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Arte y política: qué andan cantando los que sí la ven

OPINIÓN

La última edición del Cosquín Rock se politizó con las canciones que prologaron el estallido social del 2001 y muchos pusieron el grito en el cielo ¿Volvió el arte comprometido o regresaron los noventa? Por Exequiel Svetliza

(Foto: IG @rip.dillom)


Sin una lectura política, el Martín Fierro sería apenas el relato de las desventuras de un gaucho cuchillero, “Sin pan y sin trabajo” de Ernesto de la Cárcova un cuadro condenado al arte decorativo y la canción “Los dinosaurios” de Charly García acaso un tratado paleontológico extemporáneo. Las resonancias políticas de las grandes obras son tan evidentes como históricas y parece un gesto demasiado demodé a esta altura cuestionar los vínculos intrínsecos entre el arte y la realidad política. Sin embargo, la última edición del Cosquín Rock ha dejado algunos posicionamientos estéticos-políticos arriba de los escenarios, una álgida polémica tuitera y hasta músicos judicializados en su afán de expresarse libremente. Los artistas, vale decir aquellos cuyas obras logran trascender su propio tiempo histórico, siempre la ven. Y la ven como mira el rostro bifronte del Dios Jano: con un par de ojos apuntando hacia atrás, a la tradición, y otro par oteando el horizonte al que nos mueven las nuevas olas. Conviene entonces parar bien las orejas para escuchar qué tienen para decirnos aquellos que la están viendo ahora y preguntarnos porqué esas miradas generan tanto ruido alrededor.

Mediados de los noventa. Mientras Norma Plá encabeza las protestas de los jubilados contra el plan económico que lleva adelante el ministro Domingo Cavallo, en plena peatonal Florida del microcentro porteño, el músico callejero Hernán Carlos de Vega, mejor conocido como “El Cabra”, toca por primera vez el tema Señor Cobranza. En 1998, la canción -un crudo himno de protesta contra la política menemista- se publica en “Arriba las manos, esto es el Estado”, el primer disco de la banda Las manos de Filippi donde El Cabra canta y compone. Pero la popularización del tema llega de la mano de la versión que hace la Bersuit Vergarabat, quienes lo incluyen en su disco “Libertinaje” del mismo año.  El propio Cabra confesó que lidió muchos años con la incredulidad de quienes le atribuían la canción a la banda entonces liderada por Gustavo Cordera.

Año 1998. La banda Kapanga lanza “A 15 centímetros de la realidad”, su disco debut que incluye como primer corte de difusión al hit “El mono relojero”. La canción es tan pegadiza que podríamos considerarla una autentica instigación al baile y al pogo. Detrás del ritmo que suena en recitales y boliches, hay un fuerte mensaje de rechazo a la política del entonces gobernador de Buenos Aires Eduardo Duhalde quien había impuesto que los locales bailables de la provincia cierren a las 3 AM. Aunque no se lo menciona en la letra, el famoso Mono relojero no es otro que el viejo caudillo del conurbano bonaerense.

Febrero de 2024, Cosquín Rock. Los principales animadores de la movida roquera - y también muchas otras yerbas afines y no tanto- se dan cita en la localidad cordobesa de Santa María de Punilla. Durante su show, el rapero de 22 años Dillom ofrece una versión de “Señor Cobranza” con letra actualizada y donde la original rezaba “Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar” cambia por “A Caputo en la plaza lo tienen que matar”, en alusión al actual ministro de Economía. A su turno, Damas Gratis con Pablito Lescano a la cabeza, hizo su reversión de “El mono relojero”, letra que arranca con un sosegado “Se te nota fachistoide con olor a represión”. Con la recuperación de estas gemas del cancionero rockero de los noventa, el escenario del festival se politizó para sorpresa de algunos y bronca de otros.

Pero la impronta política no fue exclusiva de la liturgia rockera, la diva del pop Lali Esposito se despachó con una arenga sutil y teledirigida: “Esta fiesta que somos los argentinos, esta unión que genera el arte, la música, la cultura, nadie nos la va a sacar jamás. Depende de nosotros y de ustedes, de acompañar y defender. Esta canción es para los mentirosos, los giles, las malas personas y los antipatria”. De esa manera, Lali introdujo el tema “¿Quiénes son?” al que procedió a cambiarle la letra en una clara alusión a todos aquellos que la critican: “Que si fumo/ que si vivo/ que si digo/ que si bebo/ que si vivo del Estado”.

Desde el Vaticano -donde se encontraba en un viaje oficial- y fiel a su costumbre, el presidente Javier Milei se dedicó a compartir y megustear los ataques de los usuarios de la red X a la cantante, confirmando así que Lali es uno de los blancos predilectos de los libertarios en las redes. Tal vez, a través de esa enjundia tuitera, el mandatario busca replicar a nivel local la inquina que expresa Donald Trump contra la estrella pop Taylor Swift. Vaya uno a saber, lo cierto es que con apenas algunos referentes pseudo intelectuales de la talla de Agustín Laje y Nicolás Márquez (ex empleado a distancia de la legislatura tucumana), el libertarismo parece empeñado a ganar la batalla cultural valiéndose de su nutrido ejército de trolls en la burbuja tuitera.

La peor parte de esta arremetida contra los artistas se la llevó Dillom. El joven rapero no sólo fue condenado por el ministro Luis Caputo en las redes por incluirlo en la reversión de “Señor Cobranza”, sino que además fue denunciado por el abogado Jorge Monastersky quien lo acusa de instigación a la violencia. En los noventa, un par de semanas después de la salida del disco “Libertinaje”, el entonces Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) había intentado censurar la canción imponiendo multas muy elevadas a los medios que osaban reproducirla. Pero la medida tuvo un efecto contrario al deseado y la compañía discográfica aprovechó la censura encubierta como estrategia de marketing. El tema explotó y sus esquirlas de sentido llegan hasta nuestros días.

Atravesamos un momento donde los artistas afines a muchas de las nuevas tendencias musicales, lejos del compromiso social y político con los tiempos que corren, parecen apelar a canciones más hedonistas y superficiales donde se ha vuelto recurrente el autotune, la tonada centroamericana, la hipersexualización, el exceso de bellaqueo y hasta la proliferación de marcas en las letras que hacen de sus temas un pastiche de sponsors al mejor estilo de los autos de TC 2000 (se cansaron de hacer canciones de protesta y se vendieron a Gucci, diría un irónico Charly García). En este contexto cultural donde prima la banalidad y cierto conformismo, lo de Dillom en el escenario del Cosquín Rock se puede interpretar como un gesto de rebeldía y de recuperación de una tradición artística contestaria. 

No es casual, los artistas lo hacen todo el tiempo: eligen las tradiciones desde las cuales pretenden que su obra sea interpretada por el público. Las reversiones y las colaboraciones entre artistas de distintos géneros o generaciones rompen con las barreras estilísticas y generacionales. Traccionan en un doble sentido: acercan a los artistas de mayor trayectoria a nuevos públicos y obliga a los seguidores, diríamos, más tradicionales a prestar mayor atención a los artistas emergentes. Está claro, no es sólo Dillom, sino también Trueno reversionando junto a 2 Minutos el clásico punk “Ya no sos igual”. O lo que hizo Fito Páez en “EADDA9223”, el disco donde actualizó 30 años después su obra “El amor después del amor” y convocó a artistas jóvenes como Nicki Nicole, Nathy Peluso y Lali. Ningún artista produce de manera adánica en el vacío histórico.

Tampoco es casual la vuelta a los noventa ni a aquellas canciones que prologaron la debacle social y económica del 2001. Son las expresiones culturales que entonces la vieron venir y que, si hoy vuelven a sonar en otras voces, no se debe exclusivamente a sus innegables méritos artísticos, sino también a la vehemencia cíclica con que nuestra historia tiende a repetirse. Lo que esas canciones tenían para decirnos en aquel tiempo resuena con renovados bríos en esta era. El sentido de esa trascendencia y reactualización del mensaje es eminentemente político. Quien quiera ver que vea y quien quiera oír que oiga.