"Me emociono": el secreto de doña Juana Albornoz, la señora que vende praliné hace 50 años en la calle 24 de Septiembre
Limpió casas a los 10 años para ayudar a su hermana de 13 y conoció el dolor en primera persona. El 25 de julio de 1973 llevó una mesita al frente del billar El Molino y no paró más. Vida y obra de una mujer que lo vio todo, que sobrevivió al derrumbe del Parravicini y qué aquí abre su corazón. Una entrevista de Franco Carletto. VIDEO
Doña Juana.
Basta con cruzar la 24 de Septiembre para que las calles cambien de nombre. Laprida se convierte en Congreso, 25 de Mayo en 9 de Julio, Muñecas en Buenos Aires, Maipú en Chacabuco, Junín en Ayacucho y así. En las veredas ponen bolones, sacan árboles, cierran negocios, abren barberías, desaparecen cines y billares, inauguran cafeterías de autor y cervecerías artesanales, remodelan iglesias y se desploman teatros. Todo cambia en Tucumán, todo se mueve, todo muta, todo se transforma, hasta la forma de nombrar las cosas cambian, todo menos el puesto de praliné de doña Juana Albornoz en la arteria principal de la capital, en 24 al 500, desde hace 50 años.
Testigo fiel de medio siglo de esta ciudad tan caótica como fascinante, ¿quién es? ¿Sabemos acaso cómo se llama la señora del praliné? ¿Sabemos cuánto sufrió, todo lo que pasó y todo lo que la hace feliz? ¿Sabemos qué le pasó cuando era niña, con quién se casó, quién le enseñó el oficio del praliné, qué pasó cuando se derrumbó el Parravicini y cómo vive hoy? Con tanto mundo revuelto en una paila de cobre y un cucharón de madera, Franco Carletto se acercó este lunes frío y lluvioso de mayo para conocer un pedazo de su historia, la que tiene una parte fundamental en ese puesto, pero también un pasado desconocido.
“El domingo 25 de julio de 1973 fue la primera vez que vendí praliné esta cuadra. Más de 50 años. No había ningún vendedor antes. Nadie. Ahora sí, hay muchos más. Pero yo sigo aquí, sola desde que se fue mi nieto, sola aquí con Dios, el único que me acompaña. Y siempre aquí, en esta calle. Ni cuando vino Bussi y sacó a todos los vendedores me fui. A mí ni Bussi me sacó. Ni él me pudo sacar de acá”, cuenta doña Juana y sigue: “He empezado aquí al frente en una ventanita del bar por El Molino cuando era billar. Hasta que un día me crucé y vine un domingo con esta mesita. Esta mesa tiene 50 años. Aquél domingo llegué a las cuatro de la tarde y vendí 16 pesos, que era un platal para mí así que ya me quedé y no me fui más”.
Embarazada de su hijo Claudio quien hoy vende los chanchichurros en la vereda de Paco García de Congreso y Crisóstomo, doña Juana Albornoz tomó la decisión de empezar a vender praliné porque con el sueldo de su marido albañil no alcanzaba: “Si llovía como hoy, él no podía trabajar. Con el trabajo de mi marido no alcanzaba. Y lo perdí joven, a sus 49 años, por sus problemas de presión. Entonces yo aprendí a hacer pralinés en la casa de la señora doña Alicia Rivero y le agarré el gustito: me puse a vender yo. Tengo 70 años y desde hace 50 que vengo todos los días. El único día que no vengo es el domingo. Pero nunca he faltado. Nunca he perdido un día”.
Los días de Juana Albornoz comienzan de una manera que asombra: “A las 4.30 de la mañana salgo a la vereda de mi barrio en la calle Próspero Mena y ya me van a ver baldeando la cuadra entera. A esa hora ya estoy baldeando para que a las 6 ya esté con todo preparado y me venga al centro. Aquí los muchachos del bar me esperan con el desayuno, siempre café con leche, pero muchas veces se me enfría el café, el almuerzo, todo porque siempre estoy con las manos ocupadas, haciendo todo esto”, explica doña Juana rodeada de pralinés en sus tres versiones (almendra, maíz y nuez), torres de pochoclos rosas por la esencia de frutilla que se le pone, maní, chocolates confitados y las gloriosas manzanitas acarameladas.
El miércoles 23 de mayo de 2018, el teatro Parravicini se derrumbó. Aquella tarde, Víctor Hugo Aranda pasaba por ahí luego de dejar a su hija Loana en la biglia de la iglesia María Auxiliadora. Lo último que hizo en vida el Loco Aranda fue pasar por el puesto de doña Juana: “Me compró seis manzanitas y cuando se fue sentí el derrumbe”, le contaba doña Juana a eltucumano aquel día. Hoy, a diez días de que se cumplan seis años de una de las mayores tragedias sin respuesta que ha vivido nuestra provincia, la señora recuerda: “Yo he visto cómo se movía todo. Recuerdo cuando estaban poniendo los letreros de la gomería y dije: ‘Esto se va a caer’. Yo rogaba que salieran rápido los chicos del colegio (Santa Rosa). Pasó a las 20.30. No me olvido más”.
La vida de Juana Albornoz estuvo marcada por una infancia muy difícil, en la casa donde su madre trabajaba con la ayuda de ella y su hermana, años que la formaron para siempre y con una visión de la vida que profundiza en las capas sociales y políticas de la Argentina: “Hemos sufrido mucho cuando era chica. No teníamos nada. Con mi hermana trabajábamos de muchachas en la Plazoleta Mitre, en la casa del doctor Martini Castagnaro. Yo tenía 10 y mi hermana 13 hacía la limpieza. Me acuerdo cómo nos trataban. No querían juntarse con nosotros. Era gente de plata y nos hacían eso, nos odiaban. Por eso me parece bien que le dieron la jubilación a las empleadas domésticas. Nosotras vivíamos con mi mamá al lado de la cárcel de Villa Urquiza y sabemos bien lo que es la falta. La falta y el trato. Venía la señora de la casa y decía: ‘Antonia no ha limpiado acá’. Entonces yo la ayudaba a mi hermana. A mis 10 años lo hacía dormir al chiquito para poder ayudarla a terminar de limpiar. Son cosas que viví. Por eso de grande odiaba cuando ganaban los radicales: ¿usted cree que íbamos a poder comprar una bici con los radicales? No. Ahora la gente de plata se muere de bronca porque ven que los pobres hasta llegaron a poder comprarse un autito. Ojo: como le decía antes con los militares, a mí no me molesta que gane Pedro, Pablo o Luis porque yo trabajo, yo vivo de esto, ¿pero el que no tiene nada?”.
Durante la entrevista, doña Juana Albornoz ha vendido y seguirá vendiendo hasta caída la noche: “Y así será hasta que Dios me diga basta. Él me cuida, Él me guía, Él me dice qué voy a hablar, qué voy a decir. Él me protege. Yo nunca me enfermé. Nunca tomé un remedio, nunca he ido a un hospital, nunca me puse una vacuna. Soy feliz. Trabajando soy feliz. Y yo trabajo todo el año: en verano trabajo a diferencia de otros vendedores que solo vienen cuando hace frío. Sí, hasta en verano trabajo. ¿Y sabe por qué? Porque cuando preparo mis cosas y llego al centro, aquí me olvido de todo”.