Se le ha declarado

Los romances adolescentes de la vieja escuela utilizaban el verbo declarar para manifestar el momento en que en algún rincón oscuro, de la esquina del barrio o de un baile, alguien confesaba su amor a la otra persona.

"Declarátele", era el empujón inmediato que recibía de sus amigos cualquier chico que se animaba a comentar que le gustaba la chica de la otra cuadra.

"Se están declarando", era el chisme que corría cuando algún valiente había decidido volver acción sus sentimientos y sin tantas vueltas le había pedido a la señorita que lo acompañe detrás de los árboles.

"Vienen de declararse", era el comentario cuando la pareja aparecía de nuevo, generalmente tomados de la mano, señal que las cosas habían salido bien.

Cuando llegaban donde estaban los demás, luego de unos minutos juntos, se separaban.

A la mujer la invadían sus amigas. Y el grupo desaparecía.

El hombre se acercaba donde estaban los amigos y, casi como rindiendo examen, tenía que responder lo que para muchos era más importante que el acto de confesión amorosa: el contacto físico, el real momento de quiebre donde se vencen los miedos adolescentes, el fin de una ansiedad latente y el comienzo de nuevas pasiones corpóreas, la calma de las mariposas de la panza y placer de la liberación de un acto reflejo, todo eso sintetizado en una sola pregunta:

-¿Te la has chapao?

Si había chape, venía después de declarar. Y claro que también había quienes chapaban sin declaración de por medio.

Lo último que se respecto al uso de este verbo es que en la noche del domingo, dos personas se confesaron por escrito que les pasaban cosas respecto a la otra.

Una de ellas me dijo: "Nos declaramos".

Y entonces yo había entendido todo: de dónde venían, quiénes eran y que cuando el barrio de tu infancia te acerca un amor, se lo vive como un adolescente.