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Norita, en el corazón y en la piel

OPINIÓN

Ayer murió Nora Cortiñas, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo. Tenía 94 años. Fue un emblema de la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Un sentido homenaje y el recuerdo de aquel día que me marqué para siempre en la piel el pañuelo de las Madres. | Por Franco Carletto

El tatuaje de Franco. Las Madres en la piel. Y en el corazón.


Nunca sentí miedo, al menos no tengo recuerdos de haber sentido que me recorría el cuerpo esa sensación de correr peligro. 

En algún momento de mi vida, no puedo precisar cuándo ni cómo, empecé a desarrollar un miedo que me paralizaba: no podía siquiera mirar agujas. Antes solo me molestaban porque me producían dolor; hacerme un análisis o colocarme una inyección significaban una molestia particular. Pero con el tiempo esa reacción de incomodidad frente al dolor de un pinchazo se transformó en pánico. 

Un buen día, un 5 de febrero de 2021, decidí enfrentar ese miedo, desafiarlo y, tal vez, derrotarlo y condenarlo para siempre al olvido. 

El 16 de marzo de ese año cumplía 30 y ya venía dándole vueltas a la idea de que el número redondo podía funcionar como una buena excusa para superar mi terror a las agujas y hacerme mi primer tatuaje.

Pero un lamentable episodio me obligó a adelantar la decisión. Aquel 5 de febrero amanecimos con la noticia del ataque que había sufrido la sede de Madres de Plaza de Mayo filial Tucumán: una afrenta negacionista que no vimos venir, un odio irracional que empezaba a cocinarse lentamente en el subsuelo de la patria. 

Un grupo de cobardes anónimos ingresaron al local esa madrugada  y robaron la bandera con la imagen de los detenidos desaparecidos de la provincia durante el terrorismo de Estado. Y ya la decisión para mí fue indeclinable. Era el momento.  

Frente a los ataques negacionistas y los intentos de ciertos sectores de borrar la imagen de los pañuelos de los espacios públicos y de la memoria colectiva, es nuestra obligación -mas bien diría un deber moral- multiplicar este símbolo de lucha: visibilizarlo, replicarlo en todos los espacios que habitamos. Incluso además, si es necesario, en nuestros cuerpos.

Ayer murió Nora Cortiñas, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo. Tenía 94 años. Fue un emblema de la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Íntegra, inquebrantable, comprometida hasta los huesos con la militancia por los derechos humanos y la justicia social. 

Interpretaba el momento histórico con una claridad admirable, leía el contexto con precisión quirúrgica. Sostuvo con tesón a lo largo de décadas una coherencia entre la palabra y la acción; se pronunciaba, pero también estaba de cuerpo presente donde se la requería. 

Esa mujer anciana, de baja estatura, menuda y en apariencia frágil supo extender su amor maternal más allá de los límites de la Plaza de Mayo: abrazó la lucha de los pueblos originarios, acompañó a la comunidad LGBT+, apoyó la ley del aborto. De repente, nos adoptó a todos y todas como hijos propios. Donde había una necesidad, estaba Norita.

Por esas cosas del destino, Norita murió con un gobierno que no la despedirá con los honores de Estado que ella merece. Pero tendrá el reconocimiento de este pueblo golpeado y curtido de derrotas. Su blanco pañuelo será la bandera que levantarán los nietos, las nietas y todos los que sueñan con un mundo mejor. 

Anoche, mientras presenciaba la ronda de Madres de Plaza de Mayo, busqué en vano las palabras justas para explicar la importancia y el legado de Norita. No las encontré. Cuando llegué a mi departamento, mi esposa me dijo: "Hoy se cumplen 24 años de la muerte de mi mamá. Perdí dos madres en la misma fecha".