El movimiento estudiantil en lucha desde la experiencia de la Facultad de Artes de la UNT
Por eso también hoy -no tengamos dudas- nos toca salir del aula, de la disciplina, del teatro en el teatro, del plan de estudios, de las lógicas y las políticas culturales o universitarias que pecan acríticamente de mercantilistas, elitistas o individualistas. Por Marina Rosenzvaig.-
Foto Facebook/Facultad de Artes.-
“La impotencia nos encendió. La unión nos acercó” escribe unx estudiante en una hojita mientras la cuelga en el patio bajo los árboles para andar más allá de los muros de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, convertida estas semanas en tribuna pública y política de una movilización de jóvenes, que, como también afirman en el IG Asamblea Estudiantes FAUNT: “unidxs y organizadxs en la lucha por nuestro derecho de recibir educación de calidad, de igualdad de oportunidades y posibilidades”.
La confirmación del veto en Cámara de Diputados a la Ley 27.757 de Financiamiento Universitario, el miércoles 9 de octubre, despertó la potencia militante estudiantil en más de 80 facultades en todo el país, en repudio a la amputación presupuestaria. Aquí en Tucumán la primera facultad tomada fue Artes, para luego sumarse otras cuatro: Ciencias Naturales, Filosofía y Letras, Psicología y la Escuela Universitaria de Cine, ocupada por primera vez tras veinte años de existencia.
Estudiantes de la Carrera de Teatro de la FAUNT fueron los primeros en movilizarse desde el mediodía de ese día, convocándonos también a varixs docentes para formar parte. El patio académico se convirtió esas horas en una performance colectiva. Se prendió un parlante en volumen fuerte que transmitió en vivo la sesión de Diputados. En un micrófono abierto, junto a los discursos de los legisladores, se compartieron mensajes de repudio al veto y defensa de la universidad pública. En el camino de la espera se pintaron carteles con consignas que expresaban: “Estamos escuchando la decisión de nuestro futuro”, “Si no hay educación para el pueblo, no habrá paz para el gobierno”.
La experiencia performática llevada a cabo se convirtió en un acto en vivo de resistencia, trasfiriendo un sentido de identidad y saber social en la invitación a una escucha colectiva y ciudadana, que junto a un diálogo tácito entre lxs presentes y Diputados, ponía a jugar nuestra memoria nacional, en los términos que los plantea por ejemplo Diana Taylor desde la antropología cultural para los estudios de performance. Para quienes creemos en el poder de las causalidades esa tarde la académica estadounidense estaba en Tucumán y daba una charla en la XI Bienal Argentina de Fotografía Documental.
Las pocas horas que duró la sesión estuvimos siendo parte de un ritual donde la escucha se imponía grupal, atenta y responsable. Una hora antes de su finalización mudamos el parlante a la vereda ampliando el ejercicio a transeúntes y vecinxs, mientras los carteles pintados se emplazaban en las rejas de ingreso del edificio. Varias dimensiones históricas y sociales se superponían en la acción realizada: una memoria colectiva de luchas por la justicia social y la comprensión profunda de la universidad pública como bandera argentina de igualdad y movilidad social ascendente a resguardar.
Sobre las 4 de la tarde ganó el veto, rápidamente lxs estudiantes se convocaron en asamblea y una hora después votaban la toma. A partir de allí nada sería lo mismo en esta facultad y tantas de todo el país. Si bien comenzó a partir de allí un período complejo de debates, aparateadas, disputas ideológicas y aprendizajes políticos acelerados junto a la amplificación de la violencia dentro y fuera de la universidad sobre lxs militantes que pusieron el cuerpo estas semanas. Como una policía provincial enviada a amedrentar y una sociedad que se reparte entre lxs que miran con esperanza este proceso y lxs que lo hacen con indiferencia o repulsión porque “andá estudiar, no seas vago”, o como el taxista que pasó junto a una clase pública que ocurría en la vereda de Bolívar y Chacabuco y desde la ventanilla del auto en movimiento vociferó “Viva Bussi”.
La violencia que recayó y recae todavía sobre nuestra provincia y sobre la vida eliminada de nuestros desaparecidos que pelearon por un mundo mejor se resumía en ese grito. Nos recordaba a lo tímpano chirriante que esa memoria vuelve en el presente en cada política de destrucción de lo público y de fractura sobre lo colectivo. Sin embargo, el hilo identitario que nos constituye en nuestra importante historia militante -desde la Reforma Universitaria, el Tucumanazo a las luchas de Madres y Abuelas, por nombrar algunos hitos- se encendía para volver a recordarnos que la militancia es el amor más profundo por el otrx. “La patria es el otro” lo resume Cristina. Tomar conciencia de que las cosas andan mal, asumir esa responsabilidad y poner el cuerpo para transformarlas. Pero estar a la altura de esa entrega requiere mucha valentía, inteligencia y sensibilidad política, pero sobre todo el entendimiento de que aquí nadie se salva solx sino juntxs.
Este es el principal aprendizaje y experiencia que deja lo sucedido cuentan lxs estudiantes: “estar juntxs y conocernos”. ¡Porque no nos conocíamos! El estudiantado de arte y de teatro, puso en marcha esta comprensión, el sentido más político de nuestras prácticas: el vínculo profundo entre el hacer, el saber hacer y el mundo. El arte es un hecho social, entonces conocerse y juntarse fue la primera y necesaria tarea. Saber quiénes somos y cómo estamos. La segunda tarea será multiplicar la organización y la conversación, para definir los proyectos ético-políticos, sus objetivos y estrategias.
La militancia es tan vital que enamora, podrían relatarnos las estudiantas que enredadas en beso y abrazo en medio de la intervención escénica El Gigante Peluca, que llevamos a cabo el 17 de octubre desde Plaza San Martín a la marcha universitaria. Un amor compañero surgido de la vibra fuega que trajo poner el cuerpo individual mientras se construye algún cuerpo colectivo que confronte con el estado de opresión, ensanchando las posibilidades de experiencia con las herramientas sensibles y humanas que invita lo artístico.
“Quiero hacer intervenciones urbanas el resto de mi vida” dice Martina también, y yo le digo que sí, que es tan hermoso y potente irrumpir en el espacio y tiempo que instituye el cotidiano y la realidad con sus lógicas del poder que pretenden un ordenamiento sostenedor del statu quo, para encontradxs fortuitamente con la gente en la calle jugar a ser otrxs y a intentar resignificar la ciudad, aunque sea por un rato. Y que yo lo aprendí también a los 20 con el grupo de teatro Manojo de calles en sus Fueras de focos indisciplinados, y, en mi vida universitaria pleno 2001, en aquellas tomas y luchas por una educación que pretendía ser arancelada por un de la Rúa -y sus cómplices los mismos de ahora- de ajustes, deudas, muertes y helicóptero en huida.
Por eso también hoy -no tengamos dudas- nos toca salir del aula, de la disciplina, del teatro en el teatro, del plan de estudios, de las lógicas y las políticas culturales o universitarias que pecan acríticamente de mercantilistas, elitistas o individualistas, de los gobiernos que rompen la democracia, de la falsa democracia que no se concibe participativa, de las viejas formas autoritarias o verticalistas de hacer política, de la crisis de representación, de las fake news, de la administración de la crueldad, y, sobre todo, del “sálvese quien pueda”. Para exigir a nuestrxs representantes que nos representen, pero también para encontrarnos, para reinventarnos, para disputar el poder, para imaginar y crear juntxs alguna salida colectiva. El movimiento universitario estudiantil surgido y organizado desde las bases nos viene mostrando el camino. “Estoy vivo, creo. Y porque vivo me duele” escribe Tao, “Nazco de un fuego, que empezó como juego. De una máscara artística que ahora es política”.
Marina Rosenzvaig
Teatrera y docente de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán.