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"Tengo predicciones": el vendedor de paraguas que anticipa el clima tucumano

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Llueve en Tucumán y para muchos es una bendición del cielo, sobre todo, para Enrique que apostado en una esquina del microcentro se gana el mango vendiendo paraguas: “No soy manosanta, pero…”.





Llueve en Tucumán y esa es la gran noticia del día. Lo saben esos desprevenidos que se dejaron la ropa en la soga anoche. Lo saben aquellos que tuvieron que rescatar el piloto del fondo del ropero. Lo saben los estudiantes que saltan charcos y esquivan baldosas flojas camino a la escuela. Lo sabe la Doña que puteó al automovilista incauto que la salpicó en una esquina. Lo sabe ahora el tío Carlos porque le duelen los huesos y no necesita ni asomarse por la ventana para ver el aguacero. Pero Enrique, el vendedor de paraguas, lo sabía mucho antes que todos ellos. 

Las calles de la ciudad amanecieron empapadas y los tucumanos recibieron el clima fresco como una redoblona en la quiniela vespertina. Esta mañana en el microcentro, algunos apuraban el paso para refugiarse del agua o quizás para evitar las preguntas de Javi El Vivo, el incisivo movilero de eltucumano.com y latucumana FM. Otros, celebraban el advenimiento del frente frio, como el transeúnte que confesó ante las cámaras: “La verdad que estamos bien porque hacía muy mucha calor y no se podía estar”. 

Muchos aprovecharon para rendirse ante la tentación culinaria de un buen guiso y el calor bondadoso de un chocolate caliente que entibia el cuerpo y calienta el alma. Los más histriónicos y exagerados sacaron la ropa de invierno impregnada de olor a naftalina y hasta se calzaron gorros de lana. “¡Qué van a dejar para el invierno!”, advirtió alguien llamando a la mesura. 

Pero si la lluvia y la bondad climática de la jornada fueron celebradas como la atajada del Dibu Martínez en la final del mundial de Qatar, el que más la festejó fue Enrique, confeso ex actor y actual vendedor ambulante apostado en la esquina de 25 de Mayo y San Martín. Desde esa trinchera en el centro neurálgico de la ciudad, el comerciante gozaba ante las oportunidades que le llovían conforme avanzaba la mañana. Obra y gracia de la teoría del derrame dirían los sesudos esbirros de la macroeconomía. Pero Enrique, nuestro Enrique, no sabe de esas especulaciones de los tahúres del mercado, lo suyo es algo más visceral, una premonición, un sexto sentido. 

“Seamos sinceros… Nosotros compramos el día antes los paraguas y los guardamos. Se larga el agua y los vendemos porque, si se larga el agua y no tenemos paraguas, hasta que vamos a comprar y todo, ya perdemos la mañana”, reveló el vendedor de paraguas con el candor del triunfo comercial latiéndole en las pupilas. 

¿Pero cómo es que lo hace? ¿Cómo se anticipa a la jugada para esperar en su esquina al oficinista descuidado y a la señora que no quiere que se le arruine la permanente? ¿De qué manera se las arregla para tener a mano la solución que satisface la necesidad más urgente? La confesión que sigue a continuación despertaría la admiración de un Fernando Pazos o de un Minetti. Acá la magia de su secreto y de su éxito circunstancial: “Tengo predicciones… No soy curandero ni manosanta, pero tengo predicciones. O sea, yo sé cuándo va a llover, cuándo a cambiar el tiempo…”

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