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Amores de verano: una polémica que se cocina al sol

Opinión

Algunas canciones lo enaltecen, las revistas de la farándula se han cansado de usarlo en sus títulos escandalosos, muchos aseguran haberlos vivido. La pregunta que todos se hacen es qué son los amores de verano: ¿Exaltación de la aventura? ¿Romantización de la infidelidad estival?


Acaso se trate de aquel amor de música ligera al que le cantó Gustavo Cerati y del que ya nada más queda. Acaso el romance aquel con el que soñaba el Monstruo Sebastián cuando, solo en la arena de la playa, esperaba para murmurarle a alguien al oído: “aaah, aaaaah, aaah, aaaaah” (que en buen tucumano podríamos reemplazar por un: ¿ydeai?). Acaso un amor en vano como entona la banda Airbag o la declaración sentimental y posterior despedida de la niña de Tilcara que Pity Álvarez supo frasear en aquel poema cantado de Intoxicados. Ejemplos hay como para hacer dulce; dulce empalagoso en este caso que se derrite al sol mientras las hormonas se encuentran en su punto máximo de ebullición. ¿De qué se trata el tan mentado amor de verano? Prenda el aire, señora, ponga el ventilador en cinco, señor, que el debate da para rato. 

Si uno examina detenidamente en la tradición musical de la que hemos citado sólo algunos ejemplos y en el sentido común (que no suele ser el más común de los sentidos), podemos decir que el amor de verano se define por su condición de amor fugaz, virulento, visceral. Amor que, dada su brevedad (dura lo que dura un verano, un crucero al caribe o unas vacaciones a cualquier destino del planeta), es vivido con la misma intensidad con que sube el mercurio en los termómetros cuando el calor se hace piel y la piel agua. Pero entonces… ¿Se trata de amor o pura temperatura? Doña, Don, vaya llenando la Pelopincho que la necesitaremos para refrescar el raciocinio que esta cuestión demanda. 

Cada vez que uno piensa en estos amores signados por el apuro piensa en paisajes paradisíacos y ocasos de soles anaranjados hundiéndose de a poco en un mar que se mece contra alguna playa de la loma del orto. Bien lo describió Madonna cuando se enamoró de San Pedro en aquella isla bonita. Ahí fue, precisamente, donde la brisa tropical le arrastró un “te amo” y ella rezó para que los días durarán, pero se le fueron volando, como un pedo en una canasta de mimbre o, para no quitarle romanticismo a la escena, como se escurre la arena entre los dedos. ¿Es exigencia del amor de verano la playa, el exotismo, las decenas de cuotas que se amontonan en una tarjeta de crédito? ¿Puede ese amor conformarse con lo autóctono, con lo local, con lo que está al alcance de cada tucumano y tucumana? Y ya que la reina del pop lo menciona ¿por qué no un San Pedro de Colalao? ¿Quién no se desagotó a besos en esa plaza o a la salida del boliche en plena temporada de GL? ¿Quién no conoció a la chica o al chico que le gusta en las previas que se armaban en el cementerio, escabiando entre las tumbas? A muchos podrá parecerle morboso, pero el amor extiende sus redes invisibles hasta en esos sitios donde reina la paz y la calma. 

También es justo decir que ni la playa, ni el mar, ni el all inclusive del hotel aseguran éxito alguno en cuestiones del amor. Así lo confirmó Luis Miguel cuando todo estaba al revés y ya no recibía los besos que otrora supo cobijar en sus morcillezcos labios: “No culpes a la noche. No culpes a la playa. No culpes a la lluvia. Será que no me amas”. 

Podemos coincidir entonces en que el amor de verano puede resultar propicio tanto en Cancún como en el Cadillal si están dadas las condiciones para tal. Ahora bien, cabe preguntarnos si ese tipo de amores requieren como condición el secreto, acaso también la trampa: ¿Se trata de una aventura prohibida? ¿El amor de verano no es otra cosa que la romantización de la infidelidad estival? En este punto, la polémica se vuelve más encendida y vaticino, desde ya, que dificultosamente lleguemos a un consenso unánime al respecto. ¿Quién no ha escuchado alguna vez eso de: lo que pasó en Cancún, queda en Cancún. O, en la versión local: lo que pasó en el Cadillal, queda en el Cadillal? Puede tratarse, una vez más, de la reafirmación de la fugacidad de este tipo de amores. O bien, de algo que debe nacer y morir en otro lugar; a espaldas de las convenciones sociales y del qué dirán. 

Vale aclarar que, conforme a los tiempos que corren, el amor de verano no tiene por qué ser heterosexual ni que responder a la monogamia. Doña, Don, no se escandalicen ni me hagan zapping. Ya sé que ustedes son más bien chapados a la antigua, pero escuchen porque se pone interesante la cosa. Algunos recordarán la película mexicana “Y tu mamá también” donde dos jóvenes amigos intentan conquistar el amor de Luisa, una española madura y seductora que perturba sus hormonas. La excusa, claro, es llevarla a una playa y vaya sorpresa cuando (alerta spoiler) la cosa termina en un auténtico entrevero entre los tres que incluye besos y franeleo entre Gael García Bernal y Diego Luna; acaso los más grandes galanes de la última era del cine mexicano. Ustedes dirán que eso es pura ficción ¿Cómo saberlo? Lo que pasa en San Pedro, en el Cadillal o en Las Talitas queda en San Pedro, en el Cadillal o en Las Talitas.

En secreto o en público, de trampa o bajo el amparo de las convenciones sociales, entre ella y él, ella y ella, él y él; él, ella y él (o cualquier otra combinación posible que se les ocurra), en la playa, en el cerro, en otra localidad o en el mismo barrio. Como fuera la cosa, nada hay allá afuera más real que el calor que azota nuestros cuerpos. Es verano y el amor lo sabe.