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La Cristina maradoniana y el renacimiento de una épica peronista: una ilusión que condena

OPINIÓN

El día que la Justicia le cortó las piernas a Cristina Kirchner se abrió la posibilidad de un reencuentro del movimiento peronista con una antigua épica que se creía perdida. La condena y la ilusión de peronistas y antiperonistas. Por Exequiel Svetliza.

Foto: Cristina Kirchner junto a Diego Maradona | NA (archivo) en perfil.com.


Fue allá lejos, en otro junio. Hace 31 años atrás en la luctuosa habitación de un hotel de Dallas un Diego Armando Maradona al borde del quebranto soltaba ante el periodista Adrián Paenza aquella frase que quedó en la historia: “No quiero dramatizar, pero créeme que me cortaron las piernas”. Lo acababan de expulsar del mundial de Estados Unidos 1994 luego del doping de efedrina y acaso también del fútbol, así al menos lo sentía entonces el ídolo amputado. Acá cerca y en este junio, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dejó firme la condena de seis años de prisión e inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos contra Cristina Fernández de Kirchner por la causa conocida como “Vialidad”. Ni lento ni falto de timing político, el falló llegó apenas una semana después de que la ex presidenta y principal referente de la oposición anunció su candidatura para las elecciones bonaerenses de septiembre. A diferencia de Diego, a Cristina no la dejaron ni atarse los botines para salir otra vez a la cancha electoral. Dos junios. Dos grandes protagonistas de la vida nacional caídos en desgracia. Dos relatos de sacrificio y redención. Dos perpetuos renacidos. Así como aquella tragedia deportiva de 1994 no fue el epílogo, sino apenas otro capítulo de la increíble épica maradoniana; tampoco se vislumbra con claridad que este sea el colofón de la carrera política de CFK, más bien un hito que abre la posibilidad de un reencuentro del peronismo con una antigua épica que se creía perdida; otro volumen de una larga saga histórica de persecuciones, proscripciones y regresos.

Estaba más cantado que el arrorró. Tal como había vaticinado en su momento una nota del diario Clarín y como lo había pronosticado la propia ex presidenta, el fallo de la corte y la condena llegaron la semana pasada para convulsionar aún más la ya truculenta política nacional. En los días previos, la ansiedad de la prensa hegemónica era más que evidente y los jueces Horacio Rosatti, Carlos Ronsekrantz y Ricardo Lorenzetti actuaron en consecuencia. Tras el dictamen on demand y exprés, al fin se acabaron las especulaciones.    En la cúpula de hierro del oficialismo televisivo se pudieron dar con el gusto de ese título tan deseado como militado a lo largo de los años: Cristina presa. Hubo un goce inocultable en los rostros de los Viale, Majul, Trebuc y Feinmann. Y hasta se puede uno imaginar la ancha sonrisa postmortem del ya extinto Jorge Lanata desde donde sea que esté. La merecida satisfacción del trabajo realizado; el placer del sicario que se prende un pucho después de cumplir con un encargo. Pero, como si de eyaculadores precoces se tratara, en ellos cualquier expresión del goce es efímera. Parafraseando al filósofo holandés Baruch Spinoza: padecen las pasiones tristes de esos esclavos que necesitan del sufrimiento ajeno para la autocomplacencia. 

Bastó que Cristina, la condenada, la proscripta, la presa inminente, saliera al balcón de su casa a bailar ante una multitud que le expresaba su cariño para que pasaran del deleite celebratorio a la rabiosa flema indignada; su marca distintiva en las pantallas. Y si en aquel junio aciago de 1994 Diego no quería dramatizar y se esforzaba para que no lo vieran llorar ante las cámaras, CFK tampoco les iba a regalar una postal de desconsuelo. Ni a los suyos ni, mucho menos, a los buitres carroñeros que pululan en los estudios televisivos. Aunque amputada políticamente, la ex presidenta demuestra que todavía le sobran gambas para una ¿last? dance cuando le permitan volver a jugar. 

La coreográfica rabieta mediática por la danza balconera no es más que otra demostración del magnetismo maradoniano que genera Cristina. En 2019, cuando Diego volvió al país para dirigir a Gimnasia y Esgrima de La Plata, la transmisión de los partidos de El Lobo incorporó la “Diego Cam”; una cámara que seguía de cerca todos los movimientos del DT en el banco de suplementes. No es de extrañar que, si se confirma en los próximos días su reclusión domiciliaria, la ex presidenta cuente con su “Cristina Cam” siempre al acecho de sus movimientos en el balcón. La centralidad mediática de CFK ha eclipsado por completo la gira internacional de Javier Milei quien cosechó un nuevo galardón en Israel: el premio Génesis, conocido como el Nobel judío (evidentemente, no le da la nafta para el sueco todavía). 

De paso cañazo el líder libertario aprovechó para firmar un “Memorándum en Defensa de la Libertad y la Democracia contra el Terrorismo y el Antisemitismo” que evidencia un “alineamiento incondicional y sin precedente con el Estado judío”, según caracterizó la periodista Elisabetta Piqué en el diario La Nación. Alineamiento por cierto muy oportuno en materia de política internacional cuando crece la escalada bélica entre Irán e Israel; un conflicto ajeno en el que el presidente cucharea en nombre del Estado argentino al igual que un arquero que sale del área chica para meter las pelotas que se van afuera. La situación de Cristina también opacó el anuncio del 1,5% de inflación correspondiente al mes de mayo – el más bajo en cinco años- que el Gobierno nacional podría haber capitalizado como un triunfo político. Para una figura como Milei, el fenómeno barrial que hizo de los estudios de televisión el magma de su carrera política, verse así de desplazado en las marquesinas mediáticas debe sentirse como una derrota en su propio terreno. Aún con Cristina condenada y proscripta debe conformarse con el papel de segunda vedette. 

Con CFK fuera de la cancha, el sueño húmedo de Milei y sus acólitos de “meter el último clavo en el cajón del kirchnerismo con Cristina adentro” se diluye. Para alzarse con la partida de defunción política de la ex presidenta –que ya sobrevivió milagrosamente a un intento de magnicidio- el oficialismo necesita derrotarla en el terreno electoral. En términos futbolísticos, lejos de un triunfo político, la proscripción se parece demasiado al gesto de aquel que, siendo el dueño de la pelota, la esconde antes de salir a jugar por miedo a ser vencido. Sin su némesis más fuerte, La Libertad Avanza se pierde la posibilidad de librar la madre de las batallas y se debilita porque, para construir una hegemonía política a largo plazo, está claro que no alcanza con pelearse con Lali Espósito y Ricardo Darín en las redes sociales. De ahí que el Gobierno nacional, contrario a su estilo, haya optado en estos días por la mesura, no sólo para desmarcarse de una jugada de escritorio que parece llevar el sello de Mauricio Macri –y sus esbirros judiciales y mediáticos- desde las catacumbas del poder político, sino por el temor latente de que la presentación de Cristina Fernández de Kirchner en los tribunales de Comodoro Py el miércoles devenga en un nuevo 17 de octubre para el peronismo. 

Fue en otro junio, ahora de 1955. Hace exactamente 70 años, aquel 16 de junio, una cuadrilla de aviones de la Armada y de la Fuerza Aérea descargaron sobre Plaza de Mayo 14 toneladas de bombas que mataron a 308 civiles y dejaron más de 800 heridos. El objetivo era asesinar en la Casa Rosada al presidente Juan Domingo Perón quien cumplía con su segundo mandato constitucional. Con esa masacre se iniciaba en el país una etapa oscura signada por los golpes militares y por el intento de exterminio del peronismo como fuerza política y movimiento popular. Propósito que la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu materializó poco después con la proscripción del partido a través del decreto 4161/1956 en el que se prohibía la mención de Perón y de Evita, la marcha peronista y cualquier símbolo asociado al movimiento. La proscripción, la persecución, el encarcelamiento, el asesinato y la desaparición de miles de dirigentes y militantes fueron los mecanismos que encontró en las décadas siguientes el antiperonismo, en su expresión más brutal, para sacar de la cancha al peronismo. Valiéndose de perspectiva histórica, con tales antecedentes, a nadie puede sorprenderle hoy el ensañamiento –judicial, mediático y en forma de atentado- contra la principal figura de un movimiento que hizo de la resistencia una matriz constitutiva de su identidad política.

Con la condena y proscripción de Cristina, las múltiples expresiones de un peronismo que desde hace ya bastante se muestra disgregado, atomizado y carente de un relato aglutinante tienen la posibilidad de volverse a encontrar en una causa común; una causa consecuente con la propia historia del movimiento y con la urgencia de este presente turbulento. Tras el fallo, en una reunión realizada en la sede del PJ, se pudo ver sentados en una misma mesa a representantes de distintos sectores del peronismo como Sergio Massa, Máximo Kirchner, Juan Grabois, Guillermo Moreno, Ricardo Quintela y Jorge Capitanich, entre muchos otros. Pero en esa foto de unidad hubo un gran ausente: el gobernador bonaerense Axel Kicillof. La ex presidenta incluso recibió el apoyo de referentes de la izquierda como la ex diputada Myriam Bregman quien calificó al fallo de la Corte Suprema como un ataque a la democracia. Dado el panorama actual, puertas adentro del peronismo pareciera que ha llegado el momento de dejar de lado las inquinas electoralistas para encolumnarse detrás de la líder proscripta y recuperar una épica que vuelva a seducir a las masas desencantadas tras el fracaso del gobierno de Alberto Fernández

De la misma manera que Maradona cuando todavía ostentaba su condición de mortal, a lo largo de su trayectoria política Cristina Kirchner supo cosechar fieles y detractores. Para muchos militantes y ciudadanos de a pie sin adscripción partidaria la ex presidenta es el símbolo de la, cada vez más lejana, década ganada: aquella de las casas del Procrear, de los satélites de Arsat, de las computadoras del Conectar Igualdad, de la Asignación Universal por Hijo, del salario mínimo más alto de la región, de la repatriación de científicos, de la jubilación de las amas de casa y de los jubilados con remedios. El recuerdo de un Estado presente y la antinomia perfecta a la actual política libertaria de destrucción del Estado. Para muchos otros, Cristina es la chorra, la que se robó un PBI, la del dinero enterrado en la Patagonia y la protagonista de una extensa mitología de diversas transas y corruptelas con que los medios hegemónicos han machacado por años. Unos dirán, siguiendo el clásico axioma maradoniano, que poco importa lo que haya hecho con su vida sino con las nuestras. Otros repetirán hasta el cansancio que no les importa comer aca con tal de verla presa y ahora cumplen con ese viejo anhelo en uno y otro sentido. Unos dirán que Cristina tiene que volver y otros que Cristina tiene que devolver. Para estos últimos, el fallo de la corte y la condena es la ilusión de ver cumplidos los sueños de destrucción del peronismo que se inauguraron con aquellos bombardeos de hace setenta años atrás. Para los primeros, la reorganización de las bases movilizadas en torno a la proscripción de la líder es la posibilidad de un renacimiento de la antigua épica peronista en su pugna histórica con el antiperonismo; una ilusión que los condena al deseo del eterno retorno. Y también un mandato claro para que los dirigentes del movimiento estén a la altura de la historia y del presente.