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La Madrid es un pueblo perdido

INUNDACIONES

Media ciudad permanece bajo el agua. Unas 2.000 personas esperan a un par de kilómetros, a la vera de la ruta, que el agua baje.

DESOLACIÓN. Un hombre mayor abandona Lamadrid con lo poco que le quedó, en una bolsa. FOTO DE eltucumano.com





La situación en el sur tucumano ─y especialmente en Lamadrid─ es desesperante. Más de la mitad del pueblo, construido a unos metros del río Marapa, se encuentra literalmente bajo el agua. Sólo unos cuantos techos que asoman le recuerdan a quienes observan, atónitos, que allí alguna vez vivió gente; que allí habían familias y que había más que sólo hormigón. La gente perdió todo.
Unos kilómetros antes, en Simoca, permanecen unas 150 personas ─entre hombres, mujeres y niños─ que accedieron a refugiarse en la Escuela Nacional N° 230. Allí se los asiste, se los contiene y se les ayuda a sobrellevar el mal paso. Al entrar al establecimiento lo primero que se ve es un pasillo largo y ancho. La gente circula con rostros de derrota, algunas lágrimas en los ojos y la mirada perdida. No entienden qué pasó. Si bien no es la primera vez que Lamadrid se inunda, la mayoría coincide en que nunca antes el impacto del agua había sido tan desastroso, tan cruel.
A los costados del pasillo hay aulas que ahora no tienen bancos y sillas; hay colchones y ropa apilada, gente acostada, niños aún sollozando, adultos mayores consolándose entre sí. El panorama es desolador. La gente sabe que perdió todo y que el tiempo para recuperarlo y volver al ruedo es incalculable, a pesar de las promesas del gobierno local de ayudarlos a reponer lo material.
Las mesas y las sillas de las aulas fueron sacadas al pasillo principal, donde se sirve comida a los evacuados. Avanzando aún más se puede ver a niños dibujando y un castillo inflable. Parte de los voluntarios hacen lo que pueden para distraer a los más pequeños de la innegable realidad que deberán afrontar en unos días, cuando baje el agua.
Avanzando por la ruta 157, ya a un par de kilómetros de Simoca se puede ver agua al costado del camino, una gran cantidad. Donde antes había vegetación ahora hay una laguna larga. Unos kilómetros antes de llegar a Lamadrid, una fila interminable de autos permanece a ambos lados del camino. Familias completas esperan a bordo de sus vehículos, algunas bajo toldos y carpas, pasan el día y se protegen del sol y de la lluvia que llega de a ratos. Un poco más adelante, avanzar en vehículo se vuelve complicado. Miles de personas caminan en sentido contrario ─hacia el norte─, de vuelta a sus refugios improvisados. El clima es tenso, algunos gritan "bájense a ayudar, ¿qué no ven cómo estamos?", "¡Dejen de sacar fotos y ayuden!". La gente no quiere fotos, no quiere micrófonos; quiere ayuda, demanda acción.
Son aproximadamente 2.000 las personas que permanecen en la ruta, cerca de sus casas, con lo poco y nada que pudieron rescatar; con lo puesto. Para comer, las opciones son dos: cocinar a carbón o a leña. Cada uno hace lo que puede, a medida que reciben donaciones. Una carpa sanitaria se instaló para asistir a los damnificados. Desde el gobierno se los insta a trasladarse a los centros de evacuados, pero nadie quiere dejar atrás sus pertenencias.
El acceso a Lamadrid está destruido. La ruta fue "rajada" en tres partes para permitir que el agua drene de Oeste a Este y no siga subiendo y tape por completo el camino. El agua no baja, es demasiada; se puede ver sólo el techo de las casas. La situación se tornó dramática el sábado a la siesta. El río Marapa comenzó a crecer de golpe; las familias apenas alcanzaron a escapar. "A las 15.30 se perdió el pueblo", dice un lugareño que espera sobre la ruta, quebrado. Algunos afirman que nadie los alertó, ni el delegado comunal ni la empresa que administra el dique Escaba. Fue la apertura total de las compuertas de la presa, por la llegada de agua excesiva desde Catamarca, la que generó un incremento inusitado del Marapa que provocó la inundación.
Unas horas después de que se perdiera el pueblo, un grupo de pobladores comenzó a romper la ruta para que el agua pase hacia el otro lado. La gente gente recrimina la demora de las autoridades para romper la ruta. Al tratarse de una ruta nacional, es necesario el permiso de Nación. Finalmente fue una máquina de Vialidad la que se hizo presente para cavar el camino. "Cuando vino el agua apenas alcanzamos a salir. Perdimos todo", cuenta otro lugareño, que espera poder subir sus cosas a un colectivo que traslada personas a los centros de evacuados, para pasar mejor la noche.
Una decena de lanchas y kayaks trabajan en el lugar para rescatar a personas que ─hasta ayer─ aún permanecían al interior del pueblo. La mayoría son embarcaciones particulares; la Policía y Bomberos no son suficientes, pero trabajan incansablemente. El agua se mezcla con la ruta; el pavimento es un puerto que recibe permanentemente a los botes que traen gente, o que llevan provisiones para aquellos que se niegan a dejar sus casas. A medida que pasan las horas y cae la noche, el agua sube y las tareas de rescate se vuelven riesgosas. El tránsito en el agua es desordenado, la corriente arrastra con fuerza y la visibilidad es mínima.
La noche llega y sólo se ven las luces de las sirenas de las ambulancias, Bomberos y la Policía que permanecen en el lugar. La gente usa sus celulares para alumbrar el camino mientras caminan ─desconcertados─; la señal vuelve casi imposible cualquier tipo de comunicación telefónica.
El desconcierto es un denominador común. Gobierno, fuerzas de seguridad, afectados; nadie sabe muy bien qué hacer, todos accionan automáticamente movilizados por el sentido común de ayudar al que más necesita. La situación es crítica. Lamadrid es sinónimo de desolación.

La situación en el sur tucumano ─y especialmente en La Madrid─ es desesperante. Más de la mitad del pueblo, construido a unos metros del río Marapa, se encuentra literalmente bajo el agua. Sólo unos cuantos techos que asoman le recuerdan a quienes observan, atónitos, que allí alguna vez vivió gente; que allí habían familias y que había más que sólo hormigón. La gente perdió todo.

Unos kilómetros antes, en Simoca, permanecen unas 150 personas ─entre hombres, mujeres y niños─ que accedieron a refugiarse en la Escuela Nacional N° 230. Allí se los asiste, se los contiene y se les ayuda a sobrellevar el mal paso. Al entrar al establecimiento lo primero que se ve es un pasillo largo y ancho. La gente circula con rostros de derrota, algunas lágrimas en los ojos y la mirada perdida. No entienden qué pasó. Si bien no es la primera vez que Lamadrid se inunda, la mayoría coincide en que nunca antes el impacto del agua había sido tan desastroso, tan cruel.

A los costados del pasillo hay aulas que ahora no tienen bancos ni sillas; hay colchones y ropa apilada, gente acostada, niños aún sollozando, adultos mayores consolándose entre sí. El panorama es desolador. La gente sabe que perdió todo y que el tiempo para recuperarlo y volver al ruedo es incalculable, a pesar de las promesas del gobierno local de ayudarlos a reponer lo material.

Las mesas y las sillas de las aulas fueron sacadas al pasillo principal, donde se sirve comida a los evacuados. Avanzando aún más se puede ver a niños dibujando y un castillo inflable. Parte de los voluntarios hacen lo que pueden para distraer a los más pequeños de la innegable realidad que deberán afrontar en unos días, cuando baje el agua.

Avanzando por la ruta 157, ya a un par de kilómetros de Simoca se puede ver agua al costado del camino, una gran cantidad. Donde antes había vegetación ahora hay una laguna larga. Unos kilómetros antes de llegar a Lamadrid, una fila interminable de autos permanece a ambos lados del camino. Familias completas esperan a bordo de sus vehículos, algunas bajo toldos y carpas, pasan el día y se protegen del sol y de la lluvia que llega de a ratos. Un poco más adelante, avanzar en vehículo se vuelve complicado. Miles de personas caminan en sentido contrario ─hacia el norte─, de vuelta a sus refugios improvisados. El clima es tenso, algunos gritan "bájense a ayudar, ¿qué no ven cómo estamos?", "¡Dejen de sacar fotos y ayuden!". La gente no quiere fotos, no quiere micrófonos; quiere ayuda, demanda acción.

Son aproximadamente 2.000 las personas que permanecen en la ruta, cerca de sus casas, con lo poco y nada que pudieron rescatar; con lo puesto. Para comer, las opciones son dos: cocinar a carbón o a leña. Cada uno hace lo que puede, a medida que reciben donaciones. Una carpa sanitaria se instaló para asistir a los damnificados. Desde el gobierno se los insta a trasladarse a los centros de evacuados, pero nadie quiere dejar atrás sus pertenencias.

El acceso a La Madrid está destruido. La ruta fue "rajada" en tres partes para permitir que el agua drene de Oeste a Este y no siga subiendo y tape por completo el camino. El agua no baja, es demasiada; se puede ver sólo el techo de las casas. Del otro lado de la ruta destruida, una cantidad no detallada de personas se refugia en una estación de servicio, pasando el puente que cruza el río Marapa; el caudal es demasiado como para arriesgarse a pasar. La única forma de volver hacia el otro lado es por Santiago del Estero, por ruta 9, pasando por Termas de Río Hondo. Mucha gente desconoce esta situación y se acerca al corte a esperar a sus seres queridos.

La situación se tornó dramática el sábado a la siesta. El río Marapa comenzó a crecer de golpe; las familias apenas alcanzaron a escapar. "A las 15.30 se perdió el pueblo", dice un lugareño que espera sobre la ruta, quebrado. Algunos afirman que nadie los alertó, ni el delegado comunal ni la empresa que administra el dique Escaba. Fue la apertura total de las compuertas de la presa, por la llegada de agua excesiva desde Catamarca, la que generó un incremento inusitado del Marapa que provocó la inundación.

Unas horas después de que se perdiera el pueblo, un grupo de pobladores comenzó a romper la ruta para que el agua pase hacia el otro lado. La gente gente recrimina la demora de las autoridades para romper la ruta. Al tratarse de una ruta nacional, es necesario el permiso de Nación. Finalmente fue una máquina de Vialidad la que se hizo presente para cavar el camino. "Cuando vino el agua apenas alcanzamos a salir. Perdimos todo", cuenta otro lugareño, que espera poder subir sus cosas a un colectivo que traslada personas a los centros de evacuados, para pasar mejor la noche.

Una decena de lanchas y kayaks trabajan en el lugar para rescatar a personas que ─hasta ayer─ aún permanecían al interior del pueblo. La mayoría son embarcaciones particulares; la Policía y Bomberos no son suficientes, pero trabajan incansablemente. El agua se mezcla con la ruta; el pavimento es un puerto que recibe permanentemente a los botes que traen gente, o que llevan provisiones para aquellos que se niegan a dejar sus casas. A medida que pasan las horas y cae la noche, el agua sube y las tareas de rescate se vuelven riesgosas. El tránsito en el agua es desordenado, la corriente arrastra con fuerza y la visibilidad es mínima.

La noche llega y sólo se ven las luces de las sirenas de las ambulancias, Bomberos y la Policía que permanecen en el lugar. La gente usa sus celulares para alumbrar el camino mientras caminan ─desconcertados─; la señal vuelve casi imposible cualquier tipo de comunicación telefónica.

El desconcierto es un denominador común. Gobierno, fuerzas de seguridad, afectados; nadie sabe muy bien qué hacer, todos accionan automáticamente movilizados por el sentido común de ayudar al que más necesita. La situación es crítica. La Madrid es sinónimo de desolación.