Nos han metido mucha mierda en la cabeza

Guía de la buena esposa.
¿Sabés qué significa empalar? Atravesar a una persona con un palo desde el ano. Fuerte, ¿no? Bien. Ese es uno de los métodos medievales que eligieron algunos hombres para matar mujeres hoy, en el siglo XXI.
¿Acoso callejero? Pregunten a cualquier niña de menos de doce años si algún hombre les mostró el miembro en la calle. Estoy segura de que la mayoría de ellas dirá que sí, avergonzada. Y lo sé porque yo he tenido diez, he tenido once y he tenido doce y tres veces me han mostrado el miembro en la calle. Tres veces que me haya dado cuenta, porque camino en Babia. Pregunten a cualquier mujer si alguna vez ha tenido miedo de caminar en la calle, si alguna vez ha escuchado palabras de acoso (o lo que algunos se esfuerzan por llamar “piropos”) de la boca de un hombre que no le interesa en lo más mínimo, a pesar de que ciertos personajes aseguren que a todas las mujeres nos gusta que nos digan “qué lindo culo tenés”.
¿Violaciones? Temática tabú si las hay. No pregunten, porque muchas no les van a contar, porque creen tener la culpa de lo que les pasa. Por ir con la pollera corta, por salir de fiesta, por estar alcoholizada, por caminar por lugares por los que no deben. No pregunten, porque seguramente tenían la culpa. A nadie se le ocurre culpar al que accedió carnalmente a una mujer sin su permiso. Y vos, ¿qué hacías para que te violen? Porque los hombres son de carne y hueso.
¿Femicidio? ¿Por qué es diferente del homicidio? Porque a ningún hombre lo han matado por el simple hecho de ser hombre o, si fue así, se trató de un caso aislado. A las mujeres nos matan por ser mujeres. Porque sí. Por celos, por posesión, por violencia, por pura gula.
Nos han indicado colores que podemos usar y colores que no. Profesiones que deberíamos tener (si es que es necesario tener una) y las que no. Nos han enseñado a poner y levantar la mesa, a lavar los platos y a ofrecer café mientras los hombres conversan de cosas importantes. Nos han prohibido trabajar, nos han pagado menos por los mismos trabajos, nos han hecho creer que para ser una mujer completa es necesario tener un marido, después un hijo, después dos, después cien.
A los hombres también les han dicho que tienen que pelearse, que tienen que ser valientes, que no tienen que llorar, que pueden decirles a una mujer lo que quieran, que tienen que traer el pan a la casa, que si no hacen esto son mujercitas, que si no hacen lo otro son mujercitas. Porque pensar que el machismo afecta solo a las mujeres es una falacia, sin que con esto quiera hablar de “igualismo”: a los hombres los afecta, a las mujeres nos mata.
Nos han metido mucha mierda en la cabeza.
Tanta mierda que, al día de hoy, demostradas y conversadas las violaciones, los acosos, los femicidios, existen mujeres (y, ni hablar, hombres) que continúan reforzando el sistema opresor del machismo.
Es el caso de la campaña, iniciada en Paraguay y replicada en la Argentina, del #YoNoParo, con justificativos curiosos que expondré a continuación.
“Porque debo ser ejemplo de trabajo”. Como si parar fuese sinónimo de vagancia y no ejemplo de trabajo, de lucha, de empuje.
“Porque si paro, me estanco”. Como si no fuese todo lo contrario. Parar para avanzar, para concientizar, para profundizar la lucha.
“Porque al parar no sumo, sino que resto”. Como si esta frase tuviese goyete.
“Porque no quiero ser hombre”. ??????
“Porque no soy feminista y sí femenina”. Como si fueran excluyentes.
“Porque pienso”. ??????????????
“Porque no soy víctima”.
Y ahí se equivocan, amiguitas. Son víctimas aunque no lo puedan ver, porque el machismo además de violento es opresor y achicador de mentes. Son tan víctimas, que se han puesto del lado del mismo sistema que las violenta.
Me llamó la atención que muchas de estas mujeres vistiendo carteles anti-feministas o “no-feministas”, eran estudiantes o trabajadoras. Si supieran, si tan solo supieran, gracias a qué movimiento han logrado estudiar o trabajar. O votar, o vivir solas, o tomar anticonceptivos, o tener castigos para los golpeadores, los femicidas, los violentos. O simplemente poder hablar del tema.
Pero ojo: si bien es cierto que somos víctimas, no nos victimizamos. No nos victimizamos porque el que se victimiza nunca saldrá de ese lugar, y eso es victimizar dos veces. Y eso es decir, un poco, no tenemos fuerza para ser nada más que víctimas. Pero no: salimos y luchamos. Y nos organizamos, y paramos, y pedimos, y exigimos, y pintamos paredes, y mostramos las tetas. Y nada de eso me parece excesivo.
¿Por qué luchamos?
Porque las pruebas están ahí para que todos las vean: en los diarios, en los relatos de las madres, de las abuelas, de las hijas, de las amigas, de las trans y de las cis.
¿Para qué luchamos?
Para que no nos obliguen a usar vestidos, para que nos respeten, para que no nos acosen en la calle, para no cobrar menos, para poder elegir si ser madres y cuándo ser madres, para que no nos violen, para que no nos maten.
Luchamos para que, en algún futuro, nadie, nunca, en ningún lugar del planeta, pueda pensar que está bien no ser feminista o ser machista, que es exactamente lo mismo.