En una tarde tranquila del año 2008, suena el teléfono fijo en una casa de calle Muñecas al 1200.
Atiende una mujer:
- ¿Hola?
- Hola, ¿quién habla ahí?
- Soy
Stella
Maris, ¿quién habla ahí?
- ¿Cómo le va,
Stella? Soy el Chulo
Rivoira
- ¡Qué gusto escucharlo!
- Gracias, la llamo porque me lo encontré a Franco en el gimnasio, y vi que anda muy triste, quería saber qué le anda pasando.
- Es que lo han dejado sin trabajo.
- Muy bien, entonces
digale que se presente mañana a las 7 en mi hotel, vamos a tomar un café, a conversar unos minutos, y desde mañana mismo se viene a trabajar conmigo.
Stella Maris Sánchez es la madre de
Franco Doña, un hincha y socio al que todos conocen y quieren en
Atlético. Tiene 34 años y actualmente trabaja en la
Caja Popular de Ahorros, pero aquel año se había terminado su pasantía en el
hiper Libertad y quedó desempleado. Con esa conversación, se convirtió en parte del cuerpo técnico del equipo que llegó a
Primera División en 2009, y nació una relación entrañable con el DT.
Pero su historia de amistades con todo el mundo Decano comenzó muchísimo antes. Tenía tres meses cuando fue a la cancha por primera vez, en los brazos de papá
Héctor, y seis años cuando empezó a ir con regularidad. A los ocho, ya se escapaba caminando para ir a los entrenamientos. Salía de su terapia, y sin avisarle a nadie, llegaba a la cancha.
“De a poquito se iba haciendo amigo de los técnicos, de los ayudantes, de los jugadores. Iba a las prácticas y ya les acercaba alguna pelota que se iba lejos, o algún
conito para que hagan los ejercicios, estaba en algún detalle, y se los iba ganando”, recuerda ahora, ya más tranquila, mamá
Stella, quien siempre lo cuidó mucho y volvió cariño puro su retraso madurativo. Por aquel entonces, los sustos cuando empezaban a pasar las horas sin noticias de Franco eran una constante.
Un festejo inolvidable
El 7 de junio de 2009,
Atlético le ganó 4 a 1 a
Talleres en Córdoba y logró su primer ascenso a la
Primera División del fútbol argentino. Franco era parte de aquel logro, había trabajado codo a codo con el “Chulo”, pero no había viajado a la "Docta" para aquel partido, estaba en
Tucumán.
Cuando el plantel regresó a la provincia, en una caravana histórica que pasó por decenas de pueblos del sur, Franco los esperó en el complejo Ojo de Agua. Allí se subió al colectivo, y se convirtió en uno más, saludando a la gente, ingresando después a
Casa de Gobierno, y sumando un
look muy particular, de la mano del
coiffeur
Javier “Satanás” Páez, que en medio de la algarabía le pasó “la cero” por la cabeza, y lo dejó completamente pelado.
Una semanas antes, fue parte de la foto oficial de aquel plantel, un recuerdo que en la casa y el corazón de la familia tiene un lugar muy especial:
Haciendo escuela
Franco cursó sus estudios en la escuela especial
“El Taller”, ubicada en avenida Avellaneda 240, y junto con los útiles, cada día llevaba a clases
su amor por la celeste y blanca. Contagiaba a sus compañeros, los hacía del Deca, y después se preocupaba por ellos cuando se daba cuenta que no todos podían ir a la cancha. “Ya le voy a preguntar al Chulo si puede ir a la escuela y llevar algunos jugadores algún día”, pensó. Y lo consiguió.
Así, cumplió el sueño de muchos. Como los chicos del curso
no podían ir al Monumental a ver a sus ídolos, fueron los propios futbolistas lo que aparecieron en la escuela. “Una vuelta hicimos un partido con los jugadores, yo estaba de arquero y por querer patear una pelota me he resbalado y ahí nos han hecho un gol”, recuerda Franco con una carcajada que lo hace viajar en el tiempo.
Pero no fue la única. “Fueron como cuatro veces, o cinco, las veces que Franco les pedía, ellos iban, se tomaban su tiempo a la mañana, después de entrenar, se bañaban y se iban a la escuela. El
"Indio" Solari fue otro entrenador que también siempre accedía y llevaba a los jugadores”, acota
Stella.
“Eh, a la Bety”
En los primeros años de la década del 2000, la presencia de Franco ya era una constante en cada entrenamiento. Promediando los 20 años, se había tomado un trabajo muy especial. Se estudió los nombres de las novias, esposas, hermanas y madres de todos los integrantes del plantel que conducía
“Tito” Rebottaro, y se los recordaba mientras lo veía correr en las prácticas.
“A la
Bety”, “A la Sandra”, “A la
Daniela” era la particular manera que había encontrado de motivarlos, y una forma de conexión que lo hizo sentir uno más.
"Vos tenes que ir mañana al entrenamiento, porque sin vos no somos nada"
La frase le pertenece a
Fabián Lazarte, quien defendió la camiseta número 5 de
Atlético durante más de 100 partidos entre los años 2002 y 2006. Se la dijo en el
living de la casa de los Doña a un Franco que atravesaba un momento muy delicado.
Se había sometido a un
bypass gástrico que cambió su fisonomía de una manera brusca. Perdió muchísimo peso, y le costaba hallarse. Se quedaba encerrado en casa, mirando al techo, hablaba lo mínimo indispensable, y había perdido toda motivación. “¿Qué hemos hecho?, ¿qué hemos hecho?”, se lamentaba papá Héctor en voz alta, con la impotencia de verlo en un estado totalmente atípico.
Pero una nueva sorpresa los esperaba. Sonó el timbre de casa, y aparecieron algunas caras conocidas para motivar a su amigo y obligarlo a volver. El “Cabezón”
Andrés Romero, la “Iguana”
Marcelo Zerrizuela y
Walter Rodríguez, más conocido como el “Pulga Grande” fueron parte de esa comitiva, junto con el capitán
Lazarte, con quien lo une una relación entrañable.
El jugador, figura emblemática de aquella época, invitó a Franco a compartir el día de su casamiento.
Los árbitros, bajo la lupa
De todos los protagonistas que semana a semana visitan el estadio José Fierro, hay algunos que Franco estudia de una manera pormenorizada: los
referis. Desde el momento en el que se conoce la designación, comienza la tarea de investigación, que incluye su trayectoria profesional, su vida personal y el hotel en el que se hospedan.
Y allí se apersona, la noche antes del partido, para saludar, estrechar una mano, pedir una foto, regalar algún presente típico de
Tucumán, intercambiar teléfonos y, ya que estamos, pedir una camiseta o una tarjeta roja para su colección. Así se ganó algunos recuerdos que son la envidia de más de un
futbolero.