permito. Nadie es un infractor hasta que no lo demuestre. Si se equivoca, le explico por qué le tengo que hacer la multa. ‘Usted está estacionado en zona prohibida, me obstruye el tránsito vehicular’. Y a la multa se la dejo puesta en el parabrisas. Educación Vial te enseña educación, respeto. Te enseña que nadie es más que nadie en la calle. Todos somos iguales ante los ojos de Dios”. 

No es la primera vez que Cecilia hablará de Dios durante la entrevista que va llegando a su fin: “No soy de ir a misa, pero soy muy católica. Antes de cada día que salgo a la calle, rezo, me encomiendo. Y eso me ayuda a encarar cada situación. Con el trailer del Municipio en los barrios aprendí mucho también: nos tocaba ir a La Costanera, por ejemplo, venían vecinos a hacer lío, yo los calmaba; venían los chiquitos a portarse mal, les compraba caramelos. Ese es uno de mis trabajos que más me formó: conocí gente muy humilde, muy pobre, de distintas maneras de vidas. Yo siempre me puse al nivel de ellos. No discriminaba ni al drogadicto, ni a la persona que tomaba. Trato de adaptarme a cada persona”.

Durante las dos décadas que Cecilia lleva en las calles tucumanas hay una estadística irrefutable: “Hay muchos más vehículos que antes. Y la crisis se siente: la gente está por ahí un poquito medio nerviosa por la situación que estamos viviendo. Hay gente a la que se le nota. Nosotros le explicamos. Hay gente que entiende. Pero hay gente que viene con todos los nervios y se desquita con el inspector. Yo me acerco y le digo: ‘Usted tiene que ponerse bien. Está nublado, pero va a salir el sol’. En los años que tengo nunca recibí un insulto. Entre los conductores sí se insultan, pero ahí es donde entro yo y tengo que silbatear para apaciguar, para que vean que el inspector está atento a lo que ellos están haciendo. Primero apaciguo y luego largo el tráfico, uno gira para un lado, el otro para el otro. Y cada uno sigue con su vida. La clave es el silbateo. Es lo que me dicen varios: ¿Cómo son los sonidos? Si silbateo largo los tres sonidos en uno solo es para que circule, si hago los tres sonidos separados es para que el infractor salga a buscar el vehículo (le estoy advirtiendo que estoy al tanto, no voy en silencio para hacerle la multa) y si silbateo fuerte es porque el vehículo tiene que salir ya”.

Así como el silbateo funciona, Cecilia dice que la mano también habla en la calle: “Tengo varias señales de mano: para el corte, para circular rápido, para que merme la velocidad. Me ven la mano y la gente ya conoce mis movimientos. Pero lo primero es sacar a la persona del humor en el que se encuentra: hay que bajarle el enojo con un poco de humor. El hombre es mucho más agresivo que la mujer. Por ejemplo los taxistas: ellos no entienden que ahí donde se estacionan no es parada. Le digo: ‘Dé la vuelta y va a encontrar pasajeros’. Siempre trato de buscarle la buena. Y después los papás de los chicos que se me estacionan y vuelven después de media hora. Les explico que no se puede estacionar: ‘Vaya a otra cuadra donde no me pasen los colectivos’. Son pequeños actos que la gente me agradece. Muchísima gente me saluda. Hasta en la peor calle de todas: la San Martín. Desde el 400 hasta el 800, toda la gente de ahí me conoce: ‘¿Cuándo vuelve por acá?’. En la 25 y Córdoba también todos me conocen: todo lo que es la zona del Vea, todos me conocen. En los 21 años que tengo de trabajo solo tengo un secuestro de una moto”.

Cuando los municipales secuestran una moto y la sube a la camioneta de Tránsito, una frase los saluda: “¡Zorro coimero!”, “¡Zorro gato!”. ¿Le gritan a Cecilia en la variante femenina? ¿Cómo convive Cecilia con una calle que a sus colegas los mira de reojo? “Me han gritado coimera, claro que sí. Pero yo les digo: ‘Yo no soy coimera. No te haría la multa si fuera coimera. No te la dejaría en el parabrisas’. Cuando ellos me dicen eso, o cuando se lo dicen a un compañero, no te digo que no me duele, pero a mi persona no llega. ‘Bueno, si usted lo dice, tiene derecho de hablar y de opinar’. Y yo tengo el derecho a mantenerme callada. Siempre trato de estar ajena a cualquier problema de esa índole. Yo hago mi trabajo. Para eso se necesita tranquilidad y tolerancia. Cuando me dicen zorro, les saco una sonrisa. ¿Sabe de dónde viene que nos digan zorro? Porque el inspector siempre está. Puedo estar descansando mis 15 minutos, pero no dejo de estar en funciones. El infractor no me ve a mí que estoy cumpliendo mi trabajo, pero estoy en mi parada. Entonces si se manda una macana, yo les aparezco de golpe, como un zorro”. 

El joven que esperaba a Valeria Mazza, la primera esquina en Buenos Aires y Crisóstomo, su infancia en Alderetes, el accidente de un policía, la San Martín, los colectivos, la 25 y Córdoba, las motos, las salidas de los chicos de las escuelas, los taxis, todo hace a la vida diaria de Cecilia Rodríguez, la inspectora de Tucumán que antes del fallecimiento de su madre se enteró algo sobre su padre: “Se llamaba Mario Rodríguez y fue Inspector de Tránsito. Nunca me lo había contado mi madre. Quizás porque mi padre no quería ser Inspector de Tránsito sino lo que fue: policía de Tucumán. A mí no es que no me gusta la Policía, pero no es mi vocación. Esto que yo hago es mi pasión y lo haré hasta que Dios me dé salud, hasta que Dios lo decida. Pero yo me siento de 10 y si hace falta que te corra un auto mal estacionado te lo corro. No imagino mi vida sin este trabajo, sin las calles de Tucumán, sin Tucumán”.

Antes de pagar la cuenta, la moza del Bar Boston le cuenta un emprendimiento propio que tiene en mente. Cecilia la escucha y le dice que no dude en contar con ella para lo que le haga falta. Allá afuera, las ambulancias circulan. Aquí adentro, Cecilia Rodríguez es Tucumán y Tucumán es Cecilia Rodríguez, la misma que un día lo calmó al Pulguita por una multa y le dijo: “¿Ve que para algo servimos los hinchas de San Martín?”

Sí, Tucumán es Cecilia Rodríguez y Cecilia Rodríguez es Tucumán. Por eso así se despide: “Tucumán es lo mejor para mí. Yo estuve en Mendoza dos años. En Buenos Aires estuve un año viviendo y ya extrañaba mucho Tucumán. Tucumán es todo. Todo. No lo cambiaría nunca. Cuando me dicen: ‘¿Adónde vas a viajar vos de vacaciones? ¿A Brasil?’. Yo les digo: ‘Mirá: muy lindo Brasil, pero mi misión es conocer bien Tucumán. No porque sea tucumana quiere decir que conozco todo Tucumán. No. Yo quisiera conocer bien todo Tucumán. ¿Para qué vamos a ir a otra provincia si primero tenemos que disfrutar la nuestra? Cuando hablo de Tucumán me doy cuenta lo orgullosa que me siento de decir: 'Soy tucumana'. Por supuesto que otros ven a Tucumán de otra manera. Pero yo siento orgullo de Tucumán. Tucumán es el Jardín de la República. No lo comparo con nada ni con nadie. Ni con Mar del Plata, ni con Buenos Aires, ni con Córdoba. Para mí Tucumán es la vida de uno. Nací aquí y moriré aquí. Tenemos la Casa Histórica que es lo mejor que tenemos además de muchas Iglesias. La mejor Casa de Gobierno la tenemos nosotros. Para mí Tucumán es todo. Es la raíz de uno. Si uno se olvida de la raíz de uno, no somos tucumanos, nos olvidamos de todo. Yo soy tucumana y sé de dónde vengo aunque mi familia tenía sangre española. ¿Qué más te puedo decir? No la puedo definir. La gente es distinta. El carisma de los tucumanos es muy distinto al porteño, muy distinto al mendocino. Y amé a Tucumán desde niña. Muchos me dirán: ‘Buenos Aires’. Sí, Buenos Aires es un paseo de 15 días, no de un mes. Otros me dirán ‘Mendoza’ Puedo estar 10 días. Pero Tucumán para mí es vida. Sea campo, sea cerro, sea centro. ¿Para mí? Único. Tucumán, joven, Tucumán es único”.

Cecilia en la esquina de 25 de Mayo y Córdoba.

"Esa es la 24", dice Cecilia apenas ve una de las primeras fotos de un varita en Tucumán. Y se ríe. (Archivo La Gaceta)

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