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El Familiar: la verdad caníbal detrás del mito norteño

EL ORIGEN DE UNA LEYENDA

Los cuerpos se consumen, la sangre se chupa, el ingenio se alimenta del peón: cuando el Diablo formaba parte de la riqueza tucumana.

El Familiar con el ingenio de Santa Ana de fondo, por la artista tucumana Gabriela Lezama.


Casi 5 siglos de colonialismo dejan su sesgo en cualquier tipo de sociedad. En América Latina, el entrecruzamiento de costumbres, cosmovisiones y sociedades, está tan naturalizado que prácticamente olvidamos buscar el origen de cada una de nuestras creencias y comportamientos. 

Tucumán, por supuesto, no es la excepción. “El terror nace con la plantación”, asegura Alejandro Isla, autor del artículo “Canibalismo y Sacrificio en las dulces tierras del azúcar”, texto que inspiró esta crónica, en conjunto con mi asistencia al curso “El NOA, configuraciones político culturales y problemas sociales”, dictado por la Dra. Andrea Villagrán en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.N.T., para la Especialización en Culturas del Noroeste Argentino (ECNOA).

Decir que el terror nace con la plantación puede tener muchas acepciones, y ninguna es muy reciente. En este artículo, entre otras cuestiones, vamos a referirnos al Diablo. A pesar de que las tendencias New Age sobre espiritualidad hablan mucho sobre la dicotomía entre las entidades del bajo astral y el alto astral, la luz y la oscuridad, lo bueno y lo malo, el Diablo como yuxtaposición a Dios, es en sí es una figura que desembarcó en este continente con la llegada de los españoles en el siglo XVI. Antes de eso, las culturas que ocupaban esta parte del mundo hablaban también de entidades del bajo astral, y aceptaban su injerencia en los modos de vida, en las costumbres, y en el comportamiento de los seres humanos, con mucho menos temor, negación o culpa. Así, es como nuestros pueblos ancestrales andinos se referían al Diablo con otras acepciones relativas al urkupacha, esto es, el “mundo de abajo”, que si bien es tenebroso y oscuro pues da vida a personajes como El Tío o el Supay, los pueblos andinos tomaban la figura de estas entidades del bajo astral para aceptar comportamientos habituales relacionados a la picardía, a la fertilidad, y a la sexualidad, por ejemplo. Recientemente presenciamos esta convivencia pasiva de los pueblos con el Diablo en las celebraciones del Carnaval, celebraciones que crecen y se expanden cada vez más en el NOA, atrayendo personas de todo el país, y del mundo.

El Diablo y la cosecha no es un bien propio de la zafra. Sus orígenes los encontramos en culturas tan remotas, que a los antropólogos les facilita encontrar la conexión entre los pueblos que comparten el miedo. Los esclavos, campesinos, obreros y trabajadores de distintas partes de Latinoamérica, perjudicados en función de su género, su color de piel, su origen y su condición económica o social y de salud, han sido víctimas del temor infundado de tratar y pactar con el demonio a lo largo de la historia, a partir de las lógicas de esclavización del más débil o desfavorecido. Es el caso de los ganaderos del sur de Nicaragua y el norte de Costa Rica, los campesinos afrolatinos trabajadores azucareros del Cauca en Colombia, los esclavos cafeteros de Brasil, los indígenas desplazados como campesinos en las minas de Bolivia, y por supuesto, los trabajadores del azúcar del NOA, en donde está inmerso Tucumán.

Como tucumanos, podemos sentirnos parte de la afirmación del antropólogo Claude Lévi Strauss, tomada por Isla, quien remarcó que “no podemos comprender las cosas desde afuera y desde adentro; no podemos comprenderlas desde adentro más que cuando hemos nacido adentro, cuando estamos efectivamente adentro”. Todos los tucumanos y tucumanas, nos vemos atravesados por la zafra y la historia del azúcar y las cañas, aunque no trabajemos ni nosotros ni nuestros familiares en nada relacionado con ella. Todos los tucumanos sabemos lo que es un ingenio, desde siempre. Y por eso, nos sorprende tremendamente tener que explicar qué es una fábrica de azúcar cuando nos movemos del NOA y hacemos algún tipo de mención. Todos y todas modificamos nuestra rutina en tiempos de zafra al menos en alguna cuestión cotidiana, como cambiar el recorrido de las rutas, o trabajar con mayor intensidad dependiendo el rubro que manejemos y que tenga algún tipo de injerencia en cualquier cuestión relacionada a la caña de azúcar y su cosecha.

La historia del cierre de los ingenios tucumanos, pocas décadas después de la fiebre del azúcar, que dejó entre 300 y 400 mil familias sin trabajo, es una herida profunda que, además de no ser mencionada como parte fundamental del dolor tucumano – muchos creen que el dolor se borra no hablándolo -, es para muchos, el motivo de la mayor parte de la pobreza estructural de esta provincia, considerando que el azúcar fue todo lo que supo generar riquezas y esperanza de futuro a mansalva alguna vez. El trauma del cierre, las migraciones forzadas, y los asentamientos devenidos luego en villas miseria, todavía es una situación que falta analizar y aceptar en profundidad en la historia tucumana. Con la muerte de 11 ingenios azucareros bajo el golpe de estado de Juan Carlos Onganía en 1966, el relato más terrorífico relacionado al azúcar, es decir, el Perro Familiar, quedaba reducido a un cuento de hadas.

Sin embargo, no es el cierre de los ingenios lo que en este artículo nos trae a hablar de mitos, verdades, y canibalismo. Sino que, vamos a referirnos al nacimiento, expansión y profundización del miedo a la muerte perpetrada por una criatura de tamaño colosal, un miedo que parece impreso en nuestro ADN y que se reactivó en determinados años para todos los tucumanos que habitaron geográficamente zonas rurales, y socialmente las clases subalternas. 

En su narrativa, desarrollada durante los años 90, Alejandro Isla reproduce una entrevista a Juan Ignacio Tapia, un dirigente social de Tafi Viejo. Tapia se refiere a “Revista Blanca”, una publicación de los anarquistas en donde se referían a Alfredo Guzmán, el "fiántropo" fundador de la Casa Cuna, dueño de varios ingenios y exsenador tucumano, como uno de los creadores del mito del Familiar en el Jardín de la República.

El activista de Tafí Viejo asegura que eran tres los empresarios del azúcar que soltaban por las noches al Familiar en sus fincas: Guzmán, Hileret y Vero. Esas noches de luna llena, los hombres más valientes querían descubrir la veracidad del mito y salían en busca del gran animal, pero, como era de esperarse, no volvían. Solamente aparecía la ropa, o un lugar lleno de sangre, como muestra de la brutal masacre que se había llevado la vida de un hombre. Y si de ser y sentirse parte de un mito se trata, Santa Ana, el pueblo de Hileret, mantiene hasta este momento la identificación simbólica, histórica y cultural con el aterrador mito.

Sin embargo, en algunas ocasiones, los hombres se animaban a salir en grupo para enfrentar de maneras más perspicaces el mito. Así es como habrían descubierto que este perro no actuaba solo, sino que, tenía por detrás una banda de “delincuentes” que lo ayudaban a perpetrar su sanguinaria labor. Si alguien le hacía algo al animal, sus guardaespaldas acababan de inmediato con la vida del corajudo.

Pero entonces... ¿el perro gigante existía? 

Tapia aseguró que sí. Los empresarios azucareros, a diferencia de los demás trabajadores de cualquier rubro en la provincia, manejaban cantidades colosales de dinero, al punto que no era extraño para ellos viajar por el mundo y tratar con personas de otras nacionalidades, como zares rusos. Así fue como se llegó al Borzoi, o también conocido como Galgo Ruso. Si bien este animal no es corpulento, su imagen en la noche puede ser la digna visión de una película de terror: “Los largaban de noche con una larga cadena. Si no eran negros los teñían”. La altura del Borzoi es casi de un metro en algunos casos. Visualizar una aparición de este tipo en las negras noches del siglo pasado y del anterior, generan el terror en cualquiera.

El mito del Familiar parece sostenerse, sin embargo y por sobre todo, en el mundo de las ideas. Más allá de la existencia real de un perro negro agresivo que merodeaba algunas fincas, pensemos un poco en el punto de vista sociológico que explica de qué manera es tan fácil que los sectores subalternos de la sociedad, se apropien, contribuyen y sostengan teorías que, lejos de emanciparlos, parecen someterlos en mayor profundidad. El sociólogo italiano Antonio Gramsci, afirmó que la religiosidad era parte del sentido común de los sectores más desfavorecidos de la sociedad, y también es un concepto dotado de prácticas no conscientes. En ese aspecto, la presencia del Diablo y el sentido del “pacto” en todas las versiones del éxito económico, sitúa a todas las sociedades campesinas en un lugar cultural común. Bastaba con lanzar un simple rumor a un obrero, para que una nueva historia relativa al familiar se haga popular en cuestión de días, sin más esfuerzo. 

La historia de este perro infernal, entremezclada con la leyenda del Lobizón, se volvió tan fuerte que según Tapia, fue motivo por el cual el séptimo hijo varón comenzó a ser apadrinado por el Presidente de la Nación: la leyenda del lobizón reza que, el séptimo hijo varón de un hombre, se convierte los días viernes en este ser violento, sanguinario y asesino. Cuando comenzó a circular la leyenda del familiar prácticamente al mismo tiempo de la exitosa instalación de los primeros ingenios azucareros, se habrían registrado rumores de violencia o inclusive muertes factibles a bebés masculinos   nacidos en el séptimo lugar, instigado por terceros. Por ello, Roque Saénz Peña, hijo de Luis Saenz Peña, en su papel de diputado habría presentado el proyecto para que el presidente apadrine a los niños que nacían en este orden, un padrinazgo presencial y llamativo en Tucumán, lugar donde la creencia de la existencia física y tangible del Diablo era más fuerte.

              El perro familiar, y el ingenio de Hileret de fondo. Por la artista tucumana Gabriela Lezama.

Además de la fuerte religiosidad casi mística del momento, que facilitó el no cuestionar esta supuesta existencia, el refuerzo de la creencia en el Familiar para muchos autores, tiene que ver con la modernidad propia y exacerbada que significaron las fábricas azucareras para los trabajadores, modernidad que convivía en conflicto con un estilo de vida todavía colonial, refiriéndose puntualmente a los imponentes e inseguros trapiches, los inmensos hornos, las calderas que ardían de manera dantesca y sin cesar, el ruido ensordecedor de las maquinarias. Todo esto, un gran combo del terror que solo podía ser atribuido a una fuerza fuera de este mundo, quizás a nivel inconsciente de estos trabajadores rurales. Lo que se dice la “fastuosidad de la estructura”, según Villagrán.

Pero regresando al concepto de que el familiar se sostuvo muchos años en el mundo de las ideas más que en el real, es importante remarcar qué significó la existencia y el refuerzo del mito en las sociedades tucumanas. 

Tapia, al igual que tantos otros obreros que integraron espacios fundamentales para “matar” al perro como la FOTIA, denunció en muchas ocasiones la existencia de este mito como un sistema de disciplinamiento obrero, un sistema que era muy sencillo de sostener, considerando los factores antes mencionados como el fuerte sentido de la religiosidad, en donde la existencia del Diablo es prácticamente indiscutida.

Todo reclamo obrero durante la industria del azúcar, fue respondido con una fuerte represión. En muchos casos, con una simple amenaza en el aire que comenzaba a fundirse a carne viva entre los obreros: el patrón entregó un peón al Familiar. La entrega del trabajador, que nunca es un administrativo o un capataz, es la simbología más fuerte del mundo de las ideas en donde el mito cobra vida. La muerte anual de trabajadores del azúcar parece ser un mal aceptado prácticamente sin disturbios, y la razón nunca tiene que ver con las malas condiciones laborales, sino que, siempre es culpa de la zafra en sí. El ingenio se lleva vidas. Las come, las mutila, las recorta.

La zafra, si podemos decirlo así, por muchos años fue descaradamente caníbal. Como dice Isla, en este esquema la riqueza se produce y se acumula únicamente mediante la extracción de sangre humana. Se habla de los cuerpos consumidos, de la sangre chupada por la zafra. Moise y Daino en la interpretación del mito, se refieren a una “antropofagia ritual” cuando del ingenio y el progreso de sus dueños se trata. El ingenio come obreros, y sus favoritos, son los que reclaman. Los que hacen huelga, los que se agrupan. La sangre humana, alimenta a la patronal. Y eso sí, la riqueza, percibida socialmente –aun hoy- como un sesgo negativo, como una propiedad propia de quien ha realizado el ilícito, el pacto, el deshonor. El trabajador honrado, DEBE ser humilde.

Pero, irónicamente, pareciera que en el miedo hay un fuerte sentido de la necesidad de que el ingenio sea caníbal. Es decir, si a los patrones les va bien, hay trabajo para todos. Y la única manera de tener años exitosos en la zafra, es con sacrificios. Estos sacrificios, según la lógica que plantean los historiadores, son necesarios. Dan temor, mucho temor, pero los trabajadores comprenden la necesidad caníbal de las fábricas azucareras de llevarse la vida de los compañeros. Nada es gratis, hay que entregar para obtener algo a cambio. A veces se trata de los patrones, entregando peones, o de los cañeros independientes, que entregan algo de su vida. 

Además, está muy claro cuáles son los tipos de compañeros cuyas vidas corren riesgo. Los solteros, los sin hijos, sin madre, sin hermanos. A ellos, nadie les reclama. En épocas de fiebre azucarera, lejos de pensar en una familia grande como un sello de pobreza, se creía que mientras más hijos había, más maduro y responsable era el hombre. Además de la leyenda del lobizón, tener muchos hijos, por ejemplo, siete, significaba que este hombre era corajudo. ¿Quién le va a hacer frente o daño a un hombre que tiene siete hijos varones? Nadie. El castigo, es para los que no tienen sentido de la responsabilidad, para los díscolos, los activistas

Pese a que este ser descomunal y aterrador perro es un mito existente en todas las zonas que bordean a las fábricas azucareras del NOA, particularmente en Tucumán llegaron a existir 27 ingenios, y fueron la fuente de ingresos económicos de prácticamente toda la población tucumana durante más de medio siglo. No existía zona de la provincia donde la sombra del familiar no fuera una posibilidad real. A diferencia de las otras provincias del NOA, en donde el mito se limitaba a las zonas estrictamente azucareras. Inclusive hoy, años después de que el mito dejó de ser verdad para ser eso, un mito, nuestros niños no desconocen la existencia de este ser.

Para finalizar, muestro mi acuerdo con Isla, cuando afirmó que las memorias del pánico al Perro Familiar, no afectaron más que a las prácticas explícitamente políticas y anticapitalistas de los años de crecimiento del empresariado del azúcar. Pero, además, corrieron del eje central el hecho de que la riqueza de la patronal proviene de la extracción del excedente. La patronal se enriquece directamente y crudamente del sacrificio de una vida. Una vida tomada por el Diablo, el gran mediador, personificado por este perro.

Lic. Marianina Alegret

 

  • Bibliografía: Isla, Alejandro (2000) –Estudios Atacameños. Universidad del Norte, estudios de arquelogía. Chile.