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¿Quién es Dios en Tucumán?: el misterioso creador de la más grande, la más larga y la más sabrosa

Historias de acá

Omnipresente y todopoderosa, su voz se escucha en cada rincón de la provincia cada vez que pasa el masitero. Por primera vez, el creador del anuncio de las ocho variedades de masas cuenta cómo se gestó el audio más popular y viral de Tucumán. Por Exequiel Svetliza.





Palabra popular es la palabra de Dios. Y si hay un Dios en Tucumán, su voz suena con la persistencia de lo omnipresente y la cadencia milagrosa de lo fortuito. Todos lo hemos escuchado alguna vez. En alguna siesta del otoño, cuando la soledad hunde su daga amarga de olvidos. En alguna calle postergada de los suburbios donde el ripio se vuelve callo, costra, cicatriz de antiguos andares. En los ecos de un domingo herido de cumbias, goles y nostalgias herrumbrosas. Con la ambición acaramelada de los amantes. Con las ansias de un consuelo que se pegotea en las manos. Con la empalagosa esperanza de pobres y niños. Todos hemos asistido con gozo a su homilía laica que anuncia las ocho variedades de masas y hemos sucumbido a la tentación de la más grande, de la más larga, de la más sabrosa. Todos conocemos su gracia, más no su origen, como aquel Dios que imaginó Pascal con forma de una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Todos se preguntan, pero a muy pocos se le revela la epifanía. Y yo, apenas mortal, acaso hereje, sin duda profano, he tenido ese privilegio.  

Dicen que los caminos de Dios son misteriosos. Será por eso que la larga búsqueda, plagada de las más diversas errancias y equívocos, me lleva a esta tarde de miércoles en la ruidosa avenida Dorrego de Banda del Río Salí. Ahí, sentado en la vereda de la barbería El Robles, me espera el hasta ahora creador anónimo. Se llama Guillermo José Navarro, tiene 53 años, el pelo ceniciento oculto bajo un piluso negro y una prolija barba de chivo blanca que se extiende en punta más allá del mentón. Viste una camisa azul de mangas cortas con la estampa del Increíble Hulk que lleva prendida a partir del segundo botón, como cualquier estrella de la guaracha santiagueña, y unas bermudas haciendo juego. Una riñonera la cruza el pecho y una sonrisa le ensancha el rostro. Acaba de venir a visitar a un amigo que cumple años desde su casa en Teniente Berdina y, aunque nadie a su alrededor lo advierta, es el secreto portador de la voz más popular de Tucumán. 

Pero, si esta historia tiene un comienzo, ese comienzo se remonta más de 20 años atrás, en una fecha ya olvidada de un día cualquiera. Y todo empezó como empiezan todas las cosas: con un nombre. Sólo una vez que es nombrado, aquello que está llamado a ser se manifiesta como tal. Sólo nombrando, el hombre ejerce su dominio sobre el mundo. Y, acaso sin saberlo, Guillermo José Navarro se transformó en demiurgo aquel día perdido en la sucesión de los días con sus noches; ese día del cual los libros de Historia no guardan memoria. 

 

***

-¡Mirá esa zapatilla! 

-Esa se parece a la lengua de mi suegra… - replica Guillermo José, entre risas, admirado por el portento de la golosina. 

Una conversación casual transcurrida hace dos décadas y monedas en la puerta de una famosa fábrica de masas de la avenida Colón, punto de abastecimiento obligado de los masiteros que recorren cada rincón de la provincia. Una conversación como cualquier otra entre dos vendedores que van a buscar la materia prima de su sustento diario. Si hay un comienzo, arranca justo ahí y así lo recuerda el protagonista de aquel episodio: “Siempre nos juntábamos en la puerta de la fábrica y empezábamos con las bromas. Entonces me dice uno ‘¡mirá esa zapatilla!’ Y yo le contesto que se parece a la lengua de mi suegra. Y, ahí nomás, otro amigo dice ‘nooo, se parece a la lengua de mi suegra’… Y ahí empieza la broma. Entonces, cuando íbamos a pedir la masa, decíamos: ‘che, pásame la lengua de suegra’ o ‘pásame la lengua’ nomás. Inmediatamente se le cambió el nombre, pero así, sin querer, como una broma, porque a esa masa antes se le decía zapatilla porque era como rectangular y alargada… Y así ha sido que, desde hace mucho tiempo, le decimos la lengua de suegra y le quedó así nomás”. 

Corrían los tiempos del humor A.C (Antes de la Cancelación) y los chistes sobre suegras todavía gozaban de muy buena salud en el humor popular. Pero hubo una suegra a la cual el chascarrillo de la masa no le cayó en gracia, la suegra de Guillermo José Navarro, Doña Belesia Mamaní: “Da la casualidad que un día justo voy y me paró a vender masas en frente de la casa de mi suegro. Yo estaba diciendo por el micrófono los nombres de las variedades de masas y me toca decir el de la lengua de suegra: ‘Y también tenemos la lengua de suegra con hojaldre y merengue…’ Y no va a creer que mi suegra viene y se enoja y le dice a mi esposa que estaba adentro: ‘cómo va a decir eso de la lengua de la suegra acá…’”. 

Lejos de buscarle otro apelativo a la masa, Guillermo redobló la apuesta: “Me dio bronca que se haya enojado por eso, una bronca sana, así que ahí digo ‘ya va a cagar’… En esa época, ya habíamos empezado a utilizar los grabadores con cassette, entonces ahí voy y hago por primera vez la grabación… pongo las variedades de masa y pongo también la famosa lengua de suegra, la más grande, la más larga, la más sabrosa… como para hacerle burla. Entonces, como al tiempo sale el Walkman, ya lo empiezo a conectar en el aparato de música que llevaba en el carro y así empezó a salir la primera grabación”. 

Picara. Audaz. Encantadora. La apoteosis del marketing autóctono. Una poesía anónima hecha a medida del corazón del vulgo. Un mantra popular que moviliza y seduce a las masas. Nueve palabras grabadas de una vez y para siempre en nuestra memoria emotiva como aquellas inscriptas en las tablas que Moisés recibió de la mano del creador en el monte Sinaí:

La más grande

La más larga

La más sabrosa. 

 

***

La Dorrego es una de las arterias más populosas de Banda del Río Salí. Las calles se ven copadas por un enjambre irregular de motos, autos y algunos carros a caballo y en las veredas florecen los comercios, la mayoría precarios; pequeños almacenes, kioscos y rebusques familiares con algunas ofertas pintadas en pizarras negras. Negocios donde, si uno golpea las manos, alguien viene, sin prisa ni pausa, desde el living de su casa para atender. Entre los transeúntes circunstanciales no falta quien reconoce a Guillermo José y se detiene unos segundos a saludarlo. No lo identifican como el autor del hit popular que suena en las calles, sino como un rostro conocido en el barrio. El Sordo, como lo conocen sus amigos vendedores, se crio acá, pero hace quince años, después de una serie de asaltos, decidió buscar nuevos aires para su familia y se afincó en Teniente Berdina. En ese pueblo de apenas ocho manzanas de casas sin rejas ni cámaras de seguridad encontró esa tranquilidad que acá le era esquiva. 

Hubo un tiempo no tan lejano donde el de las masas era un negocio próspero que cumplía con aquel viejo anhelo democrático: con las masas se comía y se podía educar y brindar salud a una familia. Todos los días a las siete de la matina, El Sordo ya estaba en la puerta de la fábrica de masas esperando la materia prima para salir a recorrer ciudades, pueblos y pueblitos desde La Cocha hasta San Miguel de Tucumán y desde la capital hasta Rosario de la Frontera a bordo de un Peugeot 404 cascado al que había bautizado como “El Lobo del Aire”. Eran tiempos donde las variedades de masas eran nueve y no ocho como ahora: la milhoja, el alfajor de maicena, el alfajor de chocolate, la pastafrola de membrillo, el cañoncito de hojaldre, el pañuelito de hojaldre, la palmerita, la lengua de suegra y la ya extinta tarta de manzana. “Gracias a Dios he tenido la suerte de que en el año 2012 me he podido comprar una Fiorino cero kilómetros. No quiero entrar en temas de política, pero esos han sido años de mucha venta. Te estoy hablando de que yo vendía 800 masas por día… en dos meses recuperé el valor de la camioneta. La gente decía ‘estos venden droga, miren esa camioneta en la que andan’. Y no, es el esfuerzo y sacrificio que uno le pone y la chispa para salir a vender”, relata con tono campechano y sonrisa franca. 

Tan bien le iba en el negocio de las masas que llegó a subcontratar cuatro taxis para que expandan las ventas por distintas latitudes y por cuanta feria o fiesta patronal hubiera en la provincia. Entonces, las ventas diarias se multiplicaban por miles en una temporada que se extendía de marzo a diciembre. Mientras que, en los meses más calurosos del verano, cambiaba las masas por los helados. En esos tiempos de masas gordas surgió su propia marca comercial con la que lo reconocen hoy en día: JM, una sigla que no se identifica con su nombre, sino con un fallido amoroso: “Yo tenía 18 años y me iba a trabajar a la feria de El Manantial que entonces no era como ahora, era bien chiquita. Y ahí, en uno de los puestos, había una chica que se llamaba María José y a mí me gustaba. Entonces, un día nos cruzamos y le digo ‘Hola, buen día ¿cómo te llamás?’ y ella me contesta: ‘María José’… Yo le digo ‘Mirá vos, yo me llamo José María’, pero en broma. Entonces voy y con un felpón escribo en mi carrito ‘Súper Helados JM’, pero sin darme cuenta de que era de esos felpones permanentes. Yo le puse JM como para hacerme el galán con la chica nomás, y después lo quise borrar y no se borraba. Entonces ya quedó JM y me han empezado a decir todos JM”. Como Dios y el destino obran de maneras misteriosas, la M se ha convertido en una letra muy especial en su vida: su esposa se llama Margarita y los tres hijos del matrimonio son Mauro José, Marco Leonel y Malena Rocío. 

Pero aquella prosperidad venturosa de la que gozaba el negocio de las masas hoy parece desmoronarse como un hojaldre reseco: “Hasta el año pasado he vendido masas, pero ahora ya no dan los números. La masa está hoy en día a 500 pesos de costo y tenés que venderla a 1000 pesos para decir que vas a ganar 500 pesos, pero, dentro de esos 500 pesos, tenés que comprar las bolsitas, tenés el viaje para ir a buscarlas y para cargarlas en el auto o en el motocarro necesitás al menos 10.000 pesos para hacer el recorrido, o sea que la ganancia es mucho menos… Y todo eso sin que te comas una masa o le regalés una masa a un amigo ni nada. Digamos que, si tenés mucha suerte y vendes 100 masas, vas a ganar 30.000 pesos… ¿Sabés cuántas masas vendió un amigo hace unos días atrás? quince masas…O sea que se ha venido abajo la venta”. 

“Hoy por hoy, como te digo, la masa está muy cara. Yo no entiendo por qué está tan cara, antes la gente te decía ‘dame ocho masas, dame diez, dame una docena…’ y hoy te pide una porque ya es un lujo”, reflexiona. Y si una de las razones del declive de esta industria la encuentra en los elevados precios y la baja de la demanda, la otra tiene que ver con un mercado laboral donde cada vez son más las personas que salen a las calles a rebuscárselas con lo que tienen a mano: “También hay mucha gente que se quedó sin trabajo. Te doy un ejemplo: la gente que laburaba en la fábrica de Alpargatas. Entonces, queda mucha gente sin trabajo y lo primero que encuentran para salir a hacer es vender masas, helados o ropa… Esas personas antes eran consumidores, eran clientes, y hoy son tu competencia, entonces, claro, bajó muchísimo la venta y cada vez hay más gente vendiendo”. 

Después de aquellos años dorados como vendedor de masas, Guillermo tuvo que vender su vehículo de trabajo para poder hacer refacciones en su casa; una casa que todavía sueña con poder terminar algún día. Hoy para la olla fabricando y vendiendo macetas de cemento y con algunos negocios que le salen al paso. Sus viejos anhelos de alcanzar cierta prosperidad económica para él y los suyos se diluyen, pero en esa parábola vital también supo ganar en otros aspectos: “No se ha dado lo que yo quería de tener mi casa terminada y que mi familia tenga cierto confort, pero a los 49 años he tenido la suerte de decidir bajar el ritmo de trabajo porque no se trata sólo de trabajar, también hay que vivir, compartir con la familia, salir… Claro que quiero ganar dinero y, si hay un negocio para hacer, lo hago, pero primero está mi familia. Hoy he dejado de trabajar para venir al cumpleaños de mi amigo y él no ha hecho nada, no ha hecho fiestita y nada de eso. Hemos compartido unas pizzas nomás. Hace un tiempo he podido darme cuenta que mis hijos a veces necesitaban de alguien que los abrace y que les de cariño y yo no estaba porque estaba trabajando… eso me ha hecho abrir los ojos. Yo por ahí le agradezco a Dios porque dicen que la plata cambia a las personas, pero yo prefiero seguir siendo así, humilde, y tener la excelente relación que tengo con mi esposa, con mis hijos y con mis vecinos”. 

 

***

“¡Atención, chicos! Ya está llegando el masitero que hoy le está entregando masa rica, masa fresca, para el té, para el mate… Salga y vea qué rica masa…”, la voz metálica irrumpe en la siesta de Yerba Buena desde el altoparlante algo disfónico que carga en el techo un Renault 12 emparchado de antioxido. Minutos más tarde, alguien la escucha en el barrio Rincón del Este, en Alderetes, desde un modesto parlante montado en una moto. En ese preciso momento, una bicicleta de andar paquidérmico causa alboroto entre los vecinos de Famaillá al anunciar el arribo de la famosa lengua de suegra. Nadie sabe bien cómo lo hace, pero la voz logra propagarse como una mancha de petróleo en altamar. Es un rezo ubicuo que altera sobremesas, que interrumpe discusiones, que rompe con el letargo digestivo para tentar paladares aquí y allá, en el asfalto y en el ripio, en pueblos y en ciudades, en barrios de alcurnia y en asentamientos carentes de cloacas. Omnipresente, omnipotente y anónima como la voz de una consciencia colectiva que es un poco de todos y, a la vez, de ninguno. Ahí está y pareciera que siempre estuvo. Si usted presta atención y para bien las orejas puede que la escuche ahora mismo. 

¿Cómo fue que la voz de Guillermo José Navarro llegó a nuestras vidas para quedarse? ¿Cómo se incorporó a la banda sonora de esta bulliciosa provincia? ¿Cuál es el secreto de esa voz que fue viral antes de que existiera la viralidad? Para explicar la canonización popular de su locución, El Sordo apela a la vertiginosa evolución tecnológica de las últimas décadas que llevó a los vendedores de masas del uso del micrófono en vivo y en directo a la utilización de grabaciones, primero en cassettes, después en CDs y, finalmente, en el formato digital MP3. “Un día se me rompe el equipito de música y se lo llevo para que me lo arregle a Miguel Beltrán, un señor que vive en la zona del Mercofrut y que nos cobra barato, por eso todos los vendedores vamos para ahí. Y yo, cuando le llevo el equipo, va con la grabación de la oferta de las masas y se ve que él lo bajó a la computadora. Y bueno, resulta que andaba vendiendo y escucho que otro vendía con mi oferta, la tenía otro, entonces le digo de dónde la había sacado y ahí me contesta que se la había comprado a Beltrán”, revela el vendedor. 

“Me voy entonces a reclamarle al gordo y le pregunto por qué me había sacado la grabación y se la había vendido a los otros porque yo necesitaba vender y ahora solo me estaba haciendo la competencia, con mi propia voz. Ahí él me dice ‘Mirá… ¿sabés qué pasa? ellos quieren laburar también y vienen a que yo les haga el aparatito, porque yo les doy a pagar en cuotas, y me dicen si les podía pasar la oferta… Y justo me acuerdo que la había cargado a la tuya en la computadora…’ Y ahí me dice que se las había vendido por unas monedas, no es que les pedía una fortuna por la grabación… Y me dice también que, si yo quería, no se la pasaba a nadie más”, continúa relatando cuál era el dilema al que se enfrentaba y cuál fue su resolución al respecto: “Ahí me di cuenta de que no todos tenemos la chispa esa, hay gente que ni siquiera quiere hablar porque por ahí no se anima. Entonces yo le digo que la deje nomás, que no había ningún problema, que es como una ayuda para todos lo que quieran salir a vender masas”. 

Para El Sordo fue un gesto con sus colegas que, al igual que él, salían todos los días a patear las calles para llevar el mango a la casa; un acto de solidaridad de clase entre laburantes. Lo que nunca dimensionó fue el alcance de aquel gesto: “La verdad que jamás he pensado que se haga tan famosa, tan popular… Incluso ha empezado a aparecer en los bailes, me ha llamado una vuelta un amigo mío de Jujuy para contarme de que estaba en un baile y ha empezado a sonar la oferta… Me han mandado imágenes de Bart Simpson con la grabación… Ha empezado a sonar por todas partes el tema este de la lengua de suegra”. 

“Muchos me dicen por qué no la registrás para que cobrés… Y qué la voy a registrar, les digo, ya con que la gente la use, yo sé que de alguna forma les ayuda a vender algo, no es una cosa que vos digas que vas a ganar plata con esto. Lo que sí he vendido hace un tiempo es una oferta de helado que me pidieron si les podía grabar… ponele que la haya cobrado unos 5000 pesos de ahora. Pero eso vos lo vendés una vez y ya está porque después se la empiezan a pasar y ya usan esa nomás”, reflexiona. 

¿Cuál es el secreto para que su voz se haya vuelto imperecedera y nos siga fascinando desde hace dos décadas? Esta es la respuesta que encuentra a esa vigencia que la ha vuelto tan popular como inmune al paso del tiempo en una era donde todo parece tan efímero y fugaz: “Me parece que es una de las ofertas más vendedoras que hay. Por eso es que la utilizan todavía, si no fuera que te hace vender, entonces quizás te buscás alguna otra, porque hay otras más que han hecho, pero que no suenan tanto. El secreto es ese, que te hace vender, para mí eso pasa porque, cuando yo la hice a la grabación, me imaginaba que estaba vendiendo y entregando las masas. La venta es cuestión del carisma que vos tenés cuando la ves a la persona…tenés que hacer que te compren, les decís: ‘señora venga, venga, aquí tenemos las riquísimas masas, venga, acérquese, mire, esta es la famosa lengua de suegra. Venga, acérquese, mire, pruébela’ y ahí ya le llamaste la atención. Vos le decís, le repetís y le volvés a repetir y lo vas haciendo engranar al cliente o el changuito ya les rompe las bolas que quiere masas”. 

Aunque sólo un puñado de personas lo reconocen en la calle como el autor de esa azucarada oda popular, cada vez que Guillermo José se cruza con su propia voz en algún rincón de Tucumán, lo asalta un estremecimiento particular: “Es algo que me emociona y me hace sentir bien porque digo ‘ahí estoy ayudándole a trabajar a alguien’ porque, de alguna forma, vos le estás ofertando, le estás trabajando para alguien también”. 

Sentado en la vereda, viendo a la gente pasar en su ajetreo cotidiano, Guillermo José Navarro acaso sea ahora una enigmática esfinge; una especie de Dios mundano con la virtud de estar en todas partes y a la vez en ninguna. O tal vez un simple mortal que, sin proponérselo, alcanzó la perpetuidad de su obra: “Uno siempre tiene el sueño de decir que le gustaría hacer algo para que quede, vos decís: ‘voy a hacer una casa con una forma específica y eso va a quedar ahí para los que vengan despuès’ Y bueno, ahora con mis hijos durante las últimas conversadas que tenemos, ellos me dicen: ‘papá, ¿sabés cómo vamos a sufrir cuando vos no estés y pase el masitero vendiendo con la voz tuya?’ Yo creo que es algo que ya va a quedar para siempre”.