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Crimen de Abigail: sin Justicia Social, no hay Justicia

OPINIÓN

El femicidio de Abigail Riquel y el posterior asesinato del José Antonio Guaymás nos interpelan como sociedad. Nos confrontan con nuestras contradicciones, con nuestras miserias, con nuestro instinto más animal, tal vez también, más humano.


El femicidio de Abigail Riquel y el posterior asesinato de José Antonio Guaymás, el principal sospechoso del crimen de la niña, nos interpelan como sociedad, como país, como provincia. Nos confrontan con nosotros mismo, con nuestras contradicciones, con nuestras miserias, con nuestro instinto más animal, tal vez también, más humano.

Hemos visto a una familia destruida, a una niña violada y asesinada. Hemos visto a unas decenas de personas linchar a un hombre hasta causarle la muerte. Hemos escuchado hablar del Estado ausente y de la inacción policial y también del pueblo combatiendo a la inseguridad y salvándose a sí mismo, como si se tratara de héroes de una película de Marvel y no de una realidad que duele y que está lejos de las pantallas y las historietas.

Hubo quienes festejaron una muerte desde un celular y morbosamente viralizaron un video horroroso. Hemos asistido a falsos audios de supuestos policías que negaban la muerte de una persona cuyo cuerpo ya se encontraba en la morgue y hubo gente que, haciéndose la que le importaba, los difundía sin responsabilidad alguna.

En principio, quiero decir que en casos de una muerte como la de Abigail no creo en la Justicia, no en la del Poder Judicial, ni mucho menos en la justicia por mano propia. Creo que muchas veces el mundo en que el que vivimos todos, y que construimos todos día a día, es simple y terriblemente injusto. Creo que este es uno de esos casos ¿Eso exime de responsabilidades a algunos? Para nada, ni al asesino, ni al Estado, ni a quienes, de una u otra manera, sembramos las semillas de la injusticia.

Es cierto que las generalizaciones absuelven, y decir que “todos somos responsables” es funcional para que, al fin y al cabo, nadie asuma la parte que le toca. Entonces, en esa repartija de responsabilidades, que no me corresponde hacer más que como una persona que opina, no tengo dudas que una buena tajada se la lleva el Estado. Pero no solo porque uno de sus brazos facultados para actuar en este tipo de casos, la Policía, no haya actuado como debía sino porque ha fomentado y construido relaciones sociales que son, estructuralmente, violentas: como el patriarcado o como las diferencias de clases, por nombrar algunas que vienen al caso.

Hay personas que solo son visibilizadas por el Estado el día que las van a detener por primera vez y que antes de eso fueron marginados absolutamente del sistema desde el mismo nacimiento.

Hay gente, aquí a 10 cuadras, no en otro mundo, que vive, cotidianamente, infiernos inimaginables para muchos de nosotros que solo nos horrorizan cuando se mediatizan (los medios tenemos nuestras responsabilidades también). Entonces, una parte de la sociedad parece darse un baño de realidad por unas horas: marcha a la Plaza Independencia y vuelve a cenar en casa antes que den las 10. En el medio, una nueva familia está destruida, un presunto asesino aniquilado ¿Y con ese hecho cuántos nuevos asesinos surgieron?, y nosotros horrorizados porque hoy alguien nos lo mostró de frente y sin anestesia. Mañana hablaremos un rato del tema, pasado un poco menos y para el domingo ya lo habremos olvidado.

Sin embargo, forme parte, o no, de la agenda mediática, de las tertulias de café, de las sobremesas familiares o las discusiones por WhatsApp, la violencia estructural está ahí, a la vista de todos los que no la queremos ver. Y habrá más Abigail, y también más Guaymás, que, a veces, serán visibilizados y otras veces no.

Coincido plenamente que el problema radica en la falta de justicia, pero no solo en la simple impunidad para cometer delitos, que en muchos casos es una falacia, una frase hecha que no describe lo que de verdad sucede. De hecho, las cárceles están llenas, atestadas de gente que no saben en dónde meter, incumpliendo con muchos de los derechos que les corresponden a los presos según la ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad (24.660). Incluso un alto porcentaje, casi la mitad, están procesados, ni siquiera están condenados aún, en muchos casos con los plazos estipulados para prisión preventiva vencidos hace años.

Acá, en Villa Urquiza, se construyen pabellones y se reciclan espacios que funcionaban como aulas para alojar más presos, porque las comisarías están saturadas y porque el sistema penitenciario no da abasto de la cantidad de internos que hay, casi todos ellos, más del 90%, de las clases sociales más pobres. Entonces, la evidente falta de justicia no radica después de los crímenes cometidos, sino antes. El problema no está en los castigos, sino en los contextos sociales previos a los delitos.

Una pregunta suele imponerse en estos casos: ¿Qué harías si Abigail fuera tu hija? ¿Si a vos te pasara? Sinceramente no tengo repuesta a esa pregunta y espero no tenerla nunca. No puedo, no debo, no quiero, ponerme en esos zapatos, ni creo que nadie pueda hacerlo, ese dolor es tan profundo que por mucho que intentemos imaginarlo, estoy seguro que no hay forma de sentirlo sin vivirlo.  

Tal vez, tendría sed de venganza, no lo voy negar, incluso, la tengo con temas mucho más banales y menos dolorosos. Jamás juzgaría lo que ellos pueden haber sentido que, de todos modos, no fueron los que ejecutaron la venganza sobre Guaymás. Ni tampoco juzgaría a quienes sí lo hicieron. Que juzgue, la Justicia.  

Pero se también, quizás desde la comodidad de no haberlo vivido en carne propia, que no se trata de ejercer castigos más crueles o duros contra quienes creemos que lo merecen. En primer lugar, porque no somos idóneos y para eso están las instituciones que se deben, y nos deben, un rápido replanteo de muchas cosas, pero aún con sus fallas, demoras y hasta desidia, serán mejores para ejercer la justicia que nosotros mismos. No se trata de que cada uno trace la línea del bien y el mal: ese camino no puede llevarnos a ningún buen puerto. A lo sumo puede saciar, momentáneamente, una entendible, pero irracional, sed de venganza que no nos devolverá nada de lo arrebatado.

No dejará de haber Abigailes por apalear a los Waymases. Para que no haya casos como el de Abigail, debemos dejar de producir violencia estructural, debemos incluir a todos, también a los Waymás desde su nacimiento mismo. Sin segregarlos, sin invisibilizarlos, sin recordarlos solo para abrirles causas y ni si quiera entonces terminar de hacernos cargo de ellos.

Es ahí donde es necesaria, imprescindible, la omnipresencia del Estado, para dar repuesta después de los hechos pero, sobre todo, antes. Parece, y tal vez lo sea, una obviedad, que la violencia a la que hemos asistido ahora no es nueva, no fue insertada por marcianos en nuestra sociedad el último domingo. La construimos día a día entre todos, por supuesto, con el Estado como cómplice principal. Pero no solo el gobernador o presidente de turno, ni los jueces de ocasión, ni los legisladores de los últimos dos años, sino la estructura estatal en su totalidad, con su ausencia desidiosa en algunos lugares, con la presencia ineficaz en otros, con la complicidad de la sociedad entera casi siempre.   

Soy de los que no cree que el Estado es una mano mágica que hace y deshace a su antojo. El Estado es complejo, dinámico, está constante mutación y todos somos parte de él, y todos tenemos, más o menos, herramientas para moldearlo, retorcarlo, construirlo colectivamente.

No necesitamos un Estado más presente agrandando cárceles para encerrar pobres, ni llenando de policías las villas. Hace falta un Estado más presente antes de los crímenes, no solo después. Se necesita un Estado educando a todos, no solo a quienes no pueden ir a la escuela, sino a los que sí podemos para enseñarnos a romper las barreras sociales e incluirnos entre todos.

El Estado no debe mirar para otro lado mientras que en las principales avenidas hay niños de 4 o 5 años limpiando vidrios en los semáforos a los que recién dentro de 10 va a ir a buscar para llevarlos al Instituto Roca.

Necesitamos un Estado que pregone por la Educación Sexual Integral para que las niñas y niños tengan herramientas para defenderse y denunciar a quienes pretendan abusar de ellos.

Nadie quiere un Estado ausente, ni uno que llegue tarde siempre. Necesitamos que la justicia no solo se entienda como castigo. No necesitamos solo a la Justicia Penal. Necesitamos Justicia Social.