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El fascismo social en América Latina

TRIBUNA ABIERTA

El ingeniero Antonio Leone reflexiona que "el devenir y la disputa con la derecha fascista en Argentina nos demuestra que la contienda nunca puede reducirse sólo a lo electoral" y afirma que "es imprescindible mantener una sociedad movilizada y disputar el sentido todos los días"

Imagen ilustrativa (esdepolitologos.com)


El cientista social portugués, Boaventura de Sousa Santos, teorizó sobre lo que él da a llamar el Fascismo Social. Este es un concepto novedoso que viene a intentar retratar la realidad de muchos países, sobre todo en América Latina, de los últimos años.

Este fenómeno de fascismo social no intenta ser una actualización de aquellas clásicas conceptualizaciones del fascismo de las décadas del ’30 o ’40 del siglo anterior, ya que ahora no nos estamos refiriendo a un régimen político, sino a un modo de societización particular. Estos fenómenos que se fueron dando en el seno de la sociedad, no aparecen de manera inocente, sino que se trata de un proceso necesario para desplegar el estadio salvaje del capitalismo con la finalidad de domesticar y hasta trivializar las democracias.

Tal como lo expone Sousa Santos, es un tipo de fascismo pluralista producido por la sociedad en lugar del Estado que ahora actúa como testigo, sea inocente, complaciente o bien activo de estos fenómenos.

A partir de aquí, el autor distingue diversas clases de fascismo social. Voy a exponer las principales para luego poder aplicarlas a la realidad latinoamericana y argentina de estos días; es así que como primer modo, tenemos el del apartheid social, tiene que ver con la segregación social de los excluidos a través de la división de la ciudad en zonas salvajes y zonas civilizadas. Esto se emparenta mucho con las clásicas teorías “centro-periferia”, tan desarrollados por el autor. Esta división se convierte en un criterio general de sociabilidad, en un nuevo espacio-tiempo hegemónico que cruza todas las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales; y que se reproduce, tanto en las acciones estatales como en las no estatales.

Otra de las formas es la del fascismo del estado paralelo. En este tipo, notamos que se observa una doble vara en la medición de la acción, una para las zonas civilizadas y otras para las salvajes. En las primeras, vemos al Estado democráticamente protector, mientras que en las otras, actúa de modo fascista, como Estado depredador. Esta actúa en dos dimensiones, la “contractual” donde el eslabón débil es la discrepancia de poder entre las partes en el contrato civil y la segunda parte es la sumisa ante el poder de la primera. Esto lo vemos más que nada en el mundo del trabajo, con un Estado que cede terreno hacia lo privado con flexibilizaciones laborales y pérdida de derechos, o incluso en el seno del mismo Estado con empleados precarizados y cautivos. La segunda arista es la de la “territorial” donde actores con enormes cantidades de capital disputan al Estado el control sobre los territorios donde actúan o neutralizan ese control a cooptar o coaccionar a las instituciones del Estado y al ejercer la regulación social sobre los ciudadanos del territorio sin que éstos participen y en contra de sus intereses.

Con el fascismo de la inseguridad se manipula discrecionalmente la sensación de inseguridad de las personas y de los grupos sociales debilitados por la precariedad de su ecosistema de vida. Se intenta generar niveles de incertidumbre social respecto del presente y el futuro que terminan rebajando el horizonte de expectativas, generando sujetos capaces de soportar los grandes costos de vida para conseguir reducciones mínimas de los riesgos y de la inseguridad. Esto opera tanto para las expectativas individuales del ciudadano explotado, empobrecido o precarizado respecto a sus opciones de sustento vitales, como también hacia su actitud ante las instituciones estatales obligadas a brindar servicios esenciales públicos, como lo pueden ser la salud o la educación. Con esto se intenta crear una ilusión, tanto retrospectiva como prospectiva que son un terreno fértil para la privatización de estos servicios públicos.

Finalmente, con el fascismo financiero vemos la forma más agresiva de fascismo y la que más cala en la sociedad. Es la forma de facismo societal más pluralista en tanto que los movimientos financieros son el resultado de las decisiones de unos inversores individuales e institucionales esparcidos por el mundo entero y que, de hecho, no comparten otra cosa el deseo de rentabilizar sus activos. Es el más virulento ya que su espacio-tiempo es el más refractario a cualquier intervención democrática; es por eso que la discrecionalidad en el ejercicio del poder financiero es absoluta y las consecuencias para sus víctimas (a veces pueblos enteros) pueden ser devastadoras.

Como vemos, todos estos tipos de fascismos societales que expone Sousa Santos, tienen como principal eje la desigualdad de los pueblos. Vemos lo que sucedió en Chile, Ecuador y Haití como consecuencias, como reacciones ante estos fascismos. No sólo representan una reacción ante las políticas de ajuste permanente que recaen sobre los sectores trabajadores y los más vulnerables, sino también podemos encontrarnos con una acción de tinte anti-fascista que ahora engloba también a sectores de clase media. En el mismo sentido pueden destacarse los resultados electorales del año pasado en nuestro país y del domingo en Bolivia.

En definitiva, los procesos de fragmentación y compartimentación social son los que favorecen la instalación del fascismo social. La aparición de grupos paraestatales a cargo de “tareas sucias” para territorializar las relaciones de despojo hasta la proliferación de dispositivos mediáticos que instalan determinados temas, para mantener aterrada y disciplinada a la población.

El devenir y la disputa con la derecha fascista en Argentina nos demuestra que la contienda nunca puede reducirse sólo a lo electoral. Si así fuera, quienes pretendemos modificar una sociedad basada en la exclusión y el hambre de las grandes mayorías estaríamos condenados a la derrota. Porque estos fascismos operan todos los días sobre la sociedad.

Es imprescindible mantener una sociedad movilizada y disputar el sentido todos los días. Para ello, las acciones de nuestro gobierno y la sociedad deben estar planificadas. consensuadas y coordinadas.