La historia de Fabián Galván es la de muchos otros tucumanos que sufren las consecuencias económicas de la pandemia. El joven de 24 años no se quedó quieto y arrancó su emprendimiento como vendedor ambulante: “Hay que buscarle la vuelta, si uno se propone algo seguro lo logra. Si es por su familia, con más razón”.
Fabián se volvió emprender para poder ganarse la vida.
Antes de que el mundo cambiara con la pandemia, Fabián Galván trabajaba como trasportista haciendo viajes desde el sur de la provincia hasta San Miguel de Tucumán. Con la medida del aislamiento obligatorio, la empresa cerró y el joven de Aguilares se quedó sin trabajo ni medios para llevar el pan a su casa. Acorralado por la incertidumbre, apeló a los conocimientos de sus padres que desde hace más de dos décadas administran el kiosco San Cayetano del Barrio Villanueva y que, cada vez que hay festivales y corsos en la ciudad, salen a las calles a vender sánguches de milanesa y choripanes. Fue ahí en las calles donde Fabián encontró una salida a su economía familiar vendiendo productos de panadería: “Hay que buscarle la vuelta, si uno se propone algo seguro lo logra. Si es por su familia, con más razón. Podría haber hecho otra cosa, como muchos conocidos que no tienen trabajo y se dedican a robar o a hacer cosas ilegales, pero a mí no me han enseñado eso”.
Fue su madre Beatriz, con su experiencia como vendedora ambulante, quien le dio el impulso que necesitaba en aquellos días de incertidumbre económica. “Mis viejos son trabajadores de toda la vida. Mi mamá me ha dado una mano y me dijo: podemos hacer pastaflora y alfajorcitos de maicena para salir a vender en el barrio”, cuenta Fabián cómo fue el comienzo de su emprendimiento al que después incorporó otras delicatesen populares como el pan, el bollo, la empanadilla y el rosquete: “Decidí salir con una mesita el domingo a probar suerte. Un día vendí un poquito y después un poco más… así empecé”.
Arrancó poniendo su mesa con productos de panadería en la avenida Mitre, la zona elegida por muchos vendedores ambulantes de Aguilares. En la zona donde ahora inauguraron una comisaria y renovaron el alumbrado público. Pero desde hace dos semanas, por decisión del municipio, prohibieron que se instalen los puestos de venta y los reubicaron en un pasaje cercano. Según revela Fabián, en ese lugar los puesteros no tenían el mismo volumen de ventas que cuando se encontraban sobre la avenida. Por eso decidió instalarse por su cuenta en la avenida Vélez Sarsfield al 1300, a media cuadra de la escuela técnica, donde puede vérselo todos o casi todos los días.
Su rutina ahora arranca bien temprano cuando sale desde su casa en el barrio Aguilares I hasta la casa de sus padres en el barrio Villanueva. A las ocho ya está cargando las máquinas que amasan el pan mientras desayuna medio a las apuradas. Tanto su madre como su esposa, Sol, le dan una mano con la elaboración de los productos y alrededor de las 16 ya está en la Vélez Sarsfield hasta que baja el sol y empieza a pegar con fuerza el frio. “Trato de estar todos los días con la mesita. A veces, me tomo un día para descansar y reponer mercadería. Si llego a perder la mañana, ya pierdo todo el día. Algunas veces uso la mañana para ir hasta Concepción a buscar la harina porque ahí es más barata”, comenta el joven de 24 años que, en una buena jornada de trabajo puede llegar a llevarse 2500 pesos a su casa.
Pero, rebuscándosela en la calle, hay días buenos y malos. Fabián tuvo que aprender a convivir con la frustración de aquellas jornadas con pocas ventas: “Es desesperante ir a vender y vender poco o no vender nada y volverse a la casa con la mercadería. Fui aprendiendo a hacer las cosas, yo no sabía y me ha ido costando y todavía me sigue costando. Ahora ya se me hace un poco más fácil”. Según comenta, la competencia entre vendedores ambulantes ha crecido desde que comenzó la pandemia: “Con el tema de la pandemia, hay bastante competencia. En la avenida Mitre de haber seis o siete puestos pasaron a ser quince o dieciséis y muchos se dedican a vender pan y cosas dulces”.
“La gente busca mucho el pan bollo y el rosquete que hace poco lo incluí. Ese es un producto que no te dura tanto porque al otro día se pone duro y no me gusta vender cosas de ayer. Si queda algo del día anterior, le aviso al cliente y si lo quiere llevar, lo lleva. He regalado mercadería a gente que la necesita. Si veo alguien a quien se la puedo dar, se la doy”, cuenta Fabián para quien es necesario reenvidar la labor de los trabajadores informales que, como él, salen todos los días a las calles a ganarse el mango: “Me gustaría que la gente aprenda a valorar más a los emprendedores y a los vendedores ambulantes. La verdad que mi mamá siempre ha trabajado en los festivales y sabemos el sacrifico que significa estar en la calle a la espera de los clientes”.
Si bien Fabián le está agarrando la mano a su nuevo oficio, lo ve como algo temporal y espera pronto poder salir a buscar otro trabajo como el que tenía antes que se desatara la pandemia: “La verdad que me gusta y me está dando buenos ingresos, pero me gustaría tener algo mejor. Tengo la secundaria completa y me gustaría buscar otra cosa, pero ahora nadie quiere tomar a nadie y está todo complicado. Yo me siento capaz de hacer cualquier cosa, si me enseñás algo, yo aprendo”. Y si algo aprendió en estos tiempos que convulsionan al mundo es a rebuscársela para salir adelante. Por él, por su esposa Sol y por su pequeña hija de un año y cinco meses, Martina.