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Brasil, despedazado por el Coronavirus

PANDEMIA

La mega crisis del gobierno de Bolsonaro que desangra al pueblo brasilero desde la perspectiva de una tucumana que vive en Río de Janeiro.

Brasil a merced de "la novela Bolsonaro", relata una tucumana que vive en el país vecino.


El viernes 1 de mayo Jair Messias Bolsonaro, actual presidente de Brasil, expresó su deseo de que los brasileños volvieran a trabajar. Este mensaje refuerza la postura anti-aislamiento que asumió desde el inicio de la pandemia, sólo que en ese momento los infectados llegaban casi a 100.000 y los muertos superaban los 6.000. Las cifras no lo hicieron cambiar de opinión porque los números que le preocupaban a Bolsonaro eran, exclusivamente, los de la economía.

Frente a los récords de víctimas de las últimas semanas y la presión de los medios, Bolsonaro optó por desligarse del problema y responder con una frialdad e ironía inusitadas: “No soy sepulturero” o “¿Y a mí qué? Lamento. Mi nombre es Messias pero no hago milagros”. La falta de una política nacional organizada en el combate al virus ha llevado a una crisis política gravísima que, lamentablemente, ha opacado la crisis sanitaria y, sin duda, está debilitando los frentes de lucha a la covid-19.

El lema de Bolsonaro, desde los primeros contagios a fines de febrero, ha sido: “Brasil no puede parar” imitando así al que usó en su momento Giuseppe Sala, el alcalde de Milán. La diferencia está en que Sala reconoció su error, pidió perdón e instauró el lockdown. Bolsonaro, en cambio, no da marcha atrás. Y lo que es peor, la seguidilla de conflictos que lo tienen como protagonista ha dejado al coronavirus en un segundo plano. Podemos resumir la crisis actual en tres peleas que llevan tres nombres: João Doria, Luiz Hernique Mandetta y Sérgio Moro.

Ante el vacío del poder central para hacer frente al virus, algunos gobernadores decidieron tomar cartas en el asunto y, alineados con las directrices de la Organización Mundial de la Salud, decretaron la cuarentena y pidieron a los ciudadanos que se quedaran en casa. Las dos grandes figuras que se destacaron en esto fueron: João Doria, gobernador de São Paulo y Wilson Witzel, de Río de janeiro. Poco tiempo después llegaría el primer enfrentamiento.

Durante una video-conferencia entre el presidente y los gobernadores del sudeste del país el día 25 de marzo, Doria se quejó por el mensaje que Bolsonaro había dado el día 24 por cadena nacional y le pidió que actuara como líder y diera el ejemplo. En su discurso, Bolsonaro había criticado las medidas de aislamiento adoptadas por los gobernadores, exigía el fin de la cuarentena y convocaba a los brasileños a volver a la normalidad. Se refirió al covid-19 como una “gripecita” o “resfriadito” y acusó a los medios de crear un clima de “histeria exagerada” con relación a la pandemia. En su opinión, se debería optar por un aislamiento vertical, en el cual sólo ancianos y enfermos permanecerían confinados. Desestimó el cierre de las escuelas y del comercio y pronosticó que el virus pasaría por Brasil de forma rápida. Bolsonaro se defendió acusando al gobernador de estar haciendo campaña política para las próximas elecciones. La discusión entre Doria y Bolsonaro fue grabada en un celular y se hizo pública.

El segundo conflicto tuvo lugar con el ministro de salud, Dr. Luiz Henrique Mandetta. El día 12 de marzo Bolsonaro y Mandetta aparecieron juntos, ambos de barbijo, en una transmisión al vivo por las redes sociales. Bolsonaro explicó que estaba con un tapaboca porque existía la posibilidad de estar infectado con el virus. En su viaje a Estados Unidos, un funcionario de su comitiva había embarcado infectado con la covid-19. Por precaución, el mandatario les pidió a los grupos de manifestantes que estaban organizando una marcha para el día 15 de marzo que suspendieran y postergaran dicho evento. Bolsonaro parecía estar acatando los consejos de su ministro.

Sin embargo, cuando grupos de manifestantes expresaron su apoyo al presidente y protestaron contra el Congreso y el Supremo Tribunal de Justicia el día 15, Bolsonaro se hizo presente y desobedeció todas las recomendaciones de Mandetta. Sin usar barbijo y sin mantener la distancia apropiada, el mandatario celebró el apoyo de sus seguidores dándoles la mano y sacándose selfies. Cabe recordar que nadie sabía en ese momento si el mandatario estaba infectado. Se había hecho un test que dio resultado negativo, pero aún faltaba confirmar ese resultado con un segundo test. Sólo el día 13 de mayo el presidente presentará ante la justicia todos los test con resultado negativo. Ese será el modus operandi de Bolsonaro: un continuo incumplimiento a las reglas y protocolos de salud dictadas por su ministro.
Si desde el gobierno central se proyectaba un discurso ambivalente que dividía a la sociedad brasileña y generaba incertidumbre y desconcierto, la gestión del ministro Mandetta irradió la serenidad y la unidad que todos necesitaban. Sentado con su equipo de profesionales, todos vestidos con el chaleco azul del SUS (Sistema Único de Salud), Mandetta se encargó de explicar, con un lenguaje simple, qué estaba haciendo el Estado para enfrentar la pandemia. Todas las tardes, por cadena nacional, el equipo exponía el estado de la cuestión, con datos y estadísticas, y daba las recomendaciones sobre qué hacer y qué no hacer. Al final había una rueda de prensa.

El “efecto Mandetta” causó un impacto tan positivo en las personas que su aprobación subió del 55% al 76% en abril, mientras que la de Bolsonaro se estancó alrededor de los 33%. La lucha contra la covid-19 había encontrado un líder que comandaba desde la imagen del médico afable, carismático y genuinamente preocupado por sus pacientes. Bolsonaro no soportó la alta popularidad de su ministro y no le perdonó que el día 12 de abril diera una entrevista a uno de los programas más exitosos de la televisión brasileña, llamado “Fantástico”, y se quejara del accionar del presidente. Para Mandetta, la población no sabía si escuchar al presidente o al ministro. El despido llegó a los pocos días. El 16 de abril Nelson Teich, oncologista, entraba como nuevo ministro de salud, cuando el coronavirus comenzaba a tomar fuerza y había causado casi 2.000 víctimas.

Los rumores de despido que circularon antes de la salida de Mandetta aumentaron el rechazo al presidente. Nadie podía concebir que en medio de una pandemia se cambiara al ministro de la salud que estaba haciendo un trabajo impecable. La indignación por el despido se hizo sentir al compás de las cacerolas y de los gritos eufóricos de “Fora Bolsonaro”.

Con Teich todo cambió. A los pocos días se hizo público un video suyo, de pocos minutos, en el cual describía el futuro plan de acción. La sensación general fue que el nuevo ministro se encontraba en una fase de “preparación” para la pandemia cuando las circunstancias pedían a gritos un plan de acción urgente. Las colectivas de prensa se retomaron, pero sin la frecuencia anterior. La información se volvió escasa. El tono excesivamente formal y distante de Teich, siempre vestido de traje y corbata, y su lenguaje técnico interrumpieron la fluida comunicación que había comenzado Mandetta entre el gobierno y la población. Este nuevo ciclo, errático e inconsistente, perjudicó mucho a la concientización de la sociedad que aún salía a la calle, se aglomeraba y no usaba tapabocas.

A pesar de que Teich dijera desde el inicio que estaba cien por ciento alineado a Bolsonaro, y reforzara estas palabras con el nombramiento de militares en puestos claves de la salud y con un expresivo gesto de alianza como el de tener el retrato de Bolsonaro como escenario de fondo en su primera aparición pública, la explosión de contagios y la ascendente curva de víctimas lo convirtieron en un acérrimo defensor del aislamiento.

Como médico de profesión, Teich igual que Mandetta, confía plenamente en la ciencia. La postura negacionista y oscurantista del presidente no tardaría en interferir en la agenda del ministro. La segunda semana de mayo Bolsonaro incluyó los salones de belleza y los gimnasios como actividades esenciales sin consultarle a Teich. Este hecho quedó en evidencia en la conferencia de prensa cuando Teich tuvo que asumir que esa no había sido decisión del ministerio. El ministro no había sido notificado al respecto y se enteró por boca de un periodista.

Más grave aún fue la falta de acuerdo en lo que respecta al uso de la hidroxicloroquina y cloroquina. Su uso estaba solo permitido en pacientes caratulados como casos graves. Bolsonaro venía ejerciendo una presión cada vez más intensa para que el protocolo cambiara y su uso fuera permitido desde el comienzo del tratamiento. Teich, que siempre estuvo totalmente en desacuerdo con esto, puesto que no existe una constatación científica que garantice que la cloroquina pueda curar a los pacientes infectados y, en cambio, sí se sabe que produce efectos secundarios perjudiciales, renunció el día 15 de mayo.
Nadie imaginó que Teich permanecería en su cargo tan poco tiempo. En su último mensaje agradeció a su equipo y a la labor de los médicos y enfermeros del país. No se refirió a las causas que determinaron su salida. Sólo dijo que en la vida había muchas elecciones y que ahora la suya era salir. Su renuncia, después de 28 días como ministro, hizo que Brasil, que se encontraba en ese momento con más de 15.000 muertes, quedase sin rumbo. El general Eduardo Pazuello asumió en forma interina. Hasta el momento sus primeros pasos han sido nombrar a doce militares, que no tienen estudios en medicina, y dar el visto bueno para el cambio de protocolo en el uso de la cloroquina, aprobado el día 20 de mayo. Sobre el próximo ministro poco se sabe y nada se dice.

La palabra “interferencia” es clave en la ruptura entre Bolsonaro y Sérgio Moro. Fue justamente la certeza de que habría interferencia política en la Polícia Federal lo que precipitó la salida de Moro del Ministerio de Justicia el día 24 de abril. Esta convicción la tuvo cuando supo de los planes del presidente de destituir a Maurício Valeixo, Director General de la Policía Federal, y nombrar a una persona de su confianza. A pesar de su férrea oposición, Bolsonaro no dio marcha atrás. El ex-juez de la famosa operación Lava-Jato confesó que en los gobiernos petistas de Dilma y Lula nunca sucedió algo ni remotamente parecido, aun cuando los casos de corrupción eran gravísimos.

A partir de aquí comenzó lo que la prensa llamará “la novela Bolsonaro”. Todos los días una nueva noticia impactará más que la anterior. La turbulencia fue tal que el coronavirus quedó definitivamente relegado. El mismo 24 de abril, horas después que Moro hiciera la conferencia de prensa, Bolsonaro habló por cadena nacional. Con todos sus ministros detrás suyo, aglomerados y sin barbijo a excepción de Paulo Guedes, el mandatario acusó a Moro de estar más pendiente de su ego que de cualquier otra cosa y de querer interponerse en su relación con el pueblo. Aclaró que él siempre da autonomía a sus ministros, pero no soberanía, reforzando su repetida y conocida frase: “Quien manda aquí soy yo”. Hizo especial énfasis en su rectitud, austeridad y honestidad. Y lo más importante de todo: negó que los cambios hayan sido una tentativa de proteger a su familia.

Sin embargo, es difícil no pensar que los cambios en la jefatura de la Policía Federal y en la Superintendencia de Río de Janeiro busquen defender a sus tres hijos, ya que todos que están siendo investigados por la policía. Flavio es sospechoso de haber cometido: malversación de fondos, lavado de dinero y organización de una facción criminal. Carlos y Eduardo están acusados de organizar campañas, a menudo con noticias falsas, contra adversarios políticos en internet. Las acusaciones contra Flavio salieron a la luz cuando su padre se encontraba en el Fórum Económico Mundial en Davos en enero de 2019. Este hecho puede haber sido la causa de la sorpresiva cancelación de una rueda de prensa en la que participarían Paulo Guedes, ministro de Economía, Ernesto Araújo, ministro de Relaciones Exteriores, Sérgio Moro y Bolsonaro. No se podía hablar de un país en guerra contra la corrupción cuando el propio hijo del presidente estaba involucrado en tales problemas.

Las graves acusaciones de Moro contra el presidente comenzaron a ser investigadas por el Supremo Tribunal de Justicia. La elección de Bolsonaro de Alexandre Ramagem, amigo del presidente y de su familia, para el cargo que era de Valeixo, daban credibilidad a las palabras de Moro. El ministro Alexandre de Moraes suspendió el nombramiento de Ramagem el día 29 de abril, amparándose en las acusaciones de Moro. Bolsonaro convocó para el cargo a quien era la mano derecha de Ramagem, Ronaldo Alexandre de Souza. De esta forma, el continuaba confirmándose la versión del ex ministro de Justicia.

El 2 de mayo Moro declaró ante la Policía de Curitiba por más de ocho horas. Para confirmar sus acusaciones, el juez alegó la existencia de un video de una reunión de ministros con Bolsonaro, ocurrida el día 22 de abril, en el cual quedaba expuesta su interferencia en la Policía Federal y en la Superintendencia de Río de Janeiro. Este video ya ha sido analizado por la Policía y todo el país espera que el juez Celso de Mello permita su divulgación pública.

Los medios ya han adelantado que la reunión es muy extensa y que el presidente se encontraba con los ánimos particularmente exaltados. Algunas partes muy polémicas ya han sido divulgadas, pero aún se mantiene la expectativa por verlo completo. Casualmente, Bolsonaro, quien llamó a Moro de “Judas” horas antes de que este declarase, corre gran riesgo de ser “crucificado” si este video sale a la luz. 
La relación entre Bolsonaro y el Supremo Tribunal de Justicia es tensa. En las últimas manifestaciones en apoyo al presidente siempre hubo insultos para los otros dos poderes.  Los manifestantes atacaron al congreso y STJ y pidieron por el retorno de la dictadura militar. Bolsonaro participó y celebró estos actos anticonstitucionales y antidemocráticos. Fue duramente criticado por ello, no obstante, no no ha dejado de participar de estos eventos.

La crisis política de Brasil llega en el peor de los momentos. Esta crisis nace de esa otra crisis, mucho más dolorosa, que es la sanitaria. Con más de 20.000 muertos, Brasil se desangra y no hay una solución a la vista. No se habla de un plan para salir de esta situación a corto, mediano o largo plazo. Todo es incierto. La política, en cambio, cautiva por su ebullición y por el dinamismo de sus conflictos. Actualmente, la trama política se ha convertido en la novela diaria que, en cierta forma, le sirve a la sociedad para evadirse y evitar pensar en esa curva que sube de forma acelerada día tras día.


Celina Ibazeta
Vive en Brasil desde 2006
Se graduó en la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, como profesora en Letras. Realizó una maestría y el doctorado en el departamento de Lenguas y Literatura Hispánica en Stony Brook University, EEUU. Fue becaria postdoctoral de la Universidad Federal Fluminense (2007-2009). Actualmente trabaja en el departamento de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil.