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"Pensé que no las vería más": la valla de Lastenia la separó de sus hijas y vive para contarlo

HISTORIAS DE ACÁ

Cuando Carolina se enteró de que sus familiares habían dado positivo, decidió que sus niñas de 4 y 6 años se fueran a la casa de la abuela en Villa Mariano Moreno para evitar el contagio de coronavirus. La increíble historia de una madre que durante 14 días estuvo sin ver a quienes más ama en su vida. Hasta esta noche que emociona a Tucumán.

Carolina y su familia: todos juntos y sanos, como siempre.





Carolina está llorando. No puede parar de llorar. Acaba de filmar con el celular cómo se corren las vallas que cercaron las calles de Lastenia. Escucha el chirrido de metal sobre el asfalto, se conmueve con los aplausos a la Policía, a los médicos, a los héroes, al intendente, a todos los que vuelven a circular libremente. Es inmensa la emoción de Carolina esta noche, pero le falta lo más importante.


Carolina le está relatando a el tucumano lo que siente, la alegría, pero mueve la cabeza buscándolas, se pone en punta de pies, levanta la vista una vez más hasta que las distingue y ahí las mira viniendo a sus brazos, corriendo a sus brazos como corren dos niñas de 4 y 6 años a los brazos de su mamá después de dos semanas sin verse.


Sólo una madre puede sentir lo que está sintiendo Carolina cuando se abraza a sus hijas que la noche más difícil de su vida han quedado del otro lado de la valla, yéndose con su abuela a Villa Mariano Moreno. Esa noche fue cuando se definió el cerco a las cuadras de los barrios en Lastenia y es una noche de la cual Carolina no se olvida más: “La noche que estalló todo aquí, yo había ido a ponerle una inyección a mi tía. En ese momento estábamos todos sentados en el comedor sin saber todavía qué pasaba. Hasta que suena el teléfono. Era mi primo, que me dice: ‘¡Caro, ya quiero que salgas de la casa! ¡A mi papá le ha dado positivo! ¡Sacate toda la ropa! ¡Seguro que todos estamos contagiados!' Eso me dijo y se me cruzaron mil cosas en la cabeza”.


El primo que llamó desesperado a Carolina es César, quien le contaba la semana pasada a el tucumano cómo había recibido el llamado desde el Hospital del Este: su padre Carlos, de 68 años, había sido diagnosticado de coronavirus y nueve de sus familiares también. Difícil es imaginar el momento de angustia que ha atravesado Carolina cuando recibió la noticia paralizó a la familia, al barrio, a la ciudad, a Tucumán. Pero intenta explicarlo.


“Fui corriendo a mi casa. Pensaba en mi tía de 85 años que es discapacitada motriz. Pensaba en mis hijas más chicas. Llego a la puerta de mi casa. Sin entrar, le grito a mi marido: ‘¡Traé el alcohol! ¡Poneme, poneme en los pies!’ Y a mis hijas les gritaba: ‘¡No se me acerquen!’. Fueron minutos terribles. En el acto la llamé a mi mamá, que vive en Villa Mariano Moreno. Le pedí que se las llevara. Apenas me atendió, me dijo: ‘¡No te acerqués a las chicas!’. Mi hija mayor les armó una valija con ropa, mis chiquitas no entendían nada, no sabían por qué se iban, y yo lo único que podía explicarles era: ‘Porque ha venido el coronavirus’”.


El relato de Carolina tensa el cuello, el pecho, la cabeza, el alma. Así como estaba ella, pone a quien escribe y a quien lee el siguiente diálogo antes de separarse por el vallado hasta quién sabía cuándo:


- Mamá, ¿que te está haciendo daño el coronavirus?
- No sabemos todavía, mi amor.
- ¿Que no te podemos dar un beso?
- No, mi amor.


De lejos, sin tocarse, sin abrazarse, Carolina vio cómo esa noche llegaba la abuela a llevarse a las niñas para alejarlas de la cuadra con el virus en el aire: “Se me ha destrozado el alma verlas irse. Yo quedaba de este lado del vallado y mis hijas se iban. No sabía si iba a volver a verlas. No quería pensarlo, pero te juro que pensé que no las vería más”.


“Mi nena de 6 años tiene un problemita en el corazón y teníamos miedo de que se contagiara: vivíamos esas horas hasta que nos llegaran los resultados de los hisopados como podíamos. Cuando nos dieron el negativo, no podíamos dejar de pensar en el resto de mis familiares positivos. Realmente fue muy difícil vivirlo todo junto. No podía dejar a mi tía sola: un primo me acercó barbijos y guantes especiales para poder cambiarla y cuidarla. Los médicos nos llamaban todos los días, la verdad que nos sentimos cuidados, no presentábamos síntomas, pero sólo quería volver a ver a mis hijas”, relata Carolina en esta noche tan especial, con la emoción a flor de piel en los vecinos.


“Es impresionante lo que he sentido cuando se han corrido las vallas. Fueron sentimientos muy encontrados: tenía miedo de todo, de que me dé positivo, de haber hecho daño a alguien. Nunca pensamos vivir todo esto: lo mirábamos en la tele, pero nunca pensamos que nos toque tan de cerca. Por más que estábamos bien, pensábamos en mis primas, en mis tíos, en los vecinos contagiados. Como les pasa a muchos, escuché los audios que decían que había dado positivo, que yo era muy cercana a los familiares positivos, que era imposible que no tuviera el virus, pero eso ya queda atrás”.


“Lo que tenemos que saber es que esto pasa: tomemos conciencia de que existe y de que se vive. Nadie tiene la culpa. Es invisible. Nos tenemos que cuidar entre todos. No le deseo a nadie lo que vivimos”, suspira aliviada Carolina, mientras de fondo se escuchan voces infantiles, música y el debate familiar: “Están desesperadas por elegir qué vamos a ver en la tele. Mi marido hace unas pizzas espectaculares. Hace dos semanas que no las veo y me preguntan todo y me piden huevitos Kinder, quieren chocolates, huevitos, pizzas, de todo. Le he rezado a Dios por vivir de nuevo este momento y sé que solamente Dios y la Virgen me ha permitido volver a vivirlo, verles la carita y escuchando la última pregunta que me hicieron llorando: ‘Mamá, ¿ya se ha ido el coronavirus? ¿Ya no nos va a hacer daño?’”