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La experiencia de caer presa en otro país en un relato descarnado

Literatura

El escritor colombiano Jaramillo Rojas llega a Tucumán para presentar este viernes su último libro donde la narradora cuenta su encierro en una cárcel. El cruce de la ficción con la vivencia carcelaria: “Le da voz a las mujeres que no nombramos”.

Foto: Infobae





La cárcel, el encierro, la violencia contra las mujeres y la escritura como forma de redención son algunos de los ejes que atraviesan “Privilegio: diario cautivo”, el libro que el escritor y periodista colombiano G. Jaramillo Rojas presentará este viernes 11 de noviembre a las 19 en la Sala Osvaldo Costello (Congreso 286, Tafí Viejo) en el marco del FEPLY (Festival Provincial de Letras y Yungas). “Este es el diario de Débora, una mujer que cae presa en un país ajeno. Como todo diario tiene pretensiones de intimidad, pero se dirige a nosotros, sus lectores. Para Débora, escribir un diario es una manera de dialogar consigo misma y con el mundo, una especie de confesión que le permite mirarse y reconocerse y, a la vez, explicarse ante la mirada extrañada de la humanidad”, comenta María Beatriz Delpech acerca de esta novela donde Jaramillo cruza la ficción con su propia experiencia brindando talleres de escritura en institutos penitenciarios. La presentación estará a cargo de Priscilla Hill, Inés Varela y Leandro Basso. 

“Débora está fuera no solo de su país, sino también fuera de la sociedad, fuera de su familia, fuera de todo espacio de confianza y trata de aferrarse a alguna certeza, por banal que parezca. De la mano de la profesora de un taller de escritura automática y de una escuálida biblioteca de un penal indistinguible de cualquier otro penal, va aprendiendo a construir y a explorar sentidos provisorios capaces de transformar ese limbo lentificado de la cárcel en un tiempo humano narrado. Un tiempo en el que la sororidad, la maternidad, la sexualidad y la amistad se conjuren, si no para salvar, al menos para sobrellevar”, explica Delpech acerca esta obra que cuenta con ilustraciones de Héctor Fabián Rodríguez

Jaramillo Rojas es sociólogo, periodista y docente. Ha escrito los libros de cuentos Sur (Fallidos Editores, 2019) y Sal (Fallidos Editores, 2021), el libro de crónicas Cubanías (9editores, 2020) y Sensorium. Historias Bogóticas (9editores, 2021). Procedente de Bogotá, el autor llega a nuestra provincia como parte del equipo de cronistas de Revista Late que estará brindando a partir de este jueves un taller de periodismo narrativo nocturno que busca retratar los secretos de la noche tucumana. 

Escribir lo mejor para mí (Prólogo de Carolina Bustos Beltrán)

Escribir para sosegar; escribir por rebeldía; escribir, quizá, para no morir.   Dice Juana Débora M. Romero: “Escribir lo mejor para mí…”., a lo mejor intuyendo que escribir como lo reveló en algún momento la escritora francesa Marguerite Duras es “descubrir que sólo la escritura te salvará”. De este modo, el acto de escribir construye esta historia como elemento catalizador que le da voz a las mujeres que no nombramos, aquellas en las que se piensa poco y para quienes la escritura alude a una redención de su propia libertad. Llevar un diario será la excusa para realizar este ejercicio con cierta disciplina. En el acto de escribir cada día con el ánimo de establecer un diálogo consigo misma, la narradora-protagonista confrontará al lector con la realidad de un centro penitenciario o, lo que es lo mismo y para el caso de esta novela, con esa montaña rusa que es el cotidiano de las mujeres que cumplen una condena en un penal. No en vano las palabras “condena” y “penal” evocan pena, dolor, angustia y en otras acepciones hasta crimen y delito. En este profundo drama anímico, asistimos a las vueltas de tuerca macabras e inentendibles en las que el destino cambia una vida para siempre. Así nos conduce, a contar días, el escritor bogotano G. Jaramillo Rojas en su novela Privilegio: diario cautivo

Consiente de la tensión y el detenimiento que genera en la psiquis humana el caos y la incertidumbre; el conteo del tiempo será una invitación a una lectura en cámara lenta: “Días, semanas, meses, años. Todo es lo mismo. Aquí la eternidad consiste en que todo se mide en minutos. Por ejemplo, ese minuto que acabó de pasar ya es muy remoto y casi que lo he olvidado, ese que está pasando justo ahora es fatídicamente lento y ese que está por llegar parece una de esas estrellas distantes que de vez en cuando titila en la soledad de una noche despejada”.

Es ese tiempo congelado por lo rígido y gélido, el que evoca la protagonista. Los días que pasan sin fin son el fardo de la decisión que cambió el curso de su destino. Su voz reclusa como ella se quiebra en la espera de la condena. Débora es una mujer de treinta y ocho años, madre de dos hijos, ella misma nos relata algunas veces con monotonía, y otras con acierto, la pesadumbre y el dolor como consecuencia de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades de los sin futuro. Bajo el amparo de destellos poéticos, Jaramillo Rojas construye un universo onírico en el que la protagonista nos acerca con sencillez a añoranzas sin pretensiones de una vida ideal. Su único anhelo: la libertad. Para regresar a su casa en el campo y buscar la sombra de un limonero, para vivir una vida sencilla al lado de su padre y sus dos niños. El desgarro comenzará cuando la historia devele sus delitos. El hecho de no considerar entregar una carta de apoyo escrita por ella, para sus compañeras reclusas, será el detonante de sus verdaderas miserias. Epístola incipiente, escrita como si fuera un fragmento de manual de superación personal, cargada de positivismo tóxico a modo de autoengaño, no dará cuenta de la realidad a la que esperábamos enfrentarnos desde el inicio de la novela, pero Débora de primera mano la conoce y la padece. Tal vez el lector voyeur necesitará de altos grados de morbo, de toda la violencia que existe en las cárceles, del exotismo de la sexualidad de las reclusas, incluso saboreará con gusto los abusos del personal penitenciario. Esos directores o guardias a quienes no les tiembla la mano, ni el bolillo firme como sus penes erectos, para amenazar a las que no se adaptan. Esas mujeres que como la guardia Sarabia abusan de su poder y amedrentan a las que no obedecen y están muertas de miedo a ser violadas por no cumplir favores. A todo esto, el autor prefiere acudir a “la virtud” como sentencia para sostener la tensión. ¿Acaso será necesario producir una catarsis? ¿Volver a la virtud de la paideia para edificar algo de humanidad en los qué nos consideremos libres? 

Sin pretender disipar la respuesta, la literatura, el cine, la televisión no han dejado de lado este tema para nutrir diversos escenarios en el que la experiencia de la pérdida de libertad, el aislamiento o el encierro llevan al límite de la cordura a cualquier persona que esté padeciendo la desolación, la angustia o los brotes psicóticos que emergen de los submundos de los centros penitenciarios. A nuestros días, parece que el tiempo está a favor con los productos audiovisuales que se acumulan en las plataformas de streaming para introducirnos en la narrativa de series carcelarias en las que personajes femeninos seducen a la audiencia no sólo con sus uniformes amarillos o naranjas, sino también con sus mórbidos universos. Esas mujeres con patologías criminales llamadas Carmenza o Lorena, denigradas, abusadas y humilladas, minimizadas de nuevo en su condición femenina, son culpables por perder los estribos y responder con violencia a los abusos cometidos y perpetuados por sus parejas, jefes, tíos, hermanos y sus mismos padres, víctimas directas de las relaciones que establece el machismo autorizado, fenómeno que el autor denunciará con ciertas letanías recurrentes.

“De la cárcel te voy a sacar mujer / si tú eres mi cárcel y mi condena / amor / mi cruz y todo (…)”. 

Sin embargo, estas realidades superan la ficción, y estas mujeres son sometidas a juicios lentos que nunca llegan o se dilatan, porque tal vez “la justicia”, como muchas veces sucede y en especial para estas mujeres extranjeras recluidas en un país que no es el suyo, pasan al olvido. En este cúmulo de injusticias, quiere detenernos una vez más Jaramillo Rojas, la situación de impotencia que soporta Juana Débora y la degradación personal y psicológica a la que es sometida por la incertidumbre. De esta larga espera emana la soledad como el filo de un cuchillo que la aniquila.

“Con el tiempo la soledad se ha convertido en mi única compañera, yo me siento de ella, me siento hija de la soledad”.  

El trascurrir con un poco de fe para mantenerse en pie es el propósito de la protagonista, a la que lo único que la sostiene es el deseo de volver a estar con su familia. Débora sufre por no poder ver a sus hijos, sólo hablarles y sentirlos un poco cerca cuando una “excepcional” llamada telefónica internacional se lo permite es su aliciente y ella puede imaginarlos disfrazados de Súper Héroes como ellos se lo cuentan con alegría por el teléfono. La tristeza de saber que su padre envejece y que esa esperanza de volver se esfuma es una permanente caída al vacío. La trampa que teje la resignación, al mismo tiempo la desquicia. Padecer la negligencia de la justicia produce escalofríos, a pesar de la buena voluntad, de los esfuerzos, de la gente buena que te cruzas, incluso a pesar del amor, hay un limbo, una distancia, una frontera insoslayable. 

El autor no nos dejará salir ilesos al presentarnos a una mujer noble, a una madre, a una mujer que aprende a amar la literatura en la biblioteca de un penal leyendo cuentos y poemas y, por supuesto, también escribiendo. G. Jaramillo Rojas como escritor crítico y agudo de su tiempo observa de modo incansable estas múltiples realidades y fenómenos sociales que no dejan de inquietarlo, por esta razón va a la fuente misma de los hechos y gracias a su propia experiencia como maestro de escritura creativa, en un penal a las afueras de una gran ciudad de un país lejano, pudo escribir esta necesaria novela. ¿Para persistir en abrirnos los ojos? ¿Para que miremos de frente las realidades de estas mujeres invisibles? No lo sé, los libres ignoramos los privilegios.