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Ese terror tan nuestro y tan de todos los días

Opinión

Tucumán es ese lugar donde podés conocer a alguien en un bar y, años después, enterarte que encontraron su cuerpo escondido en la cisterna del edificio donde vivía. Por Exequiel Svetliza

Ángel caído de Alexandre Cabanel


Una mujer llorando descalza en la barra de un bar es siempre un suceso notorio. Puede ser la letra de un tango, la escena de una película melodramática o un cuadro de Edward Hopper. Ese martes por la noche, las lágrimas de Gaby se escucharon en las mesas del fondo donde se festejaba un cumpleaños. Ni el dolor ni la celebración eran tan íntimos como para pasar desapercibidos. En ese antro plagado de gente rota, ella era la única que no se molestaba en ocultar sus fisuras.

Fue Raquel, la cumpleañera, la primera en acercarse a preguntarle qué le había pasado. Es difícil reconstruir ahora aquel relato con la borra del recuerdo: un novio policía, una traición o una ruptura, las llaves del auto perdidas, un par de zapatos olvidados en un taxi. Una sucesión catastrófica de hechos que narraba con el maquillaje corrido por la humedad de las lágrimas. Conservaba, sin embargo, la dignidad en la derrota. El vestido blanco impoluto. La mueca borrosa de una sonrisa siempre dispuesta. Me pareció una persona luminosa acechada por fantasmas. Apenas la vi, me regaló una de las definiciones astrológicas más maravillosas que escuché:

- ¿Vos de qué signo sos? – preguntó.

- De escorpio

- Ahhhhh a vos te gusta culiar y culiar.

Sólo atiné a reírme. Ella también lo hizo. Ahora, cada vez que alguien me pregunta por mi signo, me vuelve el eco de aquella frase y nuestras risas. A Gaby la acompañamos esa noche con Raquel hasta su casa de Chacabuco 59. Nos invitó gentilmente a pasar, pero ya era demasiado tarde para nosotros. Dicen que el tiempo es tirano, pero el mundo puede ser aún mucho peor. Hace unos días supe que Gaby era Gabriela Picciuto.  Y aterra conjugar en pasado, pero Tucumán es un lugar donde podés conocer a alguien en un bar y, años después, te enterás que encontraron su cuerpo escondido en la cisterna del edificio donde vivía. Prefiero ahorrarles el morbo de los detalles que pretendo nunca conocer. Quiero quedarme con la Gaby de la barra esa noche de martes, la de la sentencia astrológica, la que lloraba, la que reía.

La historia de Gaby parece una narración de Mariana Enríquez. La escritora argentina - una de las más destacadas de la ficción gótica contemporánea en todo el mundo - que construye sus relatos con la arcilla terrorífica de nuestro pasado histórico repleto de desapariciones, fosas comunes y cuerpos flagelados por la tortura. No hay fantasmas ni monstruos que espanten más que aquellos cuyos rostros nos resultan reconocibles. No hay miedo más espantoso que el de caminar por una ciudad que esconde en sus rincones tantas tumbas anónimas. Un terror demasiado cercano, palpable, respirable. Un terror tan común como la muerte. Un terror que parece cuento, pero no lo es.

Podemos trazar la genealogía de ese horror nuestro de cada día en los ensayos del terrorismo de Estado en la escuelita de Famaillá, en la desaparición de obreros que se devoraban los perros familiares de buenas y pudientes familias, en las osamentas que ocultó tanto tiempo el Pozo de Vargas, en los femicidios de Paulina Lebbos y de María Marta Arias, en el transfemicidio de Cynthia Moreira, en la desapariciones de Marita Verón y Bety Argañaráz, en el cuerpo desmembrado de Liliana del Valle Cruz en manos de su amiga María del Valle Dip o en el crimen de Pablo Mariotti, también víctima de asesinos íntimos. La lista puede ser mucho más extensa y puede ser tan sólo eso: una frívola compilación de nombres propios. Hasta que un día toda esa violencia se vuelve un rostro amigo, un recuerdo y el eco de una risa familiar como la de Gaby.

Vivir acá también es aprender a cargar con nuestros propios fantasmas. Es acostumbrarse a la idea de que esa chica que te hizo reír una noche puede aparecer muerta en una cisterna. Es tutearse con el miedo y asimilar el espanto que acecha lo cotidiano. Ese terror tan nuestro y tan de todos los días.