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La piña memorable del Quincha Pérez

Boxeo en el recuerdo

El boxeador tucumano Luis “Quincha” Pérez supo deslumbrar al público que colmaba el estadio Defensores de Villa Luján cada viernes en las décadas del setenta y del ochenta. La historia del hombre que enfrentó al gran Uby Sacco y una mano que quedó registrada en las páginas gloriosas de nuestro deporte.





Trascurría la década del setenta en Tucumán. El año y el mes exacto ya se han perdido en la memoria de Luis Pérez, pero del día no quedan dudas: era viernes; día de las veladas de box en el estadio Defensores de Villa Luján. Las tribunas estaban llenas y el rugido del público hacía eco en el techo del coliseo local. En el ring, los boxeadores se medían y estudiaban desconfiados. Cegados por la luz que baja sobre el cuadrilátero, de afuera sólo llegaban esas voces vueltas un único bramido. El invicto tucumano se enfrentaba a un invicto llegado de Santa Fe. “El Quincha” arremete con enjundia sobre el rival y lo arrincona contra las cuerdas. Al Santafesino se le acaba el mundo, no tiene por donde escapar. Quincha avanza y en ese progreso lanza un derechazo potente, preciso, contundente, letal; una bomba poderosa que impacta en la mandíbula del contrincante y que el fotógrafo Carlos Lescano captura para la eternidad con su cámara. Segundos después, sobre el ring, sólo habrá un invicto y será tucumano.

El próximo 24 de junio, Luis Pérez cumplirá 65 años. Aunque los recuerdos ahora se le presentan difusos y los detalles muchas veces esquivos, todavía se acuerda de esa noche en que le quitó el invicto al santafecino. Mira otra vez la foto y rememora aquella gloria pasada. A Luis lo conocían como “Quincha” por esa trama de junco con la que se afianzan los techos de paja. Era delgado, pero resistente. Como amateur hizo 45 peleas y perdió sólo una. Como profesional 78, con éxitos y fracasos. “Boxeaba bien, tenía justeza en el golpe.  Era un boxeador más bien técnico cuando me controlaba, sino salía a tome y traiga. El que me ha conocido te dirá que era bien guapo. Bah, eso creo, las peleas son peleas, y yo a las mías no las he visto porque estaba arriba del ring peleando”, dice en su casa de Villa Luján, el barrio donde se crió y en el que era local en cada velada.


El “Quincha” hizo sus primeras armas en el boxeo a los 17 años de la mano del entrenador José Madoso. Cuando falleció su técnico, Luis se retiró con él. Tenía 29 años y todavía le quedaba nafta en el tanque para seguir boxeando. “Hacé de cuenta que recién estaba aprendiendo, podría haber seguido peleando”, reflexiona. Se retiró en la gloria, como campeón provincial después de ganar dos peleas y empatar una con Roberto Ale Alí, hijo de otra leyenda local: Emilio Ale Alí, el tucumano que empató un combate con Carlos Monzón, acaso el mejor de todos los tiempos para el box argentino.

“Gracias a Dios y la virgen he peleado con boxeadores de alta alcurnia. Siempre me tocó bailar con la más fiera. Salía de una pelea y me daban otra mejor”, dice Luis y no exagera, en su foja figuran los nombres de grandes boxeadores como los campeones argentinos Hugo Alfredo Luero y Oscar “Cachín” Méndez, figuras rutilantes del box argentino de los setenta. “Cuando pelee con Cachín me avisaron un jueves y la pelea el viernes. Tuve que bajar cuatro kilos en un día, una locura”, recuerda. Sin dudas, el nombre más rutilante en esa lista es el del campeón mundial Ubaldo Néstor “Uby” Sacco.  El campeón era categoría welter junior y “Quincha” liviano, es decir que peleó con casi cinco kilos menos que su rival. Para el boxeo actual eso sería escandaloso, pero entonces no lo fue.  

Eran épocas en las que el estadio Defensores de Villa Luján vivía su edad dorada: “Antes no era como ahora que ganás muchísima guita. Yo peleaba por la recaudación, me daban un 20% de las entradas, que siempre eran menos que la cantidad de gente que había ido: si había mil espectadores te decían que sólo habían sido 600. Igual no me quejo, con el boxeo he podido hacer una casa para mi madre y otra para mí”. “Quincha” no peleó por grandes bolsas, pero todavía hay muchos a quienes les han quedado grabadas sus peleas y eso le infla el pecho de orgullo: “Yo pensaba que ya nadie se acordaba de mí, que era cosa del pasado. Pero todavía hay gente que me reconoce en la calle. Muchos me dicen que sus padres los llevaban a verme pelear”.


“Es una vida muy dura la del boxeador. No sólo tenés que cuidarte en las comidas, también con las mujeres, que son lo más lindo que hay, pero no podés estar con ellas cuando estás entrenando. Hay que levantarse todos los días a las cinco de la mañana para salir a correr”, cuenta el noqueador tucumano a la vez que confiesa que no ha tenido tiempo de extrañar el boxeo porque nunca se ha alejado de la actividad.

Una vez retirado de los cuadriláteros, Luis empezó a trabajar para la Secretaría de Deportes y entrenando boxeadores en su casa, entre ellos a su hija Vanesa. Entre sus pupilos estuvieron el subcampeón argentino Antonio Tello y otros que después se volvieron profesionales como José y Mario Toro, Marcos Soraire y Guadalupe Maldonado. Ahora sigue entrenando jóvenes de Villa Luján, pero no para que compitan como profesionales: “El boxeo es muy ingrato, preparas a alguien, después le ofrecen plata y se va”.

Son otros tiempos y otros boxeadores, bien lo sabe “Quincha” que hace unos días se reencontró con aquella piña memorable al santafecino. La cuenta de Facebook Fotos de Tucumán Antiguo publicó la imagen y su hija se la mostró. Era él, en blanco y negro, estampando la derecha a fondo en la mandíbula del rival. Era él y lo que quedó del santafecino después de ese golpe definitivo.