Top

El Buen Gusto: la confitería que fue un símbolo de un Tucumán desbordante de cultura

NUESTRO PATRIMONIO

Fue un lugar de encuentro por el que pasaron notables como Luis Sandrini, Jorge Luis Borges y Raúl Alfonsín. Un magnífico edificio art decó que albergó al arte y la bohemia: “Allí se planeaban revoluciones, se escribía, se seducía”. Por Gabriela Neme.


“La buen Gusto” fue algo más que una confitería tradicional. Se trasformó en una institución cultural de San Miguel de Tucumán; una especie de república de sueños para los artistas, escritores e intelectuales que transitaron por sus salones. Un símbolo del Tucumán del siglo XX desbordante de cultura que la albergó. Su historia comienza con el arribo de una familia de inmigrantes: los hermanos Roig provenientes de Ibiza, España, quienes, al llegar a nuestra tierra, deciden fundar este inolvidable lugar combinando un sector de confitería con otro de cafetería, a la manera de los cafés europeos como El Gijón de Madrid. 

Su primera sede fue el solar ubicado en el cruce de las calles San Martín y Laprida (sitio ocupado actualmente por el edificio La Continental), una de las esquinas más importantes de nuestra ciudad por estar enfrentada a Plaza Independencia. Funcionó allí durante unos pocos años hasta su traslado al local de calle 9 de Julio primera cuadra. Es allí donde transcurrió su época de oro, acunada en un magnífico edificio de sobria fachada art decó materializado por el constructor italiano Vicente Chiolerio. Molduras de formas geométricas de base triangular, remates escalonados, balcones que recorrían todo el ancho del edificio con detalles de rejerías en hierro fundido con formas de abanico componen su portada. En el interior la decoración e iluminación eran concordantes con el mismo estilo. 

Sus inicios coinciden con un suceso clave para el rubro: la incorporación del café express, que se originó a comienzos del siglo XX con la primera cafetera que fue creada por Luigi Bezzera en 1901. Desiderio Pavoni adquirió la patente en 1905 y fundó “La Pavoni”, en la Via Parini de Milán, Italia en donde producían una maquina por día. Siempre innovadora, El Buen Gusto fue el primer bar en contar con una cafetera express en Tucumán traída desde Francia. 

En la década del ’30 ya era uno de los lugares más frecuentados por los tucumanos junto con otros bares del estilo como La Cosechera (Junín esquina San Martín) y El Molino (24 de septiembre al 500). "Por El Buen Gusto pasaba el mundo. Uno llegaba un viernes a la noche y sabía que algo iba a ocurrir. Allí se hacía todo: se planeaban revoluciones, se escribía, se seducía, se pintaban mundos, se vivía..." según relataba el pintor Luis Vivas (1999). Tal fue su resonancia en nuestra ciudad que sus salones fueron testigo de la visita de figuras destacadas como Luis Sandrini, Alfredo Alcón, Palito Ortega, Lino Spilimbergo, Jorge Luis Borges, Julio Bocca, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Poldy Bird, entre otros.

En la década del ´70 Tucumán era un caldero en ebullición cargado de un espíritu revolucionario de intensa actividad cultural y política. Fue así como durante el “tucumanazo” fueron protagonistas algunos jóvenes que frecuentaban las mesas de La Buen Gusto, adoptada como su lugar de encuentro y debate.

Tiempo después la planta alta del edificio −a la que se ingresaba por una puerta lateral que comunicaba con una escalera−, se transformó en una pista de baile al son de tangos, pasodobles y fox trot que musicalizaron las noches de los viernes y sábados tucumanos. La incorporación del baile parece haber surgido por iniciativa de uno de los mozos, quien "decidió modernizar el lugar y llevó un Winco (tocadiscos de los 60-70). Intentó instalarlo, pero otro le dijo: ¿estás loco? ¡este es un bar de intelectuales, cómo se te ocurre poner música!? Claro que después terminaron viniendo grupos de folclore y jazz y se terminaba bailando", según recordaba el difunto sociólogo Salvador Fernández (1999). 

La magia se mantuvo intacta hasta el año 1992, en donde se decidió vender la propiedad; lo que significó la desaparición de esta joya arquitectónica art decó bajo las garras de la picota para dar lugar a un edificio comercial anodino y sin ningún tipo de identidad, perteneciente a una importante cadena nacional de electrodomésticos. La gloriosa Buen Gusto se trasladó hacia calle San Martin al 900 y sus últimos días transitaron en la calle Crisóstomo Álvarez al 800. En esta última etapa los descendientes de los hermanos Roig (hijos y nietos) solo se quedaron con la masitería y vendieron el bar a José Nader, quien lo tuvo a su cargo hasta su cierre definitivo. 

A pesar de haber desaparecido físicamente, su recuerdo se mantiene vivo en nuestro paladar y sus exquisiteces únicas consolidadas como sabores clásicos de Tucumán. Nadie puede olvidar a la torta biscuit de la reina (capas de pionono alternadas con un relleno de crema hecha de la mezcla de merengue con crema Chantilli), el Pudding de Cabinet o los tocinos del cielo. Otros recuerdan con añoranza los copetines que se servían al salir de la misa en 11 hs en la Iglesia Catedral, infaltables en la rutina local. Asimismo, las fechas especiales como la Semana Santa eran símbolo de las inigualables empanadas de vigilia infaltables en las mesas de muchos tucumanos.

Tantas historias de amor y de sueños que se tejieron en sus mesas, noches de tertulias interminables y de acalorados debates, quedaron grabadas a fuego en la memoria colectiva de los tertulianos que dejaron huellas en sus salones. Son estos recuerdos los que consiguieron que La Buen Gusto siga latente entre nosotros, como un verdadero patrimonio vivo de los tucumanos.