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Diciembre de 2001, por José Vitar

TRIBUNA ABIERTA

El exdiputado nacional por Tucumán analizó que "la amalgama de piquetes y cacerolas se llevó puesto al sistema político hasta allí imperante" y marcó un "fin de época": del 'que se vayan todos' a la asunción de Néstor Kirchner.

El helicóptero de De la Rúa. (Foto de Alberto Haliasz tomada de Infobae)


Si a algún momento de la historia puede aplicarse la concepción gramsciana de crisis orgánica o estructural, ese es el que aconteció durante el período que va desde el estallido de diciembre de 2001 hasta la asunción de gobierno de Néstor Kirchner en mayo d 2003. Se puede aplicar a ese período con todas las letras el concepto de “fin de época”.

La primera dimensión de crisis fue la económica y ocurrió cuando el sacrosanto régimen de convertibilidad estalló entre los fragmentos del corralito financiero (que confiscó los ahorros de la clase media) y el flagelo recesivo que destruyó empleos, ingresos y consumo de los sectores populares, cuyos piquetes confluyeron con las cacerolas en un hecho político social inédito: la lucha de los sectores medios se entrelazó con la de los pobres que reclamaban comida y empleo, detonando el segundo escenario de crisis: la social.

La amalgama de piquetes y cacerolas se llevó puesto al sistema político hasta allí imperante, ya que la ira de los mismos estaba dirigida básicamente a los bancos –visualizados como verdugos y beneficiarios de la población perjudicada- y a la dirigencia política actuante en ese momento, a quien se reprochaba duramente su falta de autonomía frente a los intereses hegemónicos de los que se había transformado en tácita aliada.

La consigna voceada hasta el hartazgo “que se vayan todos” se transformaría en el himno de ese cambio epocal y como no podía ser de otra manera, ante un gobierno tan débil como falto de criterio que no tuvo mejor idea que declarar el estado de sitio, se llevó puesto el sistema político imperante, incluyendo la renuncia del devaluado Presidente De la Rúa, tan conservador como inepto para manejar la tempestuosa coyuntura.

Lo que siguió entonces fueron dos asambleas legislativas, precediendo a las fiestas de aquel irrepetible fin de año que dieron lugar a cinco presidentes en una semana, hasta que un aventurado Duhalde se abalanzó sobre el sillón de Rivadavia. De esa manera, concluyó la parte más intensa de la zozobra institucional en que quedó sumido el país.

Crisis económica producida por la implosión del régimen de convertibilidad ideado por Domingo Cavallo y que rigió por una década. Crisis social provocada por la confiscación de los ahorros de los argentinos y por millones de argentinos empujados al hambre. Crisis política y de pérdida de legitimidad del sistema de representación expresada en “que se vayan todos”. Finalmente, crisis institucional con cinco presidentes en una semana, hasta que un inestable Duhalde logró sobrevivir algo más de un año hasta verse obligado a convocar elecciones.

Como presidente del bloque de diputados del Frente Grande me tocó hablar en ambas Asambleas y las dos veces insistí en descalificar las componendas que ciertas cúpulas imbuidas del espíritu del Pacto de Olivos pretendían gestar tras las bambalinas. Planteé en ambos casos que el camino de salida del atolladero institucional pasaba por convocar a elecciones libres y transparentes. Lamentablemente tuvo que pasar más de un año para que ello se pudiera llevar a cabo, tras la tragedia del asesinato de Kosteki y Santillán. 

De ese proceso electoral, caracterizado por la atomización política, emergería Néstor Kirchner con la férrea voluntad de dar vuelta definitivamente esa caótica hoja de la historia e iniciar el rico y complejo proceso de gobiernos kirchneristas que condujeron al país los 12 años siguientes, reescribiendo la historia del país.


Por José Vitar, exdiputado nacional por Tucumán. Referente del Frente Grande en Tucumán.