Anoche falleció Rubén La Chancha Ale en nuestra provincia y las historias se suceden y salen a la luz nuevamente. El relato imperdible de una guerra que empezó en un baile y terminó en un Ford Sierra.
Una multitud se acercó a la esquina de los hechos. Fotos: La Gaceta.
Faltaban apenas unas horas para brindar por la llegada de un Año Nuevo cuando las calles de Tucumán se tiñeron de sangre. Era la tarde del 31 de diciembre de 1986 cuando la esquina de avenida Roca y pasaje Neuquén quedaría marcada a fuego en la historia del crimen y en la de dos familias: los Ale y los Gardelitos.
Ese miércoles 31 de diciembre del 86 estaba marcado en el clima de época: todavía con la alegría en el pueblo del Mundial logrado en México y la preocupación por la inflación y los precios del gobierno alfonsinista que no impedirían los preparativos para recibir a 1987 con las mesas en las calles, la cumbia en los parlantes y la previa con los amigos antes de reunirse con la familia.
Justamente, en el Parque 9 de Julio, ese miércoles a la tarde se habían juntado los Gardelitos a jugar a la pelota para empezar a despedir el año. ¿Quiénes eran los Gardelitos? ¿Por qué les decían así? Tal como relata una investigación del diario La Gaceta, los Gardelitos deben su nombre a Alberto Soria, hijo de Zulema Soria, uno de los 10 hermanos Soria, quien era fanático de Al Capone y parecido al propio Gardel en su juventud. Tal era su parecido que entonaba tangos en los tranvías y colectivos tucumanos mientras sus hermanos les robaban a los pasajeros descuidados.
Los Gardelitos, desde los 60 hasta 1986, crecieron con el correr de los años y, tal como detallan las crónicas, trascendieron a Tucumán: “Los Gardelitos llegaron a lograr una estructura nacional, supermercados en Buenos Aires y Córdoba e incluso negocios en Italia, Brasil y Estados Unidos”, indica la investigación.
Ahora bien, paralelamente, los hermanos Ale crecían por su lado sin molestarse mutuamente hasta que un día determinado marcó el antecedente a lo sucedido el 31 de diciembre de 1986. Ese día fue el 1 de enero de 1980: “Ese día el Mono Ale fue condenado por asesinar a un vendedor ambulante. Y en el 84 salió en busca de Los Gardelitos: los encuentra en un bar de El Bajo, se enfrentan a las piñas y ganan los Ale. Lo mismo sucede en el 85, donde también ganan los Ale".
"Hasta que en el 86, entre risas y vino, los Ale y los Gardelitos firmaron la paz en El Cruce, el club donde se armaban los carnavales de la época. Esa paz duró apenas unas horas. A uno de Los Gardelitos se le fue la mano con una mujer de los Ale y volaron botellazos y sillas. Es más: hubo un tiroteo y nadie se explicaba cómo esa noche no hubo algún muerto”, agrega la investigación.
Desde aquel incidente en El Cruce, no hubo retorno y las amenazas de muerte entre ambas familias fueron una constante y una tensión que se respiraba en las calles de Tucumán durante el tramo final del gobierno de Pedro Riera. Y todo eso, como si de un almanaque cargado de balas se tratara, se vació el 31 de diciembre de 1986.
Aquella tarde, mientras Los Gardelitos jugaban al fútbol, los Ale comían un asado en una casa de Barrio Sur: “Eran las 17.30 de ese día cuando María Ester Nieva llegó con su Renault 18 a la esquina de Roca y pasaje Neuquén. En ese momento salió a la calle para hablar con ella uno de los hermanos Ale. Del otro lado de la avenida, en un Ford Sierra, venían Los Gardelitos. Reconocieron el auto de Nieva, dieron la vuelta en U, y ahí se produjo la balacera”, retrata la investigación.
De aquel enfrentamiento hubo dos muertos: Santos Pastor Aguirre, de 43 años, y Enrique Ramón Galván, de 22 años. Y un herido que sobrevivió pese a recibir dos tiros en el tórax y uno en la cara: Juan Carlos Beduino, de 30 años. Todos eran pertenecientes a Los Gardelitos, todos eran vistos por los vecinos de la zona que, azorados, colmaban las calles y se abrían paso a la llegada de los familiares de los muertos mientras que el juez que debía intervenir, el doctor Eduardo Bichara, no daba la orden de búsqueda para los Ale hasta que 24 horas después del hecho.
Pasaron 70 días del ataque cuando sonó el teléfono del diario La Gaceta. Era una llamada de la familia Ale, quien confirmaba al medio que habían estado refugiados por temor a represalias en Bolivia. El llamado agregó el aviso de que se entregarían ante las cámaras de canal 10. El único que se declaró culpable de los hechos fue Ángel El Mono Ale, quien estuvo preso cuatro meses y salió en libertad, ya sin Los Gardelitos cerca, erradicados, lejos de Tucumán.
Así quedó el Ford Sierra que manejaban Los Gardelitos aquel 31 de diciembre de 1986, el día que cambió todo. Foto: La Gaceta.