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Un equipo de rugby busca unir a los vecinos de La Bombilla con la policía

Historias de acá

Tiene su cancha en el predio del Comando Radioeléctrico y reúne a los jóvenes del barrio Juan XXIII. El San Miguel Rugby Club apuesta al deporte como forma de inclusión social. Los comienzos de un club popular que busca desmitificar la idea del rugby como una disciplina de 'chetos'.

Los chicos del San Miguel Rugby Club entrenando (Fotos de Rafael Uzqueda)





El cielo está cubierto de nubes y la humedad satura la atmosfera de esta tarde de viernes. Un niño morrudo se aferra a la pelota y pecha para adelante seguido de cerca por un séquito entusiasta que intenta, sin éxito, frenarlo. Las crocs que calza no son obstáculo alguno para que supere a uno, a otro y otro más hasta llegar a la línea imaginaria del in-goal donde apoyará la pelota para después abrazarse con todos, incluidos los que intentaban detener su corrida, diríamos, los supuestos rivales, aunque acá no parece haber tal cosa. Metros más allá, un grupo nutrido de changuitos y changuitas más pequeños salta sobre unos aros de ula-ula dispuestos en el suelo bajo la atenta mirada de las profesoras. En el corazón del barrio Juan XXIII, conocido popularmente como “La Bombilla”, y dentro del predio del Comando Radioeléctrico de la policía de Tucumán, los jugadores y jugadoras del San Miguel Rugby Club realizan el último entrenamiento del año. En instantes nomás, cuando los llamen para el tercer tiempo con mate cocido y tortillas, la tarde se poblará de trinos entusiastas.

“Este es un hermoso deporte, siempre lo he querido hacer, pero en los clubes eran muy caras las cuotas. Es un deporte que generalmente juega la gente con plata y se puede decir que es de 'chetos', pero no es así. Si alguno se siente más que uno, eso ya es problema de él”, planta bandera Agustín Bustamante, un joven de 17 años que vive a cuatro cuadras del predio y que juega de segunda línea en la categoría M2. Agustín vino por primera vez en julio del año pasado y desde entonces, de lunes a viernes, no falta un solo día.

En el Juan XXIII, el San Miguel Rugby Club ha surgido como una alternativa para muchos jóvenes que, al igual que Agustín, no podían solventar la práctica en otros clubes de la provincia. El segunda línea destaca esa función social que cumple el club: “Se han sumado muchos chicos del barrio, algunos que andaban muy mal con el tema de la droga, han venido y ahora están de diez. Hay muchos que están prendidos de la gilada, están mucho con eso y no los puedo hacer venir. Eso sería de una ayuda inmensa porque los despabila de estar pendientes de que quieren esto o aquello”.

El San Miguel Rugby Club ha participado este año del Torneo X Rugby, organizado por la Unión de Rugby de Tucumán (URT) donde participan nueve clubes emergentes de distintos puntos de la provincia. Se trata de clubes que aún no cuentan con personería jurídica y que, por lo tanto, no se encuentran afiliados a la URT. El club de “La Bombilla” ha tenido una gran performance este año: de 16 partidos han perdido sólo tres. “Creo que el fuerte es nuestro sistema de juego. Hay algunos a los que les molesta nuestra forma de jugar porque ellos están más preparados, pero nosotros tenemos más picardía. Nosotros nos apoyamos mucho en el compañerismo, protegemos siempre entre todos al que lleva la pelota”, analiza Agustín quien acaba de terminar la escuela secundaria y espera estudiar peluquería el próximo año.


“Tratamos de que este sea un club que pertenezca al barrio y que los chicos se identifiquen con él. Que sean ellos quienes le den vida a esto. Lo importante es la identidad, poder decir orgulloso: soy de La Bombilla y no de una manera despectiva, como hacen generalmente los medios de comunicación”, con esas palabras define Leticia Osorez Ferreyra, integrante de la fundación Cultura Para Todos, los propósitos del San Miguel Rugby Club donde hoy alrededor de 80 niños y adolescentes de entre 8 y 18 años practican un deporte que muchas veces les pareció inalcanzable: “El objetivo es brindarle la oportunidad a los chicos que no tenían acceso al rugby como deporte, desde un punto de vista inclusivo. Es como que el rugby está cooptado por una élite, pero eso no es natural del rugby,  sino que se ha dado que culturalmente que sean las clases más altas las que lo han practicado”.

Según explica Osorez, el rugby permite incluir a distintos tipos de cuerpos lo que lo vuelve un deporte muy inclusivo: “En el fútbol, por ejemplo,  por ahí a los más gorditos no los dejan jugar o los mandan al arco. Se da otra dinámica en el rugby, todos cumplen un rol y se trabaja mucho en equipo, entonces, se ponen en práctica muchos valores como el respeto por las normas”.

El club arrancó el 8 de marzo de 2018, una fecha signada por el dolor en el Juan XXIII, ya que ese día se conoció la noticia de que Facundo Ferreira, un vecino de doce años del barrio, había sido asesinado de un tiro en la nuca por policías. La tristeza y la rabia de los habitantes de “La Bombilla” con la fuerza, enlutaron el comienzo de esta iniciativa que buscaba, entre sus principales objetivos, acercar a la gente del barrio y a los miembros de la institución en mismo club barrial. El predio que el Comando Radioeléctrico tiene en la calle 12 de Octubre al 700 no sólo reúne las condiciones para una cancha de rugby reglamentaria, sino que fue pensado como el lugar que propicie el encuentro entre policías y vecinos; una espacio compartido que ayude a superar muchos años de una convivencia conflictiva.

De un lado, los jóvenes del barrio son constantemente estigmatizados como posibles delincuentes. Del otro, “la gorra” o “la cana” representa la represión. “Puede ser que en un comienzo sonaba fuerte que el club sea acá porque está la idea de que la policía es algo malo, hay ese rechazo. Entonces, hemos empezado a trabajar con la idea convivencia pacífica porque hay mucha violencia y tensión en el barrio con la policía. Nosotros hemos planteado que no tiene que haber esa relación de conflicto: los chicos del barrio no son delincuentes y la policía tiene que cumplir con un rol que es defender la seguridad de todos”, explica Leticia Osorez Ferreyra, integrante de la fundación que lleva adelante la iniciativa.


El proyecto de fundar el San Miguel Rugby Club en el predio tuvo el visto bueno del Ministerio de Seguridad que, además del lugar donde está la cancha, donó unas instalaciones que se encontraban abandonadas. Los policías ayudaron con las instalaciones eléctricas y, como todavía no cuentan con baños propios, los jugadores del club usan los baños del Comando. La idea es que miembros de las fuerzas y vecinos formen parte de la Comisión Directiva del club y que el equipo esté conformando tanto por la gente del Juan XXIII como por policías. De hecho, ya han comenzado a realizar algunas tareas conjuntas como plantar árboles en el predio. “Hablamos con el Ministro de Seguridad Claudio Maley para que el ministerio tenga también un rol social y que no sea todo más armas y más policías, sino que tenga una base de inclusión, de dar más oportunidades a la gente, y apoyó la idea”, cuenta Leticia. El proyecto cuenta también con el apoyo de otras organizaciones como la Fundación Boreal y el Puedes de la UNT.  

En la cancha donde entrenan predominan las camisetas de fútbol: de San Martín, de Atlético, de la Lazio, Real Madrid y, sobre todo, del Barcelona. Hay un Messi y un Saviola que corren a trancos largos porque los profes acaban de anunciar que está listo el mate cocido que acaba de preparar María Teresa Soria, vecina del barrio que siempre está para dar una mano, tanto en el club como en la Orquesta Juan XXIII y en la murga “Los Tocafondo”. Todos ocupan su lugar en el tablón, pero al rato ya están correteando de nuevo en el césped. Ahora, un avión a chorro deja una estela de humo que surca el cielo y uno de los changuitos lo sigue con la mirada: “Ese es Gokú… porque Gokú vuela ¿qué no?”. Algunos, más grandes que él, se ríen con la ocurrencia, mientras se van pateando piedritas. Será hasta que, el año que viene, el rugby los vuelva a juntar en este club que es suyo como ningún otro.