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"Más cerca de lo que imaginas": Villa Padre Monti, una escapada entre sierras, templos y cascadas

Rincones de Tucumán

Tucumán es infinita. Querer conocerla en su totalidad es descubrir que siempre hay un rincón nuevo por visitar a pocos kilómetros de la capital. Crónica de viaje tucumana por Aldana Mayantz.

Foto: Daniel Díaz Col





Tucumán es infinita. Querer conocerla en su totalidad es descubrir que siempre hay un rincón nuevo por visitar. Inagotable y diversa, así es la provincia que habitamos.

El nombre de Villa Padre Monti resuena hace varios años en mi cabeza, pero por alguna extraña razón siempre me había parecido lejano, como un lugar al que hay que levantarse muy temprano si querés conocer. Nada más alejado de la realidad.

Desde Lules, el lugar donde vivo, hay apenas 71 kilómetros de distancia: una hora y once minutos en auto. Desde la capital tucumana, los kilómetros se reducen a 47, yendo por la Ruta Provincial 305. Un domingo cualquiera puede volverse diferente en la localidad de Burruyacú.

El camino está en buen estado, aunque antes de llegar hay varios kilómetros de ripio. El pueblo está enclavado en una angosta quebrada de las Sierras de Medina; las yungas y el monte chaqueño son parte del paisaje de esta localidad. La especialista en patrimonio, arquitecta Gabriela Neme, contó en FM La Tucumana que, antiguamente, el lugar fue conocido como Puerta de Palavecino, por hallarse allí la estancia de la familia Palavecino. Sin embargo, cambió su nombre a “Villa Padre Monti” (por una resolución del año 1948), tras ser descubierto en los años ‘30 por los “curas azules” de la Congregación Hijos de la Inmaculada Concepción, fundada por el sacerdote italiano Luis Monti.

(Foto: Daniel Díaz Col)

En esos años, la población de la zona era escasa y dispersa. Los hombres que formaban parte de la congregación decidieron construir una iglesia junto con una casa de retiro, impulsados por su misión de asistir a los niños sin hogar.

Hoy, el templo forma parte de la identidad del lugar, y la casa de retiro es utilizada por diversos grupos de tucumanos. Además, es el punto de referencia para iniciar la caminata al principal atractivo natural del lugar: las cascadas.(Foto: Daniel Díaz Col)

Llegamos un domingo al mediodía. El silencio del lugar indicaba que pocas personas se encontraban en el pueblo. La visita a Villa Padre Monti tenía algo especial para mí: era la primera vez que salía de caminata con mis padres.

Mi papá, un hombre de 60 años, empezó a recorrer el lugar con nostalgia. Había visitado el pueblo en dos ocasiones: en una colonia de vacaciones cuando era niño y para una carrera de 100 metros cuando era joven. Ambos recuerdos lo emocionaron.

Me resultaron extrañas sus vivencias. Hasta entonces, Villa Padre Monti era, para mí, solo un lejano lugar en Tucumán con cascadas bonitas por conocer. No sabía que niños y jóvenes pasaban allí sus días de vacaciones y creaban recuerdos. Tampoco sabía lo que significaba el lugar para mi padre. De repente, el pueblo ya no era solo un lugar recóndito para conocer porque sí.

El recorrido por la senda es fácil. Al costado del templo se encuentra el camino marcado y, si bien hay un alambrado que parece indicar que no se puede avanzar hacia las cascadas, solo hay que cruzarlo y continuar. Así lo hacen todas las personas que visitan los saltos de agua.

La caminata para llegar a la cuarta cascada dura, aproximadamente, una hora. Los primeros dos saltos de agua están muy próximos y casi ocultos por las yungas. El verde del musgo y los helechos hacen que el deseo de quedarse a contemplar aflore.

La senda continúa y nos lleva a la tercera cascada: un salto de agua de unos 10 metros que cae entre las piedras. Allí parece terminar el recorrido. El lugar es ameno y hay unos cuantos merenderos que ofician de punto de encuentro para familias y amigos. El asado, los sanguchitos y la música se hacen presentes por la tarde.

Quienes deseen tranquilidad, soledad y un poco de aventura, pueden seguir la senda ubicada al costado de la cascada. Allí el camino se pierde un poco y las dificultades aparecen, pero con un poco de instinto (y preguntando a quienes transitan por el lugar) se llega al más imponente de los saltos: la cuarta cascada. Refrescarse, compartir y contemplar parecen ser los mejores planes para esta joya escondida.

Al atardecer, la vuelta. Para alargar el día, se puede visitar El Cadillal volviendo por la ruta 305, y luego tomando la ruta 312, que conecta ambos lugares. Despedir el día mirando el dique La Angostura es siempre un buen plan para tucumanos y tucumanas.

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