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Podemos estar "tranquilos", ya no hay Moros en la costa

TRIBUNA ABIERTA

Sergio Moro, exministro de Justicia de Brasil, y la polémica suspensión de su charla virtual en la UBA, en la mirada de un abogado tucumano.


La polémica que generó la invitación de Sergio Moro a una disertación virtual organizada por el Centro de Estudios del Derecho y Combate contra la corrupción de la UBA y la posterior suspensión de la misma me provocó un sacudón. Probablemente porque la cuestión incluye, o más bien esconde, una discusión de fondo acerca de las distintas concepciones de la democracia, porque como suele suceder con los conceptos que tienen una aceptación generalizada (como la democracia) las discusiones no suelen formularse en torno al concepto en sí, es decir, las objeciones no se plantean contra el ideal democrático, o contra las bondades de la democracia como sistema político, sino que las polémicas se entablan alrededor de ciertos hechos particulares que unos describen como democráticos, y otros como anti democráticos. Porque como dijimos, la democracia, por suerte, no está en discusión.

Ahora bien, aunque creamos que la democracia no está en discusión, lo cierto es que la democracia sí está en el medio de esta discusión. Para graficarlo, podríamos decir que la democracia pareciera ser el árbitro de esta contienda, o al menos, un tercero que se encuentra entre el fuego cruzado. Por un lado, los unos, y por el otro lado, los otros. Si, ya sé, frecuentemente escuchamos a intelectuales que nos exhortan a abandonar los análisis dicotómicos, pero lo cierto es que, en este caso, y en la práctica generalizada, las discusiones suelen leerse en esos términos, incluso en los casos excepcionales en los cuales las discusiones no fueron planteadas desde esa lógica.

Aunque solemos renegar, o al menos yo, suelo renegar de la dicotomización o polarización de cualquier discusión, lo cierto es que es bastante predecible que las cuestiones sean planteadas de este modo, porque pareciera estar en nuestra esencia. Es más, hay cierto consenso entre los antropólogos referido a que es justamente esta manera de analizar las cosas la que mantuvo con vida a nuestros antepasados, dado que un humano del paleolítico necesitaba esquemas simples que le permitiesen procesar la información de manera rápida para tomar decisiones cotidianas pero vitales, ¿Esta baya es venenosa o no lo es?, ¿el león es un predador o un animal inofensivo? No había tiempo ni necesidad práctica de plantearse la posibilidad de que la baya pudiera ser venenosa en algunos estadios de maduración y en otros no, o que el león pudiera ser agresivo solo al sentirse amenazado y ni mucho menos profundizar en las acciones que pudieran resultarle amenazantes.

Lo cierto es que para bien o para mal ya no vivimos en el paleolítico y esto se debe, en gran parte al fenómeno de lenguaje, ya que fue el lenguaje lo que potenció de manera exponencial la acumulación de conocimiento, que se traspasó de generación en generación, permitiéndole al ser humano sofisticar y sistematizar los mecanismos de procesamiento de información. Es decir, el lenguaje fue (y es) lo que nos permitió desarrollar la capacidad de pensar de una manera más compleja.

Ahora bien, para que exista el lenguaje tiene que existir un emisor y un receptor. Tiene que existir un otro/s con el cual comunicarme, un “otro” que se diferencia de mí, o un “otros” que se diferencia de un “nosotros”, y que al diferenciarse de alguna manera me define o nos define. De ahí que, suela decirse que las primeras certezas son negativas: “yo no soy un esclavista, no creo en la superioridad racial, no sé si soy un liberal clásico, no sé si soy un republicano moderno o un socialista moderado, pero lo que sí sé, de lo que sí tengo certeza, es de que no soy un esclavista”.

Vistas así, bienvenidas sean las diferencias, forman partes de nosotros al distinguirnos. Pero una cosa es aceptar la diversidad en términos de identidades (individuales o colectivas) disidentes y otra muy distinta es plantearla en términos de buenos y malos, nosotros los buenos e impolutos que reconocemos que Sergio Moro es un referente de la independencia Judicial y de la lucha contra la corrupción, y ellos, los malos que odian a Moro porque desnuda la corrupción de los gobiernos populistas. Nosotros, los buenos progresistas que al repudiar a Moro defendemos la democracia y la voluntad popular, y ellos, los malos elitistas que en el fondo solo quieren castigar y encarcelar a los referentes populares.

Acá creo muy importante aclarar que criticar esta lógica no implica necesariamente criticar o negar algunas de esas posiciones, como tampoco implica invitar a adoptar una especie nihilismo políticamente correcto. Criticar esta lógica apunta a tratar de entender que todos somos el otro de alguien (“la patria es el otro”) y que la única manera de convivir es comunicándonos con el otro. Podemos comunicarnos, si se quiere, defendiendo con vehemencia nuestras posturas que otros tildan de radicalizadas, pero siempre escuchando al otro, criticándolo y hasta repudiándolo, pero nunca silenciándolo.

Como dije más arriba, creo que la democracia no está (explícitamente) en discusión, pero sí está en medio de estas discusiones. Y si está en el medio puede salir fortalecida o debilitada, depende de nosotros elegir cuál riesgo queremos correr. El riesgo de dejar hablar “al malo” y posibilitar que sus indeseables ideas se propaguen o el riesgo de no dejar hablar “al malo” corriendo el peligro, no solo de ser “el malo” silenciado del futuro, sino también el riesgo de transformar nuestro entorno en una caja de eco que convierta nuestras convicciones y reivindicaciones en una especie de rezo inmutable, automático e infalible que termine convirtiendo nuestras en creencias en una suerte de dogma muerto.


**Abogado. Docente de Teoría del Estado y Docente de contenidos transversales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNT. Bielsista. Renacentista sin talento.

Wenceslao Argiró

Abogado. Docente de Teoría del Estado y Docente de contenidos transversales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNT. Bielsista. Renacentista sin talento.