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Más que patentes, colaboración y transferencia tecnológica

OPINIÓN

Por Pablo Yedlin. Un análisis detallado de la pandemia que impacta al mundo, los avances alcanzados y el milagro de la ciencia que logró crear más de una decena de vacunas, pero los problemas para una distribución equitativa.

Foto: Twitter @pyedlin


A más de un año del comienzo de la pandemia, el mundo se enfrenta al desafío de terminar con la misma, el hemisferio Norte está empezando a superar con grandes dificultades la segunda ola y el Sur comienza a vivirla.

Podríamos decir que, comparada con otras pandemias similares, algunas cosas se han hecho mejor. Hemos identificado el virus rápidamente, incluso su genoma específico, hemos elaborado test diagnósticos confiables, hemos aprendido la fisiopatología de las formas más leves y de las más graves, incluso a veces mortales de la enfermedad que produce el SarsCov2, conocida como CoVid19. Incluso hemos aprendido a reconocer formas raras de la enfermedad como el síndrome inflamatorio multisistémico en niños pequeños (tipo Kawasaki) y las formas prolongadas de la enfermedad que sostienen síntomas mucho más allá de los tiempos habituales.

La medicina ha aprendido, además, a detectar los pacientes que con más frecuencia evolucionarán en forma tórpida y aquellos que no lo harán. De esta manera, la internación precoz de los primeros en unidades de cuidados intensivos con oxígeno, respiradores y terapias de soporte siguen salvando miles de vida todos los días, en todo el mundo.

Sin embargo, no se ha encontrado aún un tratamiento específico que detenga la evolución de la enfermedad en casos graves. La 'bala de plata' aún escapa al arsenal terapéutico. Sí hay terapias de apoyo que han demostrado cierta utilidad como los corticoides, los antitrombóticos, como la heparina y obviamente el soporte vital de las modernas terapias intensivas. También hubo decepciones como el fracaso de algunos fármacos como la hidroxicloroquina, los antivirales específicos, y se mantienen dudas aún sobre la Ivertmectina, los anti interleuquinas, el plasma de pacientes recuperados, el suero equino, los anticuerpos monoclonales, los sueros hiperinmunes y otros.

En este momento las estrellas son las vacunas. Desde 1798 cuando Jenner descubrió que inoculando una enfermedad de las vacas en los humanos estos no se contagiaban de viruela las “vacunas” nos han acompañado, transformándose en la medida más efectiva y eficiente de la salud pública. Hemos logrado “los Sappiens” eliminar la viruela, estamos a poco de hacer lo mismo con la poliomelitis, y tenemos bajo control en muchos países del mundo el tétanos, la difteria, el sarampión, la rubéola y el síndrome de rubéola congénita, las hepatitis A y B, hemos reducido la mortalidad por infecciones severas de neumococo, meningococo y haemophilus influenza, controlado las diarreas infantiles por rotavirus y las complicaciones por Varicela. Incluso en algunos países se ha logrado eliminar el cáncer de cuello de útero con la vacuna contra HPV.

Lo que la ciencia médica ha logrado este año es de verdad de ciencia ficción. En menos de 15 meses, contamos con cerca de 13 vacunas en uso en el mundo, de distintas plataformas, y en fase tres de investigación otras 23, 33 en fase 2 y 48 en fase 1. Podemos decir que todas las vacunas en uso son seguras y efectivas, no hemos tenido graves inconvenientes de seguridad hasta el momento y millones de personas se han vacunado en el mundo, lo están haciendo en este momento, y ya hay datos concretos de que evitan las formas graves y la muerte por la enfermedad. 

Sin embargo, lo bueno de la ciencia médica no se ha trasladado a la correcta distribución de este bien tan escaso. La industria farmacéutica ha priorizado en muchos casos la defensa de sus intereses comerciales o geopolíticos en contra de una mirada más equitativa. Hay aún muchos países que no han recibido ni una vacuna y otros que han vacunado a casi toda su población de riesgo y avanzan en vacunar a adolescentes y hasta niños. Esta situación es absolutamente injusta y, además, genera un riesgo real al mantenimiento de la infección en zonas no vacunadas perpetuando la pandemia para todo el mundo.

Frente a esta situación algunos países plantean que la solución es la eliminación de las patentes. Es bueno recordar que ambos inventores de las dos vacunas antipoliomielitis en los años 60´, Salk y Sabin, nunca quisieron patentar las mismas y donaron su investigación al mundo, eran otros tiempos. Esta medida es rechazada por la industria farmacéutica, aduciendo que esto desmotivaría la investigación y el desarrollo para esta y otras pandemias por venir, y además es probable que, pese a la eliminación de las patentes, muy pocos países estarían en condiciones de elaborar estos fármacos sin un programa extenso, largo y caro de transferencia tecnológica. Es cierto que solo la eliminación de las patentes no alcanzaría, también es verdad que los laboratorios han generado pingües ganancias hasta ahora y podrían, algunas lo han hecho, hacer mucho más por la transferencia tecnológica.

Las naciones unidas han elaborado temprano en la pandemia un sistema distinto y prometedor, la creación del fondo Covax. Un fondo con recursos internacionales de países y de donantes, cuya función era justamente que con esos recursos financien vacunas e incluso industrias, pero que la distribución de las vacunas sea manejada con lógica sanitaria y no solo económica. La Argentina forma parte de este fondo. Pero lamentablemente, hasta ahora, no va a conseguir distribuir más de un 20 % de las vacunas, mientras el otro 80 % se están comprando y vendiendo entre países y empresas al mejor postor, y eso ha generado la enorme inequidad de la que hablamos. Hoy algunas voces prevén aumentar el financiamiento y generar a la industria estímulos a la venta de vacunas en países que hayan recibido menos dosis y desestimar la entrega en países con coberturas mayores.

Para que la solución funcione, los países y su dirigencia política deberían tener una mirada que exceda el marco de su terruño y de sus votantes para poder entender que de esta no se sale con medidas mágicas y que nadie se salvará solo.

Pablo Yedlin es el titular de la Comisión de Acción Social y Salud Pública de la Cámara de Diputados.
Columna publicada originalmente en www.parlamentario.com