"Sé cuándo va a llover": el secreto de Enrique González, el vendedor de paraguas de Tucumán
Pajarito, como le dicen las chicas del McKío, o Míster como lo llaman su madre y los amigos del barrio, revela exactamente cómo lo sabe y por qué cuando cae una gota en la ciudad, él ya está con los paraguas en la mano: "Todo empieza en el patio de mi casa". VIDEO

"Los paragüitas son para la Negra Adriana y su hijito, ojalá que vuelva a mi vida".
“Estoy sentado en el patio de mi casa y me pongo a mirar el cielo. Yo no tengo poderes ni soy curandero, pero sí tengo un don. Me pongo de pie en el patio, levanto la vista, abro las palmas de mis manos y lo siento: sé cuando va a llover en Tucumán”.
Son las siete y media de la mañana de este viernes de frío y lluvia en Tucumán y Enrique no llega. “Ya lo vas a ver entrar. Es toda una estrella. Viene con los auriculares escuchando música, siempre con una sonrisa, me ayuda a terminar de abrir el kiosco y pasa al fondo: ahí esconde los paraguas”.
Anita es quien atiende el McKio ubicado exactamente frente a la entrada que tiene la Casa de Gobierno sobre calle San Martín. Vende paragüitas, entre tantas cosas ricas para esta mañana de frío. Cuestan 100 pesos y son los únicos paragüitas que no vende Enrique González, Pajarito, el vendedor de paraguas de Tucumán que aquí viene: “¡Buenas, buenas, buenas! ¡Ahí está mi amigo!”.
Así arranca la mañana de Enrique, con un abrazo a un periodista desconocido, que apenas le habló unos minutos ayer para pautar la nota, al cual no le conoce ni el nombre pero pum: venga ese abrazo hasta que se le sienta el gusto a los tres mates cocidos que ha desayunado en su casa de la calle Jujuy al 1700.
Desde ahí, desde su casa, todas las mañanas Enrique se despierta a las 6: “Ya es un hábito. Llueva o truene, a las 6 me despierto. Espero el 1 o el 11 que me deja en la Monteagudo y vengo a pie. Pero con esta lluvia no pasó el colectivo ni había taxis. Por suerte pasaba la ambulancia del 107, el conductor me hizo señas y me dijo: ‘¡Eh, Enrique! ¿Vas para el centro? Subí que te llevo’. Y yo me subí, pero le aclaré: ‘Adelante voy, al lado tuyo, atrás no. Hay olor a muerto ahí atrás. Voy adelante. Atrás, todavía no”.
¿Cuántas personas conocemos que llegan al trabajo en ambulancia? Enrique es una, saca los paraguas ($2000 pesos los largos, $1200 los cortos) del fondo del McKio, donde muchos vendedores ambulantes dejan su moto en el estacionamiento y donde está el depósito de gaseosas, fardos entre los cuales asoman largas y coquetas las estrellas que lo acompañan todas las mañanas desde hace 20 años: “Paraguas vendo hace mucho. Antes trabajaba para un hombre y desde hace ocho trabajo para mí. Y también vendí cuatro años en Buenos Aires. En la calle Corrientes, la calle de los artistas. Ahí me conocieron todos y me hice una gran amiga: la negra Nazarena Vélez”.
Cuenta Enrique que una vez le mandaron un video suyo a Flavio Mendoza, que Flavio Mendoza se lo mostró a Nazarena Vélez, a Barby Franco, a Belén Francese y a Coki Ramírez y que todas le dijeron a Flavio Mendoza: “¡Ay, Flavio! ¡Ese es Enrique! ¡Todas lo conocemos!”.
Las estrellas del teatro porteño guardan un lugar en el corazón de Enrique, pero las estrellas que a él verdaderamente lo fascinan son las de acá, las que asoman sobre el cielo de San Cayetano, de Villa Amalia, y de Villa Alem, donde empieza el ritual de Enrique, un ritual que lo acompaña desde niño: “Siempre me gustó mirar el cielo. Yo sé si va a hacer frío, si va a llover, si va a haber tormenta, todo. Pero lo sé desde chico. Mi madre, que hoy tiene 87 años y todavía se pinta el pelo para salir al centro, me llamaba de chiquito para tomar el mate cocido y ver los dibujitos. A mí gustaba Míster Magoo. Acá ahora me dicen Pajarito, pero en el barrio y mi familia me dice Míster, como el dibujito”.
A diferencia de su personaje preferido, Enrique todo lo ve. Cuando comienza el murmullo de los árboles, cuando empieza a crujir el cielo, cuando los pájaros vuelan bajo, cuando todo eso pasa, Enrique se prepara. “Sabés que también me dicen Pajarito porque acá al lado ya hay un vendedor al que le dicen Pajarraco. Anita y Lorena, las chicas de acá del kiosco, me dijeron así: ‘Como este es Pajarraco, vos vas a ser Pajarito’”.
Después de vender los paraguas hasta la siesta, Enrique, Míster, Pajarito, el hermano de la mejor bollera de Independencia y Jujuy, de la que se construyó su casa gracias al pan, el amigo de Nazarena Vélez, el protagonista de la 25 de Mayo y San Martín, deja de vender los paraguas, las pomadas, los alicates, los candados con tres llaves una pal tordo, deja todo el traje ambulante y hasta las ocho de la noche se queda en el kiosco con las chicas: “Las cuido para que nadie les haga nada”.
Entrada la noche, cuando Enrique se quita todo el centro tucumano de encima, vuelve al patio de su casa, al cielo, a las estrellas o a las nubes, a los satélites rusos o a los ovnis, al don que lo acompaña para ver cómo los muertos abrazan a sus seres queridos en los cementerios, vuelve a sentir a Jesúcristo de Nazareth en el pecho, vuelve a sentir la lluvia que se avecina en las palmas de la mano, de las dos manos, la izquierda y la derecha, las dos manos extendidas y abiertas de par en par, las mismas manos con las que ahora parte un bollito de panificación El Mundo, todo el mundo en sus manos, todo el cielo en sus manos, toda el agua que cae sobre su rostro hasta que termine el desayuno, hasta que abra el bolso, hasta que saque los paraguas antes que nadie y, como un vendaval, comience la función.