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"Mi hijo le dejó un mensaje para mí": las últimas palabras de Alejandro Sánchez

HISTORIAS DE ACÁ

María, la madre del joven cadete tucumano asesinado en la avenida Colón, buscaba a un señor que socorrió a su hijo en los últimos minutos de su vida: lo encontró. El drama que no termina.

La familia de Alejandro lo llora todos los días.





La foto de perfil de María Pachilla, la mamá de Alejandro Sánchez, también está partida en dos: una mitad de la foto es el joven sonriente guiñando un ojo y la otra mitad es la cinta negra de luto que reza “Descansa en paz”.


Solo María sabe lo que siente cada vez que le suena el celular. Este viernes se cumplen nueve días del asesinato del joven cadete y le suena el celular a la madre: “Aquí estoy, destrozada. Hace dos años perdí a otro hijo por diabetes, de 32 años, Walter Enrique. Y ahora Alejandro, mi otro hijo. Tengo siete hijos, ahora me quedan cinco”.


Como si hiciera falta aclarar algo por algún motivo innecesario, María explica: “Mis hijos eran trabajadores. Crié muy buenos hijos. Ninguno sabe manejar armas, todos son trabajadores, ninguno tiene prontuario. Nunca me ha costado criarlos”.


Y agrega la madre que habla este viernes acorde al clima frío y lluvioso de Tucumán: “Hay madres que meten las manos en el fuego por sus hijos. Los vecinos y los amigos saben qué clase de personas son mis hijos. Yo, por mi parte, no sé de dónde saco fuerzas para salir de la cama cada día. Tengo un comedor solidario con familias de varios barrios que vienen a comer por día. Se están repartiendo 422 porciones por día. A pesar del virus no bajé los brazos, seguíamos por los niños, por los ancianos, pero se me hace difícil”.


Hace nueve días, Alejandro Sánchez se preparaba para ir a cumplir el turno tarde en Los Eléctricos, la sanguchería clásica de calle Suipacha casi Mitre. “Mi marido hace ya 32 años que trabaja en Los Eléctricos. Es mozo. Se llama Raúl Sánchez. Pablo Sánchez, mi hijo, también es mozo de Los Eléctricos. Y Alejandro preparaba todo lo que era milanesas: tenía la llave del negocio, no era encargado, pero le tenían mucha confianza. Era bueno. Entraba a las 8 de la mañana para entregar tantas milanesas para el día”.


No hace falta aclarar el tono de la entrevista, pero se hace difícil escuchar a María y escribir sobre los diálogos que recuerda María: “Mi hijo venía y me decía: ‘Mamá, ¿adiviná cuántas milanesas armé? Hoy hice 400. Yo solo’”.


“Era trabajador Alejandro. Con este problema del virus, salían de cadetes mis dos hijos y mis maridos porque no se podía abrir el bar. Salían a entregar comida. Ellos andaban cadeteando. Mi hijo ahora entraba a las siete de la tarde. Pero ese día entró a las seis y media. Como tenía ropa en la sanguchería, se había ido de pantalón corto. Allá se iba a vestir para entregar los sangüis, hasta que llegó a la esquina”.


Alejandro Sánchez solamente había recorrido seis cuadras desde su casa en su moto cuando pasó lo que pasó a continuación: “Justo se encontró con mi hermano, su tío. Justo pararon para saludarse, pero a metros ya se ve a los que estaban esperando para robarle a alguien. Cuando los encaran a mi hijo y a mi hermano, los apuntan. Lo tenían apuntando a mi hermano y a mi hijo. Él tenía una moto grande: era su sueño, era su vida. Yo siempre le decía: ‘¿Por qué esa moto, hijo? ‘¿Por qué esa moto?’”


Luego del forcejeo con Alejandro, sonaron dos disparos: “Nosotros estábamos tomando mates. Mi marido ya se iba también para la cadetería cuando llegó mi hermano, gritando. Se fueron a verlo y yo quedé enloquecida. No sabía qué le había pasado. Cuando llegó el papá a verlo, Ale lo abrazó, y le pidió que le cuide a los chiquitos. Era padre de dos chiquitos. Uno de 11 y otro de 7. Se acuestan llorando y se levantan llorando”.


Cuando disparan a matar y las balas desploman a Alejandro en el pavimento de avenida Colón al 1400, un matrimonio baja del auto para asistirlo: “Mi hijo le da el teléfono a la señora y el marido intenta calmarlo a mi hijo en el suelo. Nunca supe de esto hasta que la señora se comunicó conmigo y me dijo que su marido tenía un mensaje de Alejandro para mí, me dijo que mi hijo le dejó un mensaje para mí”.


La pareja de arquitectos que asistió a Alejandro en sus últimos minutos de vida se comunicó con María esta semana: “La señora me decía que no podía dormir estas noches. Ellos han visto todo. Tenían un mensaje de mi hijo para darme. Cuando llegó el señor con su mujer y su hijo, vino el hombre y me dio el mensaje que mi hijo le ha dado: ‘Decile a mi mamá que la amo’”.


Las palabras en agonía de Alejandro Sánchez para su madre María fueron dichas antes de que llegara al Hospital Padilla: “Ahí ya gritaba por sus hijos. La enfermera me dijo que, cuando me lo llevaban, gritaba por sus hijos”.


“Hoy es la novena noche y en la Baltazar Aguirre y Olleros se le hace una gruta para mi hijo: como no se puede ir a las iglesias, los amigos van a hacerle algo divino para recordarlo. Los abogados también van a estar. Yo vivo a dos cuadras, pero no puedo pasar por ahí. Los abogados ya me dijeron que, supuestamente, uno está preso. Y falta el otro con una mujer: ya hay cámaras y filmaciones. Quiero que paguen todo. Pero ni la Justicia va a calmar mi dolor. Ellos van a seguir vivos y yo a mi hijo ya no lo voy a tener. Quisiera que se mueran en la cárcel quienes han matado a mi hijo. Eso es lo que quisiera”.

María, derecha, cocina en un comedor solidario que alimenta diariamente a más de 400 personas.