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Exorcizar el empingue o cómo sobrevivir a la agonía mundialista

Opinión

La vida parece aún más cuesta arriba tras la derrota de la selección en el mundial. Cómo transitar la agonía de estos días que nos separan del partido contra México. Por Exequiel Svetliza.





Hasta los culos de los maniquíes en las vidrieras del centro parecen caídos en desgracia. Los pies pesan más que de costumbre y las jetas se alargan a lo Munch, vencidas por la extraña fuerza gravitacional de esta mañana de miércoles que todo lo tira para abajo. Las veredas son el escenario del martirio pedestre por donde hombres, mujeres, ancianos y niños se mueven como autómatas. En una esquina cualquiera, alguien vomita una puteada que se replica en ecos de bilis. Un parroquiano duerme sobre la mesa del bar. Una burbuja de baba le late en la comisura como único signo vital. No ama. No ríe ¿Sueña? A más de 13.000 kilómetros, el rey de Arabia Saudita ha decretado feriado nacional para que trabajadores y estudiantes celebren. Acá, la resaca del debut mundialista exige un impuesto de fe. Laburar cuesta más. Vivir cuesta más. Creer cuesta más. La cartografía de nalgas afligidas, ojeras indómitas y miradas náufragas desnudan las nervaduras de una aflicción muy nuestra. 

Muchos todavía no logran conciliar el sueño en estas horas que fueron de la ansiedad esperanzada de la previa al desencanto inesperado de la derrota. Por estas latitudes del globo terráqueo, los mundiales se esperan con ganas y marcan, como los anillos internos en los troncos de los árboles, los ciclos vitales de los hinchas. Es una expectativa que se sedimenta a lo largo de cuatro años y que ahora se estiró todavía un poco más. Una espera que estuvo signada por el título que cortó una sequía de 28 años, con un Messi virtuoso a la cabeza y un equipo a la altura de las más elevadas ilusiones. Las publicidades de cerveza y su nacionalismo exacerbado, el Diego que alienta desde el cielo, las nuevas canciones, las viejas cábalas, los mufas de siempre, el álbum de figuritas, las camisetas truchas invadiendo las calles, las copas de plástico y la constelación de televisores que se encienden al unísono de una punta a otra del país. Todo demasiado intenso y festivo hasta que la realidad impone su mandato implacable y nos arroja a las profundidades geológicas de esta desazón que ahora nos habita. 

Del encajetamiento al empingue fue el periplo errático de nuestro electrocardiograma emocional. La derrota de la selección llegó después de un invicto de 36 partidos y tiene el sabor amargo de un desengaño amoroso en la previa de una boda. El desencadenante insospechado de una crisis de confianza en un momento crítico. La consternación fue total y el abúlico aliento de la hinchada argentina en el estadio qatarí tampoco ayudó mucho, se pareció bastante al silencio que guardan en la mesa de un café dos que se quisieron demasiado y ya no saben bien qué decirse. Ahora hay desencantados que vaticinan escenarios de terror y finales apocalípticos. También, entusiastas que se niegan a perder las esperanzas. Continúan apostando a ese amor. Borrón y cuenta nueva. Acá no ha pasado nada. Los más escépticos parecen responderles con el popular “por eso te hacen aca”. Se entiende, todavía tienen el corazón roto. 

Entre la devoción y la herejía, entre la lealtad absoluta y la abjuración de ese amor se debaten los hinchas por estas horas. Muchos nos preguntamos cómo transitar la agonía de estos días que nos separan de la tarde del sábado cuando se juegue el partido contra México. Cómo continuar con nuestras vidas cotidianas mientras el aguijón emponzoñado de la incerteza sigue ahí clavado. Cómo aguantar. Cómo resistir en la espera tortuosa de un desenlace. Cómo vivir. Cómo seguir creyendo. 

No escuche a los sesudos analistas deportivos de radio y televisión elucubrar el futuro en la mirada de Messi. No especule con resultados posibles antes de irse a dormir. No consulte con videntes, curanderos, parapsicólogos. No busque analogías aparentes con mundiales anteriores. No haga promesas insólitas como peregrinar de rodillas a Qatar. No le rece a diferentes dioses ya existentes o creados por su imaginación. No se acerque a los profetas del desánimo popular. No se flagele ni martirice. No le escriba a su ex para preguntarle su opinión al respecto. No amague con hacerse brasilero. No se mienta con que esta será la última vez que se ilusiona con la selección. 

Abrácese a la gente que quiere. Acaricie un perro. Juegue con un niño (como un niño). Escuche música alegre y, si la sabe, cante. Coma la comida que más le gusta. Pise el césped descalzo. Pida helado (si le da el bolsillo, en la heladería cara). Quédese más tiempo en la cama y en la bañera. Sonríale a la vecina, al vecino. Provéase de una importante cantidad de caramelos gomita. Prenda un faso si es que fuma. Haga que su vida sea más feliz, plácida y digna de vivir hasta que llegue el sábado. 

Después, quién sabe.