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Creencias y epidemias: ni ajo ni limón ni cadenas de oración

TRIBUNA ABIERTA

La investigadora del CONICET, Gabriela Irrazábal, advierte sobre el peligro de caer en creencias populares para combatir el Coronavirus. Además, realiza una serie de recomendaciones para que, entre todos, podamos aumentar la curva de confianza y frenar la curva del virus.


La Organización Mundial de la Salud elevó la situación del COVID-19, el coronavirus, de epidemia a pandemia. Esto significa que se extendió a muchos países del mundo en simultáneo. El COVID-19 preocupa por su alto nivel de transmisibilidad, en algunos casos puede ser grave y pone en jaque al sistema de salud debido a la escasez de recursos. Si todos nos infectamos al mismo tiempo, no hay sistema de salud que alcance para atendernos.

La transmisión del virus se puede prevenir si elegimos no realizar ni exponernos a comportamientos de riesgo. Los factores socio-culturales, especialmente las motivaciones y creencias de las personas durante las epidemias son fundamentales para evitar o propagar la circulación de enfermedades infecciosas. Resumimos algunas conclusiones de los estudios sobre creencias y salud pública:

- Pánico y pesimismo social: la extensión de la creencia de que una epidemia será cada vez peor y que “va a estar todo mal” lleva a que las personas se expongan a mayores riesgos. Al contrario del sentido común, una campaña de medios masivos de comunicación focalizada en el “alerta permanente” deriva en concepciones pesimistas que potencian el riesgo de transmisión y contagio. Se genera en las personas la expectativa de que “todos nos vamos a contagiar” y que “no hay nada para hacer” y por tanto consideran que las medidas de contención no servirían para nada, no hacen las cuarentenas, realizan y se exponen a comportamientos de riesgo.

- Teorías conspirativas y deslegitimación de mensajes oficiales: las preocupaciones, mitos e ideas conspirativas contribuyen a la expansión de la circulación de las infecciones. Se genera un sentimiento de desconfianza hacia las autoridades públicas en la transmisión de sus mensajes. La sospecha se traslada hacia los profesionales de la salud y autoridades sanitarias y por tanto no se siguen sus recomendaciones.

- Minimización de síntomas: divulgar mensajes y concepciones sobre la levedad de la patología, “es un simple resfrío”, “es una gripe leve”, “a los niños no les agarra”, “hay enfermedades más graves” predispone a realizar y exponerse a comportamientos de riesgo como la automedicación y a la circulación en espacios públicos de personas con recomendación de aislamiento.

- Sanación, espiritualidad, medicina alternativa y tradicional: Según nuestros estudios la Argentina es una sociedad creyente. 8 de cada 10 creen en Dios y en la energía, 6 de cada 10 creen en la suerte y 3 de cada 10 creen en la astrología y los curanderos/sanadores. Asimismo, recurren a Dios en momentos de sufrimiento y cuando buscan el sentido de la vida. 8 de cada 10 rezan o practican la oración, 3 de cada 10 se congregan en templos, 2 de cada 10 consumen programas de radio y tv religiosos y 2 de cada 10 consultan curanderos para mal de ojo, culebrilla, empacho, entre otras. En lugar de estigmatizar y tratar de ignorantes o “anti-científicas” a estas prácticas es conveniente utilizar los espacios de espiritualidad y religiosidad como un canal más de información sanitaria y en línea con las orientaciones del ministerio de salud. Se debe fomentar la complementariedad terapéutica y no el rechazo y estigmatización a prácticas y costumbres arraigadas en la sociedad. La espiritualidad y la religiosidad afectan el proceso de toma de decisiones en la búsqueda de sanación. Los líderes religiosos conservan aún altos niveles de confianza en la población general (mayor que los políticos) y, considerando, que congregan al menos a 3 de cada 10 personas podrían actuar como agentes de información sanitaria oficial.

Las personas responden a las enfermedades infecciosas y toman decisiones en línea con marcos interpretativos arraigados cultural e históricamente. Las actitudes, prácticas y comportamientos son producto de lógicas culturales que dan sentido a la vida personal y a la experiencia colectiva. Los cientistas sociales ya tendremos tiempo de reflexionar sobre el biopoder, el biocapitalismo, las subjetividades neuroquímicas y la individualidad somática. Ahora es conveniente recordar que todos debemos:

- Lavarnos las manos con agua y jabón (¡y para esto debe haber agua y jabón en nuestros lugares de trabajo y estudio!).

- Mantener al menos un metro de distancia de cualquier persona que tosa o estornude (¿será posible mayor frecuencia en el transporte público para que no viajemos hacinados?).

- Desinfectar superficies (y para esto distribuir elementos de higiene de manera gratuita y controlar la estructura de precios).

- Evitar contacto físico al saludar.

- Estornudar o toser con el codo doblado o un pañuelo descartable (y tirar el pañuelo a un cesto de basura).

- Hacer la cuarentena preventiva en caso de que esté indicada.

- Llamar por teléfono para asistencia médica, en caso de presentar algún síntoma.

- Usar repelente para los mosquitos (hay dengue autóctono en 13 jurisdicciones).

- Usar preservativo para enfermedades de transmisión sexual (se notifican 5800 casos de VIH por año en el país, Tasa de sífilis: 51 cada 100.000 habitantes, hubo 16.150 casos de gonorrea en 2019).

- Aplicar las vacunas del calendario obligatorio (156 afectados por sarampión).

En las redes sociales circula mucha información. Debemos recordar hay que leer sólo aquella publicada en las páginas web de organismos oficiales. No reenviar mensajes en cadena.

Recordamos que, según la evidencia disponible, ninguno de estos elementos es efectivo contra ningún virus, bacteria ni afecciones respiratorias:

- Te de Limón, jengibre, miel, cúrcuma, tulsi, laurel, cardamomo y canela.

- Agua caliente, vinagre.

- Yin chao.

- Hierba buena, sauco.

- Adecuar la alimentación al dosha.

- Homeopatía.

- Cadenas de oración.

Todos podemos contraer el coronavirus, ya que infecta a personas de todas las edades. Puede ser grave en mayores de 60 años y quienes presenten afecciones subyacentes como diabetes, cáncer, respiratorias, cardiovasculares, inmuno suprimidos. Tienen mayor riesgo y por eso debemos cuidarnos entre todos, con responsabilidad social y sentido de pertenencia comunitario. Aumentemos la curva de confianza. Frenemos la curva del virus. Podemos hacerlo.



Gabriela Irrazábal es Doctora en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Profesora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y en la Universidad de Buenos Aires. Investigadora Adjunta de CONICET con sede en el Programa Sociedad, Cultura y Religión del CEIL. Coordinadora General de la Segunda Encuesta Nacional sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina.