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Mis discursos de odio

TRIBUNA ABIERTA

El odio garpa. El odio es el negocio. Pero nadie se autopercibe odiador, nadie se reivindica lleno de odio. El odio es el otro, los que odian son otros.

(Foto: Prensa Pablo Yedlin)


El odio está entre nosotros. Desayunamos mensajes cargados de violencia, y a muchos de ellos los publicamos nosotros y debemos hacernos cargo de la parte que nos corresponde. Si no somos capaces al menos de admitir las responsabilidades que a cada uno nos competen, todo lo que aquí propongamos será en vano.

El odio, los discursos de odio, no empiezan ni terminan en “la grieta”, un concepto ordenador, creado por y para los medios de comunicación que no es más que un facilismo para describir un escenario político hoy vetusto. Si el nivel de interpretación político se limita a kirchneristas vs. macristas o izquierda vs. derecha, no hacemos más que perder el tiempo. Acá no hay buenos ni malos, ni vencedores o vencidos cada dos o cuatro años. 

"Fíjate de qué lado de la mecha te encontrás", plantearon Solari y Beilinson en Queso Ruso, aquel inmortal himno ricotero. La frase se ha usado mucho para narrar esa tan mentada y funcional grieta, esa construcción política – periodística cuyos orígenes se remontan a los unitarios y federales, y luego peronistas y antiperonistas bombardeando la plaza de Mayo en el 55 y en nuestros tiempos en 2007, con la primera presidencia de Cristina Kirchner y la llegada de Mauricio Macri a la Jefatura de Gobierno porteño. 

Sería justo para con “la grieta” decir que esta grieta, la de hora, no ha derivado todavía guerras civiles ni bombardeos, pero casi.

El intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner ha puesto en el eje de la escena los mentados “discursos de odio”, y aquellos “lados” de la mecha: un lugar donde se enciende, y otro donde explota, y los medios, presentados como el caldo de cultivo de ese odio que se expresa en dos gatillazos a centímetros de la cabeza de la titular del Senado. 

El atentado retumbó en los televisores, en las redes, en los portales. Causó estupor, fue repudiado, condenado… luego cuestionado y puesto incluso en duda. Pareciera que el entramado de ese atentado es mucho más complejo, y no se limita a que los medios riegan odio y la gente odia

Los discursos de odio no son un invento argentino (cada 18 de junio se conmemore el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio) ni son hijos de la grieta, que no nació en 2007 ni se limita a peronistas y antiperonistas.

Los medios de comunicación tradicionales y los nuevos medios también hemos fracasado: se nos ha caído la careta de la objetividad, hemos sido desenmascarados. Los diarios son negocios, y no siempre de los buenos. La pauta pública sostiene los sueldos de los periodistas, el sector privado mira de reojo y con desconfianza, como el resto de la sociedad.

Ya lo dijo Marcelo Bielsa: "El procedimiento más poderoso que tiene la sociedad para educar ya no son más las escuelas, son los medios de comunicación. Porque los medios de comunicación influyen más que la familia y la escuela, que son en verdad los elementos genuinos de formación. Es una vergüenza que los medios eduquen a la gente, porque tienen intereses específicos diferentes a los que tiene la escuela".

El viejo y acaso romántico oficio del periodista sobrevive a duras penas, de forma residual: hoy apenas respira en formatos costosos para la industria periodística y por eso cada vez más escasos, como un perfil o una buena crónica, cuando manda la ocasión.

Aunque nos duela admitirlo, los medios de comunicación hoy son mayormente el depósito donde la gente va a buscar argumentos para ganarle una discusión a un vecino en la esquina o a un amigo entre birras. Lo escuchará en TN o en C5N, repetirán lo que diga el Feinmann malo o Víctor Hugo, según el costado de aquella grieta del que le toque amanecer cada mañana.

El público sale a buscar medios que afirmen y reafirmen sus posiciones, y éstos les brindan las respuestas que cada uno de ellos demandan. Hay un argumento para cada discusión boluda al alcance de la mano. Periodismo para convencidos.

¿Qué espacios de debate generamos? ¿En qué instancia intercambiamos ideas? ¿Nos hacemos cargo de lo que replicamos? ¿Le cambió la vida a la gente alguna primicia? ¿Alguna noticia era tan urgente como creímos?

El periodismo vive ahogado en un mar de operaciones, contraoperaciones, rosca y off the récord mientras nos lamentamos que 'cada vez hay más chicos y grandes pidiendo’ en los bares donde tomamos café tras café con políticos y entre nosotros y mientras habitamos ese ecosistema tóxico. Los problemas de la gente siguen ahí, donde siempre estuvieron y lejos de nuestras agendas.

Trabajo en un diario cuya impronta localista apunta a poner en agenda a los tucumanos y tucumanas y sus problemas reales, de cerca, de acá. Eso intentamos hacer, y a veces nos sale. 

Me tocó crecer y adentrarme en el periodismo en el auge de los portales digitales y la adaptación de los medios tradicionales a las redes sociales, el streaming, el podcast y las mutaciones por venir. 

En el reino del click, el odio es la norma y el morbo es rey. Años atrás, en una de mis primeras experiencias en medios digitales, se agregó a la labor de los periodistas una tarea extra: con falsos usuarios, había que poner en cada nota un comentario a favor y uno en contra de los protagonistas de la misma, para instar al debate público en el foro y las redes. Nunca supe si los que se sumaban después eran seres humanos o pares míos.

También me ha tocado administrar y por supuesto moderar perfiles de redes sociales de políticos: allí, en los muros de Facebook de ayer y las cuentas de Instagram de hoy, siempre los que los llenan de elogios son ciudadanos de a pie conmovidos, por las reuniones y recorridas que exhiben. “Gracias gobernador”; “siempre a la par de la gente, legislador”. Pero los que insultan son trolls. Y seguro pagados.

El odio garpa. El odio es el negocio. Pero nadie se autopercibe odiador, nadie se reivindica lleno de odio. El odio es el otro, los que odian son otros. Nadie, ningún periodista, se presenta odiante, irracional. Pero ahí están los medios y la gente, coronados de odio.

Además de ser redactor y editor en la sección política del diario eltucumano, también tengo a mi cargo las crónicas de los partidos de Atlético Tucumán. Es una tarea desafiante, donde con mis compañeros buscamos ante todo reflejar el sentir del hincha, ponernos en la piel del hincha y no habitar el debate futbolístico.

La futbolización del debate político me ayuda mucho a coexistir entre ambos mundos.

Infinidad de veces he cometido exabruptos condenables con tal de enviar un guiño a nuestros lectores Decanos, con el único fin de tocar una fibra, de que me sigan leyendo. 

Al fin y al cabo, es lo único que nos interesa a los periodistas: la foto, la firma, el título polémico, el off the récord, la primicia, la bomba, que nos lean, que nos quieran. Y nos quieren…. nos quieren hacer cagar.

He entrevistado a un hincha que ingresó al campo de juego saltando el alambrado en pleno partido para insultar a los jugadores, y a otro que exhibió una bandera pidiendo la renuncia del presidente Mario Leito.

Los lectores, mis compañeros y hasta colegas de otros medios me aplaudieron por tamaño hallazgo, por dar con el testimonio indicado en el momento indicado.  Pero el odio y la violencia están ahí.

¿Alcanza con dos líneas en las que yo diga que insultar a los jugadores está mal o que pedir la renuncia de un presidente elegido por la voluntad de los socios es antidemocrático? 

Creo que no es suficiente. 

¿De qué me disfrazo si al partido siguiente ese hincha salta de nuevo el alambrado, envalentonado por su efímera fama, erigido como justiciero, se mete a la cancha y gatilla dos veces en la cabeza de un jugador de Atlético?

El odio nos atraviesa en nuestro quehacer cotidiano de formas que quizás ni siquiera dimensionamos.

Somos la mecha porque hacen falta dos para bailar, pero basta con uno sólo para odiar, y todos los días ahí está la mecha, lista para el chispazo y que todo vuele por los aires.

La clase política no se queda atrás: la campaña electoral pasada fue de las más encendidas, y me acuerdo de todos los títulos explosivos que nos regalaron. Me acuerdo porque los elegí para nuestras notas, justamente. Priorizando (casi) siempre el insulto, la chicana. Los pusimos gigantes en nuestros medios: a mí me gusta, me divierte. Me encanta ver a dos políticos peleando, y si hay insultos mejor todavía.

Pero, ¿qué hay del otro lado? ¿Qué le pasa a la persona que lee eso, que escucha eso? 

Hace poco estuve en el acto de campaña en nuestra provincia del diputado Milei donde selló su alianza política con Fuerza Republicana, el partido fundado por el genocida condenado Antonio Domingo Bussi. 

El conductor del evento en su intento por apaciguar la espera anunció sin preámbulos que, en el acto, muy concurrido por cierto, había más de 30.000 personas. Antes no hubo alusión alguna a la cantidad de gente presente.

El número elegido no fue aleatorio, claro. Es el número de detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico - militar, una cifra justamente abierta como tan bien explicó Martín Kohan en aquella entrevista viral con María O'Donell y Darío Lopérfido en La Nación+.

Mi crónica del acto no fue muy benévola para con Milei, y eso me valió algunos insultos y amenazas de sus seguidores. No es la primera vez que me insultan o amenazan por una nota.

Pero si me pongo en el lugar de ellos, yo estoy quizás criticando a quién para ellos representa su única esperanza de un mejor porvenir, con su discurso anti casta y anti política, que yo no comparto, pero no puedo ni debo ignorar que a muchos otros representa.

Y yo podré considerar que Milei es un payaso y sus seguidores negacionistas. Pero ellos bien podrían decir que el que está cargado de odio soy yo, cuando leen que para mí su show tuvo “mucho humo y poco rock” y que constituye “un stand up sin chispa”.

No puedo pasar por alto que el diario La Gaceta decidió amplificar ese discurso odiante, poner sus más de cien años de historia al servicio del negacionismo y sentenciar en una placa en Facebook que “Javier Milei convocó a más de 30.000 personas en Tucumán”.

Eran muchas menos, cuando ese número fue una provocación para exacerbar un ejército negacionista en una provincia donde tenemos dos colegas periodistas en la lista de detenidos desaparecidos como José Eduardo Ramos y Maurice Jeger

¿Cuántos me gusta en las redes están bien? ¿Cuántos comentarios en el foro son suficientes?

Quizás el gran desafío que nos plantea este debate, que al menos para mí hoy comienza, respecto a los discursos de odio en los medios radica en que el límite entre condenarlos y repudiarlos y estar desparramando más odio es a veces muy fino.

Tal vez sólo cargados de odio podemos realmente condenar algunos discursos de odio.

Debemos tener especial cuidado a la hora de replicarlos, aunque lo pongamos entre comillas, porque no alcanza con aclarar que algo es “polémico”. Estamos habilitando, legitimando, un vale todo del que luego no queremos o no podemos hacernos cargo. 

Después gatillan una pistola en la cabeza de la vicepresidenta y los periodistas condenamos los discursos de odio y jugamos al indignado cuando apelamos a la libertad de expresión para justificar las boludeces que repetimos. 

No podemos ganar siempre, salir siempre impolutos ni pretender ser intocables. Alguien dijo por allí que los periodistas “siempre salimos invictos”. Tenemos que hacernos cargo de los discursos de odio que incluso amplificamos cuando los condenamos.

No quiero extenderme mucho ni robarles mucho más de tiempo. No me queda más que agradecer por la oportunidad de hacer este ejercicio cuasi catárquico y comprometerme a reflexionar para tratar de ejercer el oficio de escribir con mayor responsabilidad o al menos de formas menos irresponsables como hicimos tantas veces.

Los periodistas a veces, muchas veces, nos creemos muy buenos. Pero entre nuestros detractores están los mejores. Alguna vez el mismísimo Diego Maradona nos corrió a tiros. ¡A tiros! Mucho más moderado, pero igual de crítico, Marcelo Bielsa remató aquella cruzada dialéctica contra el periodismo interpelando a la audiencia que lo aplaudía por cuestionar a los periodistas: “Lo último que quería era generar esto (los aplausos). Les explicó por qué. Resulta que, si estamos de acuerdo en esto, por qué lo permitimos”.


*Discurso originalmente preparado para el seminario “Los desafíos de la comunicación ante los discursos de odio. Distorsión, negación y banalización del holocausto y otros genocidios. De la memoria reciente y su utilización en discursos de odio: recomendaciones y estrategias para contrarrestarlos”, organizando por el Centro Ana Frank para Argentina, con apoyo del Gobierno de Tucumán y la Cancillería, entre otros. 

Allí fui invitado a disertar en representación de mis compañeros y compañeras del diario eltucumano en el panel “Construcción de estrategias para la moderación de discursos de odio en los medios tradicionales y digitales. Discursos de negación y distorsión sobre el holocausto y otros genocidios. Reconocimiento de campos y actores en juego. Especificidades y lugares comunes en los relatos. Interdiscursividad y las consecuencias de los relatos traspuestos”. 

La mesa estuvo moderada por Dardo Fernández, y compartí la misma con Federico Van Mameren, Ignacio Golobisky y Tina Gardella