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La muerte lenta de las democracias

Opinión

El abogado y docente universitario Julio Picabea (H) analiza, a la luz de lo ocurrido en los últimos días en Estados Unidos, que el debilitamiento de las democracias "viene desde adentro" porque "son los propios líderes electos los que la erosionan".


El politólogo y profesor de la Universidad de Harvard, Steven Levitsky, expresa que actualmente las democracias no mueren a manos de hombres armados, sino que fracasan en manos de líderes electos que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. ¿Qué quiere decir esto? Que las dictaduras flagrantes, en forma de fascismo, comunismo o gobiernos militares, como en la Europa del 30, o América Latina en los 70s, han desaparecido del panorama. Desde el final de la Guerra Fría el debilitamiento de las democracias viene desde adentro; son los propios líderes electos los que la erosionan. 

La muerte de las democracias actuales es un proceso lento. A diferencia del golpe de estado clásico e inmediato, con tanques en las calles, suspensión de las garantías constitucionales y exilio de los presidentes; el debilitamiento de las democracias en la actualidad se produce en un marco de legalidad y de manera paulatina. La llegada al poder de líderes con una concepción “populista” de la democracia va destruyendo las prácticas informales y socavando poco a poco las instituciones formales. 

Lo acontecido en EE.UU a raiz del traspaso del poder presidencial no es un hecho aislado, sino que se encasilla en el proceso antes descripto. Esta “ola populista” es un fenómeno que viene manifestandose desde hace un tiempo y que responde a una crisis más profunda que cuestiona de raíz los valores sentados por el liberalismo. El cosmopolitismo, la tecnocracia, el respeto por las minorías étnicas y religiosas, y la globalización económica, son algunos de los principales cuestionamientos. 

Pierre Rosanvallon plantea que estamos viviendo “el siglo del populismo”. En ese sentido, define al populismo como “una cultura política”, y afirma que es un fenómeno que se expande por el mundo occidental. En la visión populista de la democracia se reivindica el componente popular por sobre el liberal, y se entiende que toda autoridad no electa por el voto popular carece de naturaleza democrática. La democracia, según esta concepción, es el gobierno de y para la mayoría. 

El líder populista ve a la disidencia política como el enemigo (antipueblo), generando un escenario de polarización permanente. La negación del resultado electoral por parte de Donald Trump muestra a las claras la vulneración del principio de “tolerancia mutua”, en virtud del cual las altenativas políticas se reconocen como legítimas. En la misma naturaleza de liderazgos podríamos encolumnar a Víctor Orban, Vladimir Putin y Jair Bolsonaro.

El populismo, de manera teoríca y práctica, propone una forma de democracia iliberal. Cómo afirma Rosanvallon, para entenderlo en mayor profundidad, “antes de ser examinado como un problema, el populismo debe ser entendido como una respuesta a los conflictos contemporáneos”. Dicha afirmación nos obliga a realizar críticas proponiendo soluciones superadoras, que armonicen la voluntad de la mayoría y el respeto de las minorías, en el marco de sociedades complejas. Como afirma el filósofo Daniel Innerarity, “si la democracia ha efectuado el tránsito de la polis al Estado-nación, no hay razones para suponer que no pueda hacer frente a nuevos desafíos siempre y cuando se la dote de una arquitectura política adecuada”. Nos quedan entonces algúnos interrogantes para las próximas décadas: ¿Cuál será el futuro del sistema político liberal? ¿Podrá la democracia adaptarse a la complejidad de las sociedades actuales? ¿Se apaga la luz de occidente? ¿Es el fin del “excepcionalismo norteamericano”?  

Julio Picabea es Máster en Políticas Públicas y maestrando en RR.II de la Universidad Austral. Docente universitario.