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Un día nefasto

OPINIÓN

La bala no salió, el arma ya dio en el blanco hace mucho tiempo.


A menos de 20 centímetros de su rostro tuvo el arma la vicepresidenta Cristina Fernández. Gatilló más de una vez el tirador, según las informaciones que van surgiendo sobre la marcha y, sin embargo, la bala no salió. Encontraron más de 100 balas en su supuesto domicilio. Un hecho grave que nos invita a reflexionar profundamente sobre lo que nos trajo hasta ese momento.

Hoy es un día nefasto. Y lo es no solo por el hecho que ya todos conocen, sino por todo lo que surgió después, lo que salió a la superficie, lo que hace mucho tiempo no hace esfuerzo alguno por ocultarse. Está ahí, frente a todos nosotros. Algo no está bien. Y, por las razones que fueran, no puede haber justificación alguna. No debería, más bien.

Que se haga cargo de la violencia que generó”, “cómo no la mataron”, “por algo es”. Frases fuertes que no son otra cosa que un síntoma más de la modelada sociedad por la que algunos se han dejado atrapar. Engañados por la espectacularización mediática de los detentores del periodismo. Repelidos por la romantización de figuras políticas, por la omisión de los errores y falencias que demandan urgente atención.

Dudar de todo es el deporte mundial preferido de las masas en la era en que la posverdad y la hiperconectividad conviven como un matrimonio feliz. Que el arma no disparó porque era todo una puesta en escena, que el atentado viene como anillo al dedo para levantar la imagen de la Vicepresidenta; versiones así, abundan.

Lo que parece no abundar son cuestiones tan básicas como necesarias para mantener la paz y el orden en toda sociedad. Empatía, por un lado, respeto por la autoridad, por otro. Quienes hoy debían dar el ejemplo fueron los primeros en demostrar la ausencia total de estas dos condiciones. Fueron varios los colegios privados en Tucumán que, pese a la decisión del Presidente de declarar feriado nacional, decidieron ignorar la decisión de la máxima autoridad del país y abrir sus puertas para dictar clases como si nada hubiera pasado. Ni siquiera, un intento de magnicidio.

Una decisión presidencial controversial, que trae a colación miradas opuestas aludiendo a supuestos hechos “más graves” que no provocan determinaciones de tal magnitud. Y es cuando la discusión ingresa en un área todavía más polémica, donde la vida comienza a medirse con reglas y escuadras, todas distintas; una práctica lamentable cada vez más común. Selectividad moral, si acaso la selectividad puede ser considerada moral.

Y suponiendo que la decisión del Presidente sí tiene algo de errado –no fueron pocos los desaciertos comunicacionales durante su mandato-, un decreto de necesidad y urgencia, ni siquiera una ley común, no puede ser ignorado por nadie. Tampoco por esas instituciones educativas cuya ideología no coinciden con la administración nacional actual. Párrafo aparte para las provincias como Jujuy y Mendoza que decidieron no adherir al DNU y, por lo tanto, decretaron que el intento de magnicidio no era lo suficientemente relevante como para modificar su cotidianeidad. 

Que sea el Presidente quien llame a la gente a manifestarse en las calles, cuando las condiciones no son las mejores, al menos para quien escribe no parece acertado, más allá de que no haga falta un llamamiento para que el repudio y el acompañamiento se hagan sentir de igual modo y de forma genuina en la vía pública. 

Hoy debe ser un día de profunda reflexión, especialmente para quienes tienen en sus manos la confianza de millones de argentinos, aquellos cuyas palabras pueden generar paz u odio. Se pasó un límite y la reacción –o falta de ella- de una gran parte de la sociedad preocupa, y mucho. Más allá de lo que es real o lo que puede no serlo, hoy hay gente dispuesta a que otros mueran por el solo hecho de pensar distinto. Hay algunos que piensan que el mejor país se consigue por la vía de la violencia, con balas, con sangre. Hay personas hartas, sí, pero que el hartazgo no los haga confundir, que no los haga ignorar, que no los haga dar un paso en falso hacia un camino sin retorno.

Estamos partidos al medio. Ni siquiera la pandemia logró cerrar la grieta. Al contrario, parece haberla acrecentado; se transformó en una herida. La bala no salió, ya estaba alojada en la mente de muchos; dio en el blanco hace mucho tiempo. El mañana preocupa y, mientras tanto, hoy es un día nefasto.