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A dónde va Gabriela, la carrera vital de la maratonista que corre descalza por las calles de Tucumán

Historias de acá

Gabriela Ávila es una maratonista tucumana que se volcó al descalcismo y decidió correr y vivir siempre descalza. Muchos la ven como una loca o se burlan de ella, pero pocos conocen la historia de esta mujer que se ganó a sí misma. Por Exequiel Svetliza.

Gabriela recorriendo los 21 kilómetros del Cruce Calchaquí descalza.





Después de estudiar por un momento los resultados de la resonancia magnética, el médico levantó los ojos del informe, la miró y dijo algo que, más que un diagnóstico, sonó a una sentencia:

-Gabi, no podés volver a correr nunca más… O sea, olvidate de correr.

Rita Gabriela Ávila sintió un sismo interior; un dolor todavía más profundo que aquel fogonazo nervioso que días antes le había recorrido desde la cintura a la punta de los pies dejándola paralizada mientras trotaba en el Parque 9 de Julio. A diferencia de aquel tormento físico, este tenía el carácter intangible, invisible y demoledor de las mayores aflicciones espirituales. Un trauma tan íntimo como insondable y, como tal, esquivo a la ciencia del hombre; esa misma ciencia que ahora le quitaba de un plumazo aquello que la había salvado en los días de desconsuelo. 

Gabriela no tenía adónde correr. No podía hacerlo. Y la quietud se parecía demasiado a la locura; a un fantasma acechante; a un monstruo informe pisándole los talones. Esa misma locura que ahora le enrostran cada vez que la ven pasar con los pies desnudos como quien huye de alguien o de algo. Pero aún más loco era no moverse, dejarse devorar.

 

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Es una luminosa siesta otoñal en la Plaza Alberdi. Hay gente sentada en el pasto tomando mate, niños y perros jugando, noviecitos amando y solitarios esperando, pensando, recibiendo la bendición del sol en un banco. La plaza es una isla en un mar de gente y en un rincón de ese oasis urbano está Gabriela: 43 años, pelo oscuro y largo, delgada y con 1,73 metros de alto. Viste calzas, una remera deportiva mangas largas y unas ojotas de sencillez franciscana. Al igual que la Gabriela de la canción de Ulises Bueno, tiene la mirada de los que aman sólo las cosas simples de la vida. 

Gabriela es como prefiere que la llamen, aunque en su casa le decían Rita y en las redes sociales aparece como Juana Bernadina. En realidad, Juan Bernardino era su padre ya fallecido que solía referirse a sus hijas y nietas como Las Juanas, de ahí lo de Juana Bernardina. Se sabe: en las redes todos somos otros. Y para quienes no conocen su historia, Gabriela es una loca que corre descalza por parques y cerros; una loca que va a bares y boliches descalza; una loca de pies siempre desnudos. La mayoría de quienes se acercan a ella suelen hacerlo desde el asombro y el prejuicio. Y suelen acercarse para burlársele o reprocharle su manera de andar por el mundo; una forma que no sólo es vista como extravagante y ridícula, sino también como perjudicial para su salud. Pocos, muy pocos, se acercan con la intensión de escuchar su historia; esta historia. 

Yo arranqué corriendo entre fines del 2014 y comienzos de 2015 después de un diagnóstico por depresión.  Claro que hice todo el tratamiento, tomé la medicación y demás. Entonces empecé a buscar algo que me saque de lo común que era mi casa y los consultorios. Siempre me había gustado la idea de salir a correr y empecé así, como quien se pone unas zapatillas cualquiera y sale a correr a lo tonto… Empecé a correr y después a busqué a gente que sabía del tema y ahí me encontré con la gente de Juan Pablo Juárez y su entorno. Comencé con esa ilusión de decir ‘quiero correr una maratón ‘sin saber, digamos, lo que era correr una maratón. Ahí empecé a entrenar, entrenar y entrenar… También aprendí a cuidarme, a hacer las consultas médicas correspondientes y demás. En 2016 corrí la Maratón del Bicentenario y todo venía muy bien…”, relata. 

Todo venía muy bien, demasiado bien, hasta que comenzaron los problemas físicos: “Seguí corriendo hasta que al principio del 2017 empecé con una molestia en la zona lumbar. Me decían que era algo muy común en los corredores, que, probablemente, me estaba fallando la columna. Y un día que estaba entrenando normal en el Parque 9 de Julio me quedo paralizada por un dolor que iba desde la cintura hasta los pies. Me hacen una resonancia y me aparecen tres hernias de disco en la parte lumbar y una fisura de vértebra, que era lo que más llamaba la atención, porque, para que me fisure una vértebra, me golpeado. Entonces me dieron calmantes y me dijeron que usara una faja porque el dolor era insoportable. Y ahí fue que el médico me dijo que no iba a poder volver a correr ni a andar en bici ni hacer ninguna actividad de impacto”. 

“Llevaba dos años corriendo… Claro que no a nivel profesional, porque no soy una atleta de élite, pero venía corriendo casi todos los días, cinco veces a la semana, era parte de mi rutina, corría en promedio como diez kilómetros por día y 15 los fines de semana… O sea que correr ya era parte de mi vida y yo quería que lo siga siendo. Imaginate que pasás de correr todos los días a no poder correr nada y encima venía con el diagnóstico de depresión…”, comenta Gabriela y, aunque no cae en el dramatismo ni en el golpe bajo, en la forma en que dice lo que dice se traduce el peso específico del trauma. 

La ciencia médica había dado su veredicto; una sentencia que era tan irrefutable como irreversible: su cuerpo le había puesto un límite a su mente. Gabriela se quedaba, de pronto, sin esa soga que la había ayudado a salir del pozo en el momento más difícil de su vida. Pero la inmovilidad no era una opción: “Cuando ya me sentía mejor, empecé a buscar alternativas y ahí encuentro en Instagram la cuenta de unos españoles que se llama ‘Cualquiera puede hacerlo’. Entre todas las experiencias de vida que subían, me encuentro con la de alguien que había tenido el mismo problema que yo, con una fisura de vértebra que incluso era mucho más grave que la mía, y esa persona empezó a practicar el minimalismo. El correr minimalista es empezar a quitarle amortiguación al cuerpo y es como empezar de cero. Yo tenía dos alternativas: no volver a correr nunca más o probar y empezar de cero con esto… Y no tenía nada que perder”. 

“Arranqué entonces a quitarle amortiguación al cuerpo… Chau zapatillas, chau sandalias, chau botas… Y me empecé a chantar unas alpargatas. Toda mi vida era en alpargatas. Empecé con esto en junio del 2017 y, al principio, me complicó mucho el tema del frío, pero me lo recontra banqué y arranqué también con el descalcismo, aunque descalcista era sólo en mi casa. Andaba todo el tiempo caminando descalza y haciendo ejercicios que sirven para fortalecer el pie. También empecé a fabricarme mis propias sandalias; unas como estas…”, dice mientras me muestra las que lleva puestas; unas sandalias con una suela ultrafina y plana que dan una sensación de fragilidad, aunque me aclara que esas son de las compradas. 

El llamado descalcismo o “movimiento barefoot” (significa descalzo en inglés) es una práctica que consiste en caminar y correr descalzo.  Se trata de una tendencia ido ganando adeptos en los últimos años en distintas partes del mundo debido a sus potenciales beneficios para la salud, especialmente, en lo que respecta a la postura y a la mecánica corporal. Aunque también cuenta con detractores que aseguran que es perjudicial. Algunos runners han adoptado esta práctica siguiendo lo que profesa Christopher McDougall en su libro “Nacidos para correr”, considerado una especie de biblia del descalcismo. Mientras que, por su parte, el minimalismo consiste en utilizar un tipo de calzado que reduzca al máximo la amortiguación y que respete la forma y el crecimiento de los pies. Se trata de sandalias de suelas planas que no cuentan con ningún tipo de soporte para el arco del pie. 

“Nosotros nacemos completamente desnudos y desde niños nos acostumbran a usar calzado, entonces, nuestro pie no pisa natural porque se acostumbra a lo cerrado, a lo apretado, a lo amortiguado. Y eso impacta directamente en todo el cuerpo porque los pies son el sostén del cuerpo. Intentar volver a lo natural es intentar equilibrar y quitarle esa presión a las rodillas y a las caderas que tenés con la pisada amortiguada. Entonces, en mi caso, la fuerza que hago al correr es lo que me perjudica en toda la zona lumbar y es por eso me han prohibido correr. Cuando vos empezás a volver a lo natural, de alguna manera, tu cuerpo se va alineando. Entonces, al alinearse, le quitas presión a las rodillas, a la zona lumbar y a la columna y eso inevitablemente mejora tu condición. En mi caso, me ha dado buenos resultados y las hernias no han empeorado ni he vuelto a sentir dolor, sólo algunas molestias”, explica. 

Para Gabriela la incursión en el descalcismo supuso todo un cambio de paradigma. Y aunque al comienzo no fue nada fácil adaptarse a esta forma de desplazarse, no tenía otra alternativa para lograr su objetivo de volver a correr: “Empecé a animarme a caminar descalza. Al principio, salía y hacía una caminata de cien metros descalza y un trotecito de cien metros… Era sólo eso, no llegaba ni a un kilómetro por día. Empecé así, de a poco porque es una transición. He tenido quemaduras el primer verano por el pavimento y he sufrido bastante el frio en invierno… O sea que vos vas midiendo tu tolerancia a medida que pasan los años. Ya en 2019 pude volver a correr una carrera de diez kilómetros”.

En 2019 y contra todo pronóstico médico, Gabriela volvió a competir y lo hizo corriendo completamente descalza. Fue en la Maratón Independencia que une San Miguel de Tucumán con Yerba Buena. Fue todo un prodigio y también un milagro personal. 

 

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-Amiga… ¿estás bien? ¿Qué pasó? ¿Te chorearon las zapatillas?

En Tucumán y ante la imagen de una mujer corriendo descalza por los alrededores del Parque Avellaneda, la pregunta resulta más que lógica. No en todos la primera reacción es la solidaridad. Algunos la ven como una alienada o una hippie antisistema. Otros la filman para burlarse de ella en las redes. Muchos se acercan con curiosidad para preguntarle por qué hace lo que hace. Muchos otros se sienten autorizados a decirle que eso que está haciendo es nocivo, que se está infringiendo un daño corporal irreparable. 

Gabriela es una mujer que corre. Una mujer que corre descalza. Acaso un desatino. Quizás una extraña apología de libertad.

“A mí el descalcismo me sirvió. Fue algo que llegó a mí y que probé por una necesidad muy grande que tenía porque no me resignaba a verme sin hacer algo que me hace tan bien. Es algo muy personal, nadie sabe de tu esfuerzo, ni de tus objetivos, ni de tus tiempos de carrera, ni de cuántas metas has cruzado… A nadie le importa. Para mí es muy importante poder seguir corriendo y el descalcismo, más allá de que me permite seguir haciéndolo, me ha abierto la cabeza un montón porque te despojás de un montón de prejuicios… Imaginate que andás descalza por la calle. A la mayoría de las mujeres nos encantan las sandalias y nos encantan las botas y, si las dejás de usar, sentís que dejás de lucirte y son cuestiones de las que por ahí cuesta despojarte. Si vos me decís si hace diez años me cruzaba con alguien que iba caminando descalzo o corriendo descalzo, además de reírme, porque a veces somos así, seguro decía ‘¡Ay!, ¡qué le pasa a este loco!’. Hoy por hoy puede pasar alguien con un elefante en la cabeza y para mí es: Si a vos es elefante en la cabeza te hace feliz y no jodés a nadie, yo te aplaudo”, comenta la corredora. 

Cuando descubrió que despojarse del calzado le permitía volver a correr, no tardó demasiado en incorporarlo también a su vida cotidiana. Gabriela se acostumbró a ir descalza a todas partes y a llevar siempre en la cartera un par de sandalias, por si las dudas: “Pasé de correr descalza a vivir descalza. O sea, cuando salgo a tomar un café o salgo a tomar una cerveza con mis amigas, voy descalza. Ir al súper no, porque es peligroso, por el piso resbaloso. De todas maneras, siempre cargo las chanclas, por si en algún lugar me dicen que no se puede porque es algo que me pasó. Acá en Tucumán es difícil porque es una provincia muy conservadora, no somos muy abiertos de mente. Entonces, me ha costado mucho esa parte de lidiar con las miradas y con las opiniones de los demás… por ahí vas corriendo y no falta el que te para y te dice ‘está muy mal lo que estás haciendo, es muy peligroso, te vas a lesionar, dentro de diez años no vas a poder caminar’ y cosas así. Pero también te encontrás con gente copada a la que le interesa, qué quiere saber sobre el descalcismo y que te pregunta ‘¿ché, y qué opinás si yo lo hago?’ Yo siempre digo que no se puede generalizar, es una cuestión muy personal. A mí me ha servido, me sirve, puedo hacerlo y me ha dado resultado”. 

Gabriela se gana la vida como profesora de matemáticas y da clases particulares en su casa. Sabe de los prejuicios que puede despertar en los demás el hecho de andar descalza, por eso, cuando le toca recibir a sus alumnos, lo hace con sandalias o algún calzado liviano. Prefiere adaptarse a las circunstancias antes que estar dando explicaciones todo el tiempo: “No ando pidiendo aceptación ¿viste? No me importa, pero si tuviera 20 años quizás lo haría. Ahora ando más relajada. Hago lo mío y lo disfruto. Espero poder seguir corriendo y seguir haciéndolo hasta el último de mis días. No soy fanática del descalcismo, soy fanática de correr”. 

Las uñas de los dedos de sus pies lucen pintadas de un carmesí oscuro, en el mismo tono y con la misma prolijidad que las uñas de las manos. A simple vista, algunos de sus dedos están un poco más separados que lo habitual, según me comenta, ese es uno de los primeros síntomas de un pie que se ha liberado de la opresión del calzado. Con algo de pudor y mucho de curiosidad, le pregunto si me puede mostrar la planta de sus pies. Ella accede sin ningún problema y lo que se puede apreciar es una especie de callo un poco más oscuro que el resto de la piel con la forma exacta de la representación gráfica de una huella. No hay marcas ni cicatrices ni nada que lo distinga de otro pie cualquiera. 

- ¿Se te lastima el pie? – hago la pregunta que, de tan obvia y previsible, me suena algo estúpida.

-He sufrido quemaduras en verano por el pavimento al comienzo y algunas lastimaduras por los tropezones… mi dedo izquierdo suele ser el que se las compra a todas –dice señalándose el dedo chiquito de ese pie – Tengo muchos tropezones con el pie izquierdo, pero ninguna lesión. Muchos coincidimos en que, con el descalcismo, reducís el riesgo de lesión… Claro, eso si hacés bien la transición… O sea, si vos no te levantás un día y salís a correr diez kilómetros descalzo vas a terminar con el arco del pie destruido… o se te va a romper el tendón de Aquiles. Hay que entrenar, nadie sale a correr de un día para el otro ni cinco kilómetros. La transición para pasar a correr descalzo es fundamental, hay que respetarla.

- Y no te encontrás con clavos, vidrios rotos…

- He pisado algunos vidrios, pero no ha sido la gran cosa… Hay con tener cuidado con las veredas rotas, más que nada por el tropezón. Te puede pasar, pero, gracias a Dios, no me ha pasado de tener una herida grave por pisar algo. Lo único que sí una vez pisé un bichito…pisé algo que yo sentí que rodó en la planta de pie, era una cosa pequeña. Lo pisé, lo giré con el pie y se volvió a clavar… O sea, se clavó dos veces en el pie y se me hizo una infección que estuve casi una semana sin poder correr… Era bien ponzoñoso el infeliz. 

- ¿Qué es entonces lo más peligroso?

- Más peligrosa es la gente… El cigarrillo que tiran, el chicle, las botellas que rompen y tiran en la vereda… Por eso le agradezco mucho a los que limpian el Parque Avellaneda y lo dejan divino para que una pueda correr. Una vez que le perdés el miedo, lo disfrutás un montón. 

- ¿Extrañás a veces el calzado?

-Siiii… las botitas si me gustan, me encantaba usar botas. El año pasado tuve la cena de egresados de mi hijo y me puse un par de sandalias… obvio que me duraron 20 minutos puestas, pero siempre intento cumplir con esas cosas, era el evento de mi hijo, no el mío. Ahora, a mi cena de egresados del profesorado fui descalza, o sea, era mi evento, mi espacio, mi lugar, mis cosas… Así soy yo… ¿no te gusta? Bueno, lo siento. 

Diez años atrás, Gabriela no sólo usaba botas largas que le llegaban hasta debajo de las rodillas y zapatos taco aguja, sino que también fumaba 30 cigarrillos por día y tomaba un cóctel de ansiolíticos que la ayudaban a lidiar con su cuadro de depresión. Cuando empezó a correr, todo eso quedó atrás como quien corre y gana una maratón contra sí mismo y contra su propio pasado. Con los pies descalzos, ha logrado recorrer distancias de hasta 21 kilómetros como la posta que une a Tafí del Valle con Cafayate en la carrera Cruce Calchaquí, pero no se conforma con eso y espera pronto poder transitar en las alas de sus pies a la intemperie los 42 kilómetros de la maratón de Buenos Aires o la de Rosario. 

- ¿Y qué sentís cuando corrés?

- Las sensaciones son geniales porque te concentrás mucho más en lo que estás haciendo, vas mucho más atento al suelo que pisas, al tipo de pisada que hacés, a los movimientos de tu cuerpo, a veces, hasta contás la respiración que tenés… O sea, la conexión conmigo misma ha aumentado un montón desde que practico el descalcismo. Cuando corrés descalzo la conexión con la tierra, con las texturas, con todo lo que te rodea es mayor y las sensaciones son extraordinarias. Yo empecé a vivir diferente a través del descalcismo. Es algo que es muy simple, pero te puedo decir que empecé a sentir la vida de otra forma, a disfrutarla… Cuando corro, me llevo conmigo todos los quilombos que tengo. Y vuelvo con los mismos quilombos, pero con una mirada diferente.