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Milei o Tanguito: ¿el amor será más fuerte?

OPINIÓN

Javier Milei se ha convertido en un extravagante mesías del odio que busca conducir los destinos de una masa desencantada y de todo un país. ¿Cómo puede la rebeldía juvenil envejecer hasta pudrirse? Por Exequiel Svetliza.


Me acuerdo que en los recreos por un tiempo no se habló de otra cosa. En el patio del colegio, siempre rodeados de oídos fascinados, los alumnos de los cursos más avanzados eran los portavoces privilegiados del mito: habían visto a los jóvenes y esbeltos Tango y Mariana (Fernán Mirás y Cecilia Dopazo) bailando en bolas en la pantalla del cine. En 1993, cuando se estrenó la película Tango Feroz, tenía apenas diez años y el film estaba calificado para mayores de trece. Llegué un poco más tarde a ese relato que fue parte esencial de la educación sentimental de quienes crecimos en la Argentina de los tempranos noventa. Quizás no lo supimos entonces, pero ahí estaba la potencia sísmica del rock, del erotismo, del amor y de la rebeldía. Digamos: lo que entendíamos que era ser joven en este país.

La película de Marcelo Piñeyro recupera la leyenda del músico José Alberto Iglesias Correa, mejor conocido como Tanguito, y recrea los albores del rock nacional en el contexto represivo de fines de los sesenta durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Obnubilados por la sensualidad de los cuerpos en danza y encandilados por una de las mejores bandas sonoras de la cinematografía argentina, muchos no hicimos una lectura política de aquel relato. Acaso porque algunos todavía éramos demasiado chicos. Quizás porque transcurría el menemismo; una era signada por la despolitización y el individualismo neoliberal. Pertenezco a esa generación a la cual la realidad política del país le explotó en la cara en diciembre de 2001. Tras la devastación, llegó la conciencia.

A treinta años del estreno de la película, el país y la juventud son muy distintos. Algunos de los acuerdos sociales que han sostenido la vida democrática a lo largo de los últimos 40 años hoy son fuertemente cuestionados. Desde el Nunca Más al terrorismo de Estado hasta el reclamo de soberanía de las islas Malvinas sufren ahora la amenaza latente del avance de la derecha libertaria. En el discurso del candidato presidencial Javier Milei, la guerra de 1982 se banaliza como una derrota deportiva y Margaret Thatcher se recubre de un halo de idolatría. Su candidata a vice, Victoria Villarruel, postula sin pudor el advenimiento de una nueva tiranía y reivindica a los genocidas de la última dictadura. Entre las filas de quienes defienden sus ideas y están dispuestos a legitimarlas en las urnas, hay una masa de jóvenes que han convertido a la rebeldía en una pulsión tan conservadora como violenta. Decepcionados con el presente y alentados por los anhelos explosivos del rugido felino, juntan por estos días los cables de la bomba que puede significar su propio estallido generacional.

¿Cómo puede la rebeldía volverse reaccionaria? ¿Cómo fue que las ideas de parte importante de la juventud actual envejecieron hasta podrirse o hasta pudrirla? Catapultada desde sus inicios por los medios de comunicación, la carrera presidencial de Milei fue meteorítica. En tiempo récord y con un lenguaje que disfraza como antipolítica sus auténticas ambiciones ultraderechistas, el singular personaje capitalizó, primero, el malestar ante las medidas estatales durante la pandemia y, después, la bronca imperante por la crisis económica. De probada efectividad histórica, el discurso antisistema es un señuelo bastante seductor para captar esos ímpetus de rebelión (juveniles y no tanto). Aunque a la utopía anarco-capitalista libertaria no tardó demasiado en caérsele el revoque y desnudar su carácter fascistoide con ribetes delirantes (repertorio que, como sabemos, incluye venta de órganos y privatización del mar, entre otros). Y aun cuando la arenga anti-casta, tras la primera vuelta electoral, devino en alianza con los popes de la casta macrista. Lo concreto es que ya era demasiado tarde: el veneno estaba inoculado y Milei se había erigido en un extravagante mesías del odio.

Milei también fue un joven rebelde. En junio de 1993, cuando se estrenó Tango Feroz, el líder libertario tenía 22 años, transitaba los últimos días de su fallida pasantía en el Banco Central y era el cantante de “Everest”; una banda tributo a los Rolling Stones. Según averiguó el periodista Hugo Alconada Mon, dos informes negativos donde se lo describía como una persona que se resistía a acatar órdenes sentenciaron su despedida de la entidad financiera. Como Tanguito en la ficción cinematográfica, Milei era un espíritu indómito. Sin embargo, a diferencia del personaje, su rebeldía de traduce en rabia y rencor. Si somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros, como indica el viejo postulado sartreano, motivos no le faltaban. Así lo revela el podcast documental “Sin control: el universo de Javier Milei: el desprecio de sus padres, el acoso de sus compañeros de escuela y la falta de amigos forjaron el carácter de ese personaje díscolo y ruidoso que pretende conducir a una manada igual de desangelada y los destinos del país.

En la escena final del film de Marcelo Piñeyro, Tanguito graba un video enviándole un mensaje a su yo del futuro: “Quiero decirme algo a mí mismo cuando sea viejo… A mí, en general, me gustan los viejos, los que tienen memoria. Y por si acaso vos sos de los que se olvidan, yo te recuerdo algunas cosas que ahora tengo claras: Todo no se compra. Todo no se vende. Conozco una lista interminable de cosas que son más importantes que la seguridad. Soy capaz de soñar sueños…”. En su discurso, Tanguito aspira a que los valores que sustentan su juventud no caduquen con el paso del tiempo. En otras palabras, no quiere convertirse en un viejo de mierda o, en su versión contemporánea, un viejo meado.

Las ideas de Javier Milei lo ubican en las antípodas de ese discurso de la película, como bien explicó recientemente el escritor Martín Kohan: “Milei no concibe a un ser humano como otra cosa que un productor y un consumidor y, por lo tanto, alguien que está dispuesto a cambiar bienes según oferta y demanda. Y que las relaciones sociales son relaciones de beneficio de oferta y demanda… Y que eso es todo en la sociedad y que cualquier otra variable; cualquier otro factor de conducta, de deseo, de placer, es prescindible o es engañoso”. Con su histrionismo maníaco y sus proyecciones destructivas, el libertario se parece a uno de esos antihéroes de la literatura de Roberto Arlt que sólo desean ver el mundo arder. Una especie de gemelo maldito de Tanguito; su némesis.

Mientras la pantalla nos devuelve los créditos de Tango Feroz, suena “El amor es más fuerte”; ese himno generacional que nos advierte que el mundo puede ser espantoso (y siempre puede ser peor), pero también que hay un antídoto:

Pueden robarte el corazón

cagarte a tiros en Morón

pueden lavarte la cabeza, por nada

La escuela nunca me enseñó

que al mundo lo han partido en dos

mientras los sueños se desangran, por nada

Pero el amor es más fuerte

Pero el amor es más fuerte

Pero el amor es más fuerte

Pero el amor es más fuerte

Cuando podrán disimular

la guerra en tiempos de paz

si aquí los muertos siguen vivos, por nada

Pueden jurar que no es verdad

el viejo sueño de volar

Pueden guardarte en una jaula, por nada

Pero el amor es más fuerte

Pero el amor es más fuerte

Pero el amor es más fuerte

Pero el amor es más fuerte

Pedrito escribe sin parar

Que el mundo está por estallar

Y los demás en la oficina, por nada

Pero el amor es más fuerte…

¿El amor será más fuerte el domingo?