Una mañana se soltó de la mano de su mamá, se perdió en la peatonal y caminó hasta el cerro buscando su casa. Creció en la calle, aprendió a leer con los carteles de la 25 de Mayo y hasta los pollitos lo acompañaban. Su pasión por los libros en El Ateneo, por las películas sin volumen a través de las vidrieras y el amor por las pizzas caseras: “No soy un ignorante, me gustaría ser alguien en la vida”.
Pedro.
Pedro era un niño cuando caminaba por la peatonal de la mano de su mamá Marta. Iban juntos por la Muñecas ese sábado a la mañana. Ella ya medía casi un metro ochenta mientras que Pedro rozaba el metro. Levantando la vista para ver los carteles de neón, todavía apagados ante la luz del sol, Pedro iba mirando y diciendo en voz baja: “A, B, C, D, E, F”.
“Empecé a andar en la calle desde los seis años. Iba a la escuela Lola Mora, de San Cayetano. Estuve ahí hasta 5º grado, tuve que dejar, pero aprendí a leer en la calle. Me aburría tener que pedir plata y me entretenía viendo los carteles. Así aprendí el abecedario, viendo las formas de las letras. Con mi mamá íbamos un día por la 25, le señalo el cartel y le digo: ‘Mirá, mamá, ahí dice Frávega’. Se ha sorprendido ese día mi mamá”, relata Pedro, quien los sábados a la mañana se acuerda de otro día que iba caminando con su mamá por la peatonal y le pasó lo que todo niño (y grande) teme: se perdió.
Así como era un clásico perderse en Tiendas San Juan el día de comprar los delantales, y llorar ante el vendedor, y darle el nombre a la cajera, y escuchar el aviso por parlantes a la mamá ya con el corazón en la boca, a Pedro le pasó algo parecido que lo marcó para siempre: “Una vez me he perdido feo. Yo era chiquito: iba por la peatonal y me separé de la mano de mi mamá y no la volví a ver más. Anduve por todo Tucumán buscando mi casa. No sabía mi dirección. Me fui hasta el cerro yo solo buscando mi casa porque no sabía dónde quedaba. Yo solo buscando mi casa de regreso al centro hasta que me senté en la Plaza Independencia a llorar. Estaba llorando en un banco cuando lo conocí a mi amigo Luis: él se sentó conmigo a consolarme, me ayudó a encontrar mi casa y desde entonces somos hermanos del alma, mi mejor amigo. La verdad que es un gran amigo para mí, lo quiero mucho. Es más grande que yo, pero también parece un changuito”.
El amigo de Pedro Jiménez se llama José Luis Barraza. Le dicen Patito. Y junto a él, desde niño, Pedro ha andado por las calles de Tucumán con una caja blanca y vacía de cartón. Como una caja de los zapatos que no tiene. O como si la vida le pusiera obstáculos en el camino hasta en el talle y lo obligara a andar descalzo: “Calzo 46. Ando con estas alpargatas porque son las únicas que me quedan”, le cuenta Pedro a eltucumano sentado en un banco de la 25 de Mayo, cerca de la vereda del local de Mostaza, donde estaba sentado con los pies cruzados como un Buda con hambre, y la cabeza gacha mirándose el pupo, como si rezara avergonzado.
Es el mismo Niño Grande que junto a su amigo Patito o sin él siempre buscó saber, aprender en la calle, no de la calle, sino pidiendo permiso al guardia de El Ateneo para pasar y sentarse como se sienta en la vereda, pero sobre la alfombra de la librería, entre los anaqueles de libros que devora en horas hasta que se haga de noche y sea la hora de volver a su casa en barrio Alberdi: “Me encanta leer en la librería que está por acá cerca, en la 25, la que está a la par del Mondo. Estaba leyendo Asterix y Obelix. No me gusta leer desparejo: primero el primero y después el que le sigue, bien parejito. El guardia es buena persona. Cuando yo pasaba, le preguntaba: ‘¿No le molesta que lea un librito?’ Y no me hacía problemas. Me sentaba en la alfombra sin molestar a nadie, agachadito como cuando pido, pero con un libro en las manos, concentrado. Cuando leo, no escucho a nadie más. Me concentro en una sola cosa. Y cuando abro un libro, lo termino al toque. Leo rápido y en un ratito me queda guardado”.
Si no se entretiene con volúmenes de aventuras y caballería en una librería, Pedro es el Niño Grande que bajo la F de Frávega, o ahora en la vereda de Cetrogar, Ribeiro, Garbarino o Supercanal, mira películas y documentales a través de la vidriera: “Un día estaba tonteando así y para entretenerme empecé con los carteles, pero también conocí la tele. También por la 25 había un local de televisores que ya no está más: poníamos un colchón con mi amigo y veíamos tele. No escuchábamos nada por la vidriera, pero como las películas eran subtituladas yo le leía a él o él me leía a mí. Siempre me gustó ver películas, no dibujitos. Películas de acción, de terror. La película que más me gustó es Matrix. Esa estuvo buena. También me gustó toda la saga de Star Wars. Hasta la última ví: esa del legado de Skywalker”.
“Ahora, cuando quiero ver películas o documentales me voy a un lugar que se llama Supercanal, que queda en la Maipú. Me siento al costadito y veo. Tienen tres teles: en una tele pasan deportes, en la otra pasan películas y en la última los dibujitos. Elijo la del medio porque me gusta ponerme a leer los subtítulos. Lo único que no sé es si ver a los personajes hablando o leer lo que dicen. Te perdés cosas cuando leés los subtítulos, ¿o no? Me pasa lo mismo cuando veo en la casa de un amigo una película española: los subtítulos no dicen lo mismo que lo que dicen los actores”.
Y si no hay ni librerías y vidrieras en reparación con los smarts apagados, Pedro se mete en un cyber: “Voy a Cyber Red, en la Chacabuco: ahí leo manga, cómics, y veo Netflix. Me gusta Stranger Things. En ese cyber conozco al encargado y a la señora dueña. Son muy buenos conmigo y me dejan estar un rato. Me conocen desde chiquito. Pero te soy sincero: una vez me echaron. Era una de las primeras veces que veía la computadora y estuve tres días seguidos en la misma máquina. Nunca me dí cuenta del tiempo. Amontonaba el yogurt y las galletas al lado del teclado: parecía un nerd”.
Cuando se encienden los smarts TV de nuevo en las vidrieras de las casas de electrodomésticos en Tucumán, las imágenes que cautivan a los potenciales compradores son en calidad HD: océanos, corales, mares, soles, atardeceres, la textura en primer plano de la camiseta de Messi. Pero nada asombra tanto a Pedro como un pato: “Me gustan mucho los documentales de animales: y el pato es mi animal preferido. Por eso muchos me conocen de la calle cuando andaba con pollitos en la caja. Los compraba en El Bajo y me acompañaban. Son buenos los pollitos. Cuando me iba a dormir, me lo ponía debajo de la ropa y se quedaban quietitos, calentitos y se dormían. Al principio te desconfía el animal, pero después lo dejás en el suelo y te empieza a seguir. Se re encariñaban. Pero se me fueron muriendo. Se mueren de muchas formas: a uno lo agarró un perro con la boca. Y a otro lo aplasté durmiendo. No me dí cuenta. No sabés cómo lloré ese día”.
“Llegué a tener como diez pollitos. A muchos los salvé cuando se caían por las alcantarillas. Además de acompañarme mientras pedía, los pollitos alegraban a los chicos que se acercaban y los acariciaban. Se dejaban acariciar sin problemas. Son de los animales más buenitos que conozco. Y les pongo nombre: por ejemplo, una se llamaba Sofía y otro Wilson, como la pelota del Náufrago. Me encantó la película esa, pero me dio una lástima cuando lo encuentran en ese estado al final todo flaco y con la barba y el pelo largo. Pensar que hay gente de verdad que vive así, ¿no? ¿Y te acordás cuando el náufrago se saca la muela con la bota de esquiar? Cómo me ha dolido ver esa parte. Se desmaya cuando le sale el diente. Pero si no se lo sacaba se podía morir”.
Pedro, el Niño Grande de las calles de Tucumán, tiene una pequeña cicatriz debajo del ojo derecho e inflamada la papada del lado izquierdo: “Yo ahora tengo una infección aquí en la encía. Tocá si querés: ¿ves? Se me hizo una bochita. Eso es infección. Lo único que puede curarme es la amoxicilina. ¿Ves la cicatriz que tengo aquí debajo del ojo? Esa también fue una muela: la infección me subió y me operaron a tiempo. Si seguía subiendo me podía hacer una gangrena y me podía morir. Cuando me operaron, tuvieron que cortar un poco del hueso. Ahora no estoy tomando amoxicilina, pero ya se me va a ir. Me recomiendan que me lave todos los días los dientes. Pero si tomo algo frío, me duele”.
Con la boca llena de palabras, se acerca la hora del almuerzo y Pedro se relame: “Me está haciendo dar hambre el olor a comida. ¿Cuál es tu comida preferida? ¿Milanesa napolitana con papas? Hmmm, qué rico. Pero mi comida preferida son las pizzas caseras y el estofado de lenteja. Una vez la hizo mi hermanita que todavía no tiene 16 años y ya sabe cocinar. A mí me encanta la pizza que hace mi vieja. Le pone azúcar a la salsa, la hace dulzona y se me hace agua la boca. Una vez fuimos a la casa de mi tía Mabel y me bajé como tres pizzas. Me encanta la pizza. Y la comemos con Pepsi: nosotros somos locos de la Pepsi. Mi viejo siempre anda ‘Pepsi, Pepsi, Pepsi’. Él hace carpintería: mesas, sillas, sillones, lo que vos le pidás”.
“Mi mamá estaba vendiendo en la puerta del Sanatorio 9 de Julio. Estaba en una silla de ruedas por un problemita en el nervio ciático. Mi papá es petisito. Yo salí grande a ella, a mi mamá. Todos hemos salido a ella: yo mido 1,80 y peso 160. Tengo que bajar un poco de peso”, se ríe con toda la cara de bueno que tiene Pedro, dándose chirlitos en la panza, orgulloso de algo que le pasó en la cuarentena: “He dejado de fumar cuando ha empezado la cuarentena. Eso es un gran paso para mí. He fumado desde los 14. Cuando estaba en el Belgrano me fumaba un paquete entero. Es un instituto para los que andamos en la calle. Pero no me gustaba porque te tenías que quedar hasta los 18. Siempre me escapaba”.
De vuelta a la calle con un barbijo que tiene que cambiar, con un temor que comienza a quedar atrás después de las primeras semanas, con el cuidado de sus vías respiratorias con vegetaciones, Pedro Jiménez tiene 23 años, pero sigue mirando los carteles como el primer día: “Mirá: Mostaza”, dice. Y sigue abriendo grandes los ojos cuando un libro aparece entre sus manos: “Me encanta leer. Y la verdad es que me encantaría terminar la primaria, hacer la secundaria y conseguir un trabajo para ayudar a mi familia. Ya me da vergüenza pedir porque recuerdo cosas feas que me decía la gente. Me gustaría volver a la escuela. Una sola vez la Policía buscaba a un gordito, se confundió conmigo y creyeron que había robado. Pero no era yo. No soy una persona mala. No soy una persona mezquina. Me gusta ayudar al otro. Me gustan las cosas que hablamos. Y me gustaría ser alguien en la vida. No sé si importante. Pero sí alguien. Alguien más que Pedro”.