Una familia se trasladó de Tucumán a Miami en plena crisis de 2001 y empezaron con el emprendimiento en medio de la cuarentena por la pandemia del Covid-19.
Las empanadas de una pareja tucumana son un éxito en Miami
Maite González Dalponte y Federico Terán se fueron de Tucumán junto a sus hijos en plena crisis de 2001 y se instalaron en Miami en busca de una mejor situación económica. Luego de 18 años de trabajar en distintos puestos, con la pandemia impulsaron un emprendimiento de venta de empanadas tucumanas y se convirtieron en un éxito. Llevan comercializadas 35.800 a US$36 la docena. Terán dejó su empleo para dedicarse tiempo completo a “Maite & Fede´s grillings”.
En 2000 Terán trabajaba en el área de marketing de una empresa de electrodomésticos cuando empezó a ver que el consumo “se quebró, aumentó la tasa de morosidad, había menos crédito. Empezaba la crisis y el mediano plazo se presentaba caótico”. En octubre presentó la renuncia y con US$1200 en el bolsillo y una valija en enero del 2001 se fue a Miami.
Terán consiguió trabajo en una compañía de mudanzas para arrancar y, después, part time en un restaurante israelí, donde con el tiempo quedó para todo el día. Allí fue empleado durante 18 años; renunció cuando cocinar empanadas en su casa para vender requirió de más compromiso por la demanda.
Dalponte cuenta que “no sabía ni una palabra en inglés”. Aprendió y se desempeña como administrativa en una importadora de alimentos israelíes. “Cuando uno quiere salir adelante, puede. Llegamos sin saber nada de nada del idioma, fuimos sumando herramientas”, dice en diálogo con La Nación.
Federico Terán creó “Maite & Fede´s grillings” junto a Maite González Dalponte.
En plena cuarentena, un domingo hicieron un asado y empanadas para la familia y, como hacían siempre, subieron fotos a sus redes sociales. Los amigos empezaron a pedirles que les vendieran. “Como iba tres veces por semana al restaurante por unas horas, empecé a hacer empanadas los sábados", explica Terán. "Primero era una docena, después ocho y ahora son unas 30. Cada vez nos pedían más. Como no podíamos tener contacto con los clientes, hacían fila con los autos en la puerta de casa, abríamos el baúl, se las dejábamos y nos transferían”.
El matrimonio está asombrado de cómo empezaron a recibir pedidos primero de latinos, pero “después de estadounidenses, de belgas, de italianos”. “Vienen de todos lados; hay gente que maneja una hora para buscarlas”, dice. Durante la semana venden otras 30 docenas promedio, pero crudas.
En agosto pasado, Terán dejó su empleo para dedicarse por completo a la cocina. Lo ayuda su hijo más chico, de 17 años, quien nació en Estados Unidos. “No habla una palabra de español, no conoce Tucumán, pero es especialista en empanadas tucumanas”, describe. Cuando Dalponte llega de trabajar, también ayuda.
“Nos subimos a un tren que no sabemos a dónde va a llegar -comentan-. Estamos proyectando un local, pero los costos son muy altos; solo de alquiler hay que pensar en unos US$40.000. Antes de la pandemia ya nos decían que vendiéramos, pero estábamos cómodos. Salimos de nuestra zona de confort y nos fue bien”. También hacen locro cada tanto y, pese al calor, venden muy bien.
Las empanadas son tucumanas tradicionales: “Bien jugosas, de las que chorrean, con carne cortada a cuchillo. Nos hemos convertido en referencia de restaurantes argentinos de acá. Cuando empezamos pensamos que era hasta que se levantaran las restricciones, pero nos fue muy bien y ya seguimos”.
El matrimonio ya hacía empanadas antes de emigrar y eran fanáticos de las de Sara Figueroa, la eterna campeona de esa especialidad que murió en 2019 en Tucumán. “Tenemos el gusto clavado en el paladar, en el cerebro, en el corazón”, resumen.