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El derecho a desconectar: ponerle límite a la disponibilidad infinita

Opinión

Durante años, la hiperconectividad fue vista como una señal de compromiso profesional. Estar disponible en todo momento parecía una forma de demostrar responsabilidad, compromiso y eficiencia. Sin embargo, con el paso del tiempo —y sobre todo después de la pandemia— esa disponibilidad se volvió una carga: una invasión silenciosa al tiempo personal, a la salud emocional y al descanso necesario para sostener cualquier proyecto de vida.

Foto ilustrativa


Cuando el descanso se vuelve un derecho

Durante años, la hiperconectividad fue vista como una señal de compromiso profesional. Estar disponible en todo momento parecía una forma de demostrar responsabilidad, compromiso y eficiencia. Sin embargo, con el paso del tiempo —y sobre todo después de la pandemia— esa disponibilidad se volvió una carga: una invasión silenciosa al tiempo personal, a la salud emocional y al descanso necesario para sostener cualquier proyecto de vida.

Los síntomas están a la vista: agotamiento, dificultad para desconectarse mentalmente, ansiedad, trastornos del sueño. Según la Organización Internacional del Trabajo, más del 30% de quienes trabajan a distancia afirman tener problemas para separar el tiempo laboral del personal. En muchos casos, no hay corte real del día: lo laboral se filtra por notificaciones, correos y chats en horarios que antes eran territorio privado.

Frente a esto, varios países avanzaron con marcos regulatorios concretos. Francia fue pionera en 2017, cuando incorporó el derecho a desconectar a su legislación laboral, obligando a las empresas de más de 50 empleados a establecer mecanismos para garantizarlo. Alemania no lo hizo por ley general, pero sí a través de políticas empresariales: compañías como Volkswagen o BMW programan el apagado de sus servidores de correo después del horario laboral, para evitar el envío de mensajes fuera de turno.

Más recientemente, en 2024, Australia dio un paso más firme: aprobó una ley que prohíbe expresamente a los empleadores contactar a los trabajadores fuera del horario salvo casos excepcionales. Si lo hacen, pueden recibir sanciones. Lo interesante es que el enfoque no fue restrictivo, sino restaurativo: buscan equilibrar la vida laboral con la personal sin perjudicar la productividad.

Ontario, en Canadá, optó por otro camino: desde 2022 exige que las empresas con más de 25 trabajadores tengan una política clara de desconexión digital. Aunque sin penalidades, este marco obliga a definir y transparentar las expectativas sobre comunicación fuera de horario. Lo que todas estas experiencias comparten es un aprendizaje: cuando se respeta el tiempo personal, se mejora el ambiente laboral, se reduce el estrés crónico y —paradójicamente— se trabaja mejor.

Desconectar no es renunciar: es sostener

En Argentina, la Ley 27.555 de Teletrabajo reconoce el derecho a la desconexión, pero su aplicación concreta todavía está en pañales. La norma existe, pero no hay sanciones claras, ni guías detalladas para implementarla. Según un estudio de CIPPEC, el 65% de quienes trabajan a distancia considera que se espera de ellos disponibilidad más allá del horario formal, aun cuando no está escrito en ningún contrato. Esa expectativa social tácita es uno de los mayores obstáculos.

El derecho a desconectar no se trata solo de apagar el celular. Es una forma de cuidar la salud, de volver a tener espacios propios, de preservar el equilibrio necesario entre lo laboral y lo vital. No es gestionar mejor el tiempo laboral: es proteger el tiempo de vida.

En este sentido, Tucumán viene marcando un camino interesante. A partir de lo anunciado por el gobernador Jaldo, se busca establecer por ley el derecho a la desconexión digital para el sector docente. La iniciativa contempla la fijación de horarios institucionales definidos y el respeto explícito del tiempo fuera de jornada como espacio de descanso. Se trata de una medida concreta, que reconoce una realidad cotidiana: muchos docentes continúan recibiendo mensajes, tareas, pedidos y comunicaciones mucho después de que terminan sus clases.

Esta propuesta no solo ordena la jornada, también da una señal cultural: trabajar bien no es trabajar sin parar. En un contexto donde el desgaste emocional docente es alto, garantizar márgenes claros es una forma de cuidar a quienes sostienen el sistema educativo todos los días.

Regular la desconexión no implica rigidez ni burocracia. Implica sentido común y visión a largo plazo. Significa crear condiciones para trabajar con intensidad, sí, pero también para descansar con plenitud. Y significa reconocer que no somos máquinas. Que una buena práctica laboral no se mide por cuántos mensajes respondés fuera de hora, sino por cómo sostenés tu compromiso sin perderte en el camino.

Desconectarse no es abandonar el deber. Es, justamente, lo que permite reconectar con uno mismo, con el entorno, con la vida fuera del trabajo. Es, en definitiva, una manera de sostener el bienestar a largo plazo.

Rosana Hadad Salomon

Ingeniera especializada en Sistemas de Información y profesora en Disciplinas Industriales. Actualmente ocupa el cargo de Profesora Titular Concursada en la Universidad Tecnológica Nacional – Facultad Regional Tucumán