No se nace mujer, se llega a serlo
Susana Maidana, Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Tucumán, toma una frase de Simone de Beauvoir en El segundo sexo y propone que "es tiempo de dejar de hablar de identidades para referirnos, en todo caso, a identidades en movimiento, que cambian y se transforman".

Imagen ilustrativa. Simone de Beauvoir, en Freepik.
Titulé mi breve participación en la celebración por el Día Internacional de la Mujer, organizado por la Dirección de Letras del Ente Cultural de Tucumán: “No se nace mujer, se llega a serlo”, frase que robé a Simone de Beauvoir de su emblemático libro El segundo sexo de 1947. Idea que nace en el existencialismo francés y que influye en el feminismo y en las cuestiones de diversidad e impacta en la cultura, al considerar que los seres humanos no somos naturalezas sino que nos constituimos, a partir de nuestras elecciones.
Considero que el desafío de los tiempos actuales es el de dejar de naturalizar lo cultural y dejar de hablar de la cultura para hablar de culturas. ¿Acaso hay una cultura argentina o tucumana o, en su defecto, hay múltiples culturas, múltiples formas de vida? Es tiempo de dejar de hablar de identidades para referirnos, en todo caso, a identidades en movimiento, que cambian y se transforman.
Mi exposición girará en torno de esta idea fundamental para hablar de nosotras, las mujeres. ¿Qué significa decir: “No se nace mujer se llega a serlo”? Alude al hecho de que ser mujer no es algo meramente biológico, sino que hay una impronta social y un relato, que especifica cuáles son las acciones propias de las mujeres y diferentes de las de los varones. Voy a dar algunos ejemplos: Se dice que una acción propia es la maternidad o ser casada, se dice que somos más débiles, que detrás de un gran hombre hay una mujer, que las tareas del hogar nos corresponden a nosotras, que nuestro destino es casarnos. Son mandatos sociales que debemos cumplir al extremo de que si no somos madres o mujeres de, o si permanecemos solteras nos falta algo para ser una mujer.
Esta forma de definirnos se expresa en la poesía, en las novelas, en la filosofía, en el psicoanálisis, en los shows televisivos. Sin olvidar que también hay determinados roles que se le exigen al varón.
Se nos adjudican algunas características, por ejemplo: las mujeres somos más débiles, que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, que las tareas del hogar nos corresponden de modo natural. Acaso, ¿no escuchamos a nuestros compañeros decir: “deja que te lavo los platos”, “dejá que te hago la cama” como si no hubieran comido en ese plato o dormido en esa cama? El título de “ama de casa” siempre me hizo ruido porque alude a que somos las “reinas del hogar” y el hombre reina en el mundo externo.
Convivimos con dos imágenes de mujer, una es la abnegada dentro del ámbito familiar y la otra, la mujer objeto sexual, que puede verse en las novelas, en el Gran Hermano, en las propagandas. Sin olvidar que hay roles que también se le exigen al varón.
Hace un tiempo, me deleité con la novela La hija única de Guadalupe Nettel, escritora mejicana, en la cual describe, con claridad y profundidad, los laberintos del “ser mujer”, a través de 3 perfiles. Es una joya literaria, que nos deleita con las contradicciones que nos caracterizan a los seres humanos, especialmente, en una sociedad con matriz machista.
Según Rita Segato, para entender la situación de la mujer hay que comprender que el patriarcado es un sistema político, pero también es un orden moral, religioso, que se rige por una serie de mandatos sociales y jerarquías.
Ahora bien, las mujeres tenemos que lidiar con el ideal de la madre perfecta, de la esposa perfecta, de la hija perfecta, cargando con una sensación permanente de culpa si no podemos cumplir los roles que la sociedad, a través del saber poder, instala. Foucault decía que todo poder genera un saber y el saber proviene del poder. Relación que anida en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en las instituciones de gobierno, entre otros.
No negamos que ha habido enormes transformaciones y conquistas en los derechos de las mujeres, pero, sin embargo, una gran mayoría de mujeres permanecemos invisibles a los ojos de la sociedad y algunas llevan complacidas las cadenas del sometimiento. En el siglo XVIII Mary Wollanstonecraft sostuvo que: “La debilidad, la inocencia del bello sexo no es más que una forma cortés e interesada de llamar a la ignorancia.”
Grandes escritoras han debido usar nombre masculino para ser reconocidas porque el lugar de la mujer debía ser la casa, el hogar, el mundo de lo privado.
En el siglo XIX, escritoras mujeres han debido usar nombres masculinos para ser aceptadas o vestir ropa de hombre para transitar las calles de Paris como Amandi Dupin que tomó el nombre de George Sand. Mary Anne Evans se adjudicó el nombre de George Elliot y por su parte, las hermanas Bronté se transformaron en George Elliot.
En el siglo XX dos grandes escritoras: una de ellas es Simone de Beauvoir, nacida en 1908 en Francia y otra, Judith Butler, nacida en 1956 en EEUU, produjeron 2 rupturas epistemológicas. Simone de Beauvoir desmontó esa idea de que la mujer es débil, afectiva, emocional, mientras que el hombre es racional y más fuerte biológicamente. La mujer no es más que una sombra del hombre, siempre unos pasos más atrás que él. Por su parte, Judith Butler rompió con el modelo esencialista y mostró que sexo y género son construcciones culturales. En El género en disputa desnaturalizó las nociones de sexo y género, que la tradición consideraba entidades naturales
Latinoamérica no permaneció callada ante estos avances. Julieta Lanteri tuvo que pedir permiso para estudiar medicina, mujer ítalo argentina, nacida en 1873, que participó activamente en la lucha por el derecho al sufragio, junto con Cecilia Grierson, que fue la fundadora de la Asociación Universitaria Argentina y en 1918 creó el Partido Feminista. Alicia Moró de justo encabezó las luchas por el sufragio, que concretó Eva Perón en 1947
La pregunta que me formulo, entonces, es ¿qué es lo que arraigó de tal modo para que las mujeres sigamos perteneciendo al “segundo sexo”? Es evidente que hemos naturalizado un modo de ser mujer, entendido como esencia, con determinadas características que supusimos que venían con nuestro nacimiento.
Hoy sabemos que hay una enorme diferencia entre el animal y el humano porque el tigre es tigre y no corre el peligro de destigrarse, mientras que el hombre corre el peligro de deshumanizarse, como decía Ortega y Gasset, y las formas en que los seres humanos construimos nuestras subjetividades están pautadas social y culturalmente. La educación cumple, pues, un importante rol para que dejemos de naturalizar lo social y cultural que tanto dolor y discriminación ha generado.
Conquistamos muchos espacios, pero aún nos queda un largo camino por recorrer. Siguen sucediéndose día a día los femicidios, los casos de Trata, las humillaciones. En un diario de Tucumán, hoy salió un estudio que afirma que hay más violencia de género que robos. No solo fueron los hombres sino también muchas mujeres quienes se hicieron eco de este horror, de este ataque a los derechos humanos. Sometiendo a sus seres queridos a la tortura.
Simone de Beauvoir decía que bastaba convencer a alguien que era un lustrabotas, para que sea un lustrabotas. Basta convencer a una mujer que no vale nada para que no valga nada.
Es muy importante lo colectivo cuando de emancipación se trata, Camus decía: “yo me rebelo, luego nosotros somos”, ante cada acto de rebeldía hay una afirmación de lo colectivo y de los lazos solidarios que se tejen entre ellos.
Pero, insisto en que falta un gran camino por recorrer, aun cuando ya empezamos a transitarlo y que JUNTAS PODEMOS LOGRARLO.
Finalizo con una cita de Rita Segato que dice: “El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos naturales”. “El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres”. “Que la mujer del futuro no sea el hombre que estamos dejando atrás.”
Susana Maidana
Doctora en Filosofía. Profesora Emérita de la UNT.