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Horacio Guarany, el sonido del vino y del aplauso eterno

Adios a un grande

Así recordaré al gigantesco artista popular.

Foto: www.tn.com.ar


¿Cómo suena el vino? Telúrico, bucólico, sanguíneo, el vino cantará por siempre en la voz cascada de Horacio Guarany. Maridaje lo llaman los etnólogos, pero no se trata sólo del afortunado encuentro de pulsiones afines, sino que la música de Guarany comparte con el vino una misma esencia y un mismo origen: la tierra. Recordaré al poeta en el fluir rubí del vino; en su cadencia continúa. Cuando suene su voz, sonará el vino.

Pero el legado artístico de Guarany trasciende ese ritual íntimo de la memoria. No es una exageración decir que es uno los representantes más importantes de la cultura popular argentina. En singular tampoco sería hiperbólico: el más importante. Creo que su rol de cantante popular está definido en su propia poesía: “Si se calla el cantor se quedan solos los humildes gorriones de los diarios”. Su arte, entonces, estuvo forjado por una convicción férrea y por la militancia humanística. Viven ahí, en sus canciones, el obrero, la prostituta, el linyera, el loco de la guerra y tantos otros. Por caso, a los pescadores les ha legado un himno inmortal coronado de lirismo: “la vida también es río que va golpeando las piedras”. Horacio es y será por siempre Horacio “Pueblo” Guaraní.

A Guarany lo recordaré también como al artista más grande que vi arriba de un escenario. Fue la noche del 18 de abril de 2015 en el teatro Mercedes Sosa. El Guarany que conocí esa noche no era un hombre con casi nueve décadas sobre las espaldas mintiéndole el envido al tiempo para robarle un último punto. Esa no fue tampoco la actuación de un cantor con el último recurso de la leyenda que lo precede y que su nombre guarda. Según lo recuerdo, ese fue el recital de un poeta con la voz ajada, trajinada de escenarios, que no había perdido la capacidad de emocionar a su público. La voz le arrastraba melancolías y soledades añejas que quedaron plasmadas en una versión inolvidable de “Canción del adiós”. Las palabras parecían brotarle de lo más hondo de las entrañas y el corazón no le desafinaba. El Guarany que yo conocí aquella noche en el teatro era un artista demasiado grande, enorme, gigantesco en su arte y en su ambición de conquistar a los tucumanos que lo aplaudieron de pie. Fue acaso esa su despedida. Estoy convencido de que la vida de un artista dura lo que le duran los aplausos. Que suene para el gran Horacio el aplauso que no tiene fin.