"Manos obreras, artistas, educadoras y aprendices": Casa Barro, el maravilloso taller de cerámica de Verónica Grandolio en Verano en la Ciudad
Participantes de distintos barrios tucumanos crean ¡en una sola jornada! desde el horno a leña hasta las hermosas piezas cocidas a 1000°. Mirá todo el proceso de un proyecto colectivo sostenido por primera vez desde el Estado a través de la Gestión Cultural de San Miguel de Tucumán. Fotos: Dalila Gutiérrez.

"Manos obreras, artistasde barro". Así empieza todo. Fotos: Dalila Gutiérrez.
Verónica Grandolio habla de Casa Barro, el taller de cerámica que dirige, y las palabras se le amontonan en cada audio por WhatAapp que envía. A Verónica le apasiona tanto lo que hace que las frases que dice le salen de la boca cargada de texturas, de color, de ruido y de fuego. Son sensaciones, pareceres, procesos y emociones con las que convive la artista mientras le cuenta a eltucumano de qué se trata Casa Barro, el taller de cerámica aclamado, desbordado y celebrado desde la dirección de Gestión Cultural a cargo de Emiliano Alonso dependiente de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán que dirige Soledad Valenzuela.
Si a Verónica no le alcanzan las palabras dichas, nos regalará un puñado de sus palabras escritas que dicen así: “Manos obreras, artistas, educadoras y aprendices; manos de barro, deseosas de encontrarse unas con las otras. Manos que cooperan, que se buscan y encuentran en la construcción conjunta de un hacer transformador. Creando paso a paso, una coreografía de posibilidades, donde el encuentro transforma y los saberes emergen en un hacer compartido. Este registro, relato fotográfico centrado en nuestras manos, nace de la mirada de Dalila Gutiérrez, participante de este maravilloso proyecto Casa Barro”.
¿Qué es Casa Barro? “Un espacio de laboratorio que promueve el hacer con otr@s gestando construcciones colectivas del saber”, define Verónica de entrada. Y agrega: “Esta idea surge como propuesta y la toma Emiliano (Alonso) como director de Gestión Cultural. En este taller confluyeron la propuesta con formas de abordaje en una idea de un espacio de laboratorio creativo, un espacio donde se transfieren técnicas y saberes de un oficio ancestral como la cerámica y donde vamos trabajando en la construcción de saberes colectivos de laboratorio, juego y exploración”.
Los talleres de cerámica en sí se han convertido en un boom en Tucumán durante los últimos años. Una ola a la que todas y todos no se han podido subir por el precio de los talleres. Aquí, entonces, radica una de las virtudes de Casa Barro: la accesibilidad. “Sí, al taller lo pensamos desde el acceso a este oficio. Hoy los hornos eléctricos salen millones de pesos”, define Verónica, quien encontró por primera vez un bastión cultural-estatal que bancara este proyecto articulado hasta el año pasado en soledad por ella sola. “Sí, yo venía articulando con las docentes de escuelas y siempre de manera independiente, pero nunca había articulado como política de Estado. Esta es la primera vez que desde la Gestión Cultural se habilita en un espacio público como la Casa del Bicentenario una herramienta fundamental como un horno porque la cerámica es en tanto se cocina”, celebra Grandolio, quien vuelve a hablar con la boca llena de saberes cuando cuenta el primer paso del taller Casa Barro: construir entre todas y todos los hornos donde se cocerán las más bellas piezas creadas por las mismas manos de las participantes.
“Entre todos hacemos un horno que llega a 1000°. Son hornos que hicimos en una construcción conjunta. Por supuesto que lo que hay que aprender es aprender este oficio para hacer un uso más continuo de este horno que en tres horas llega a 1000° con 150 ladrillos rojos”, detalla Verónica y aquí transitará por un pasaje fuertemente arraigado a lo colectivo, a todas las manos, la mano, al sentido más puro y absoluto que representa una comunidad y el proceso mancomunado en la creación del horno.
“En cuanto al proceso de construcción de horno es una de las líneas principales porque la cerámica es en tanto se puede cocinar. Necesitamos tener ese instrumento, esa herramienta que es el horno. En nuestro taller nos especializamos en un horno de tiro directo que emula a los hornos de barranco, una forma de replicar hornos que aprendí de la mano de una ceramista que creó dicho material para difundir de manera gratuita la construcción de estos hornos”, pondera Verónica y enciende el fuego.
“Es un tipo de horno muy fácil de alimentar: maderas blandas, pinos, cajones de verduras. Es aquí donde empieza lo colectivo y lo colaborativo: necesitamos cinco palets o 30 cajones de verduras que van a ser más eficientes a medida que el hornero aprenda a hornear. Cada horneada se va a ir rotando de a duplas y se van haciendo cargo del fuego cada vez que se hace una horneada. Y en todo esto se genera lo que pasa alrededor del taller: conseguir el aserrín que necesitamos, la madera, una tallerista que sale a comprar una cerveza y encuentra unos cajones en el camino y vuelve sin la cerveza, pero con los cajones; o la tallerista que trabaja en obras y construcciones y consigue los permisos para tener los 150 ladrillos rojos que necesita el horno; o la tallerista que trae el tacho y negocia que le corten el tacho por un bizcochuelo. ¡Es increíble! Al tacho donde le vamos a poner el aserrín para hacer reducciones lo consigue a través de un plato de comida”, explica Verónica e insiste con la importancia de la accesibilidad que genera este taller en particular y todos los talleres que forman parte de Verano en la Ciudad, la vasta gama de opciones culturales que ofrece desde enero la Secretaría de Cultura.
“Una de las cosas primeras de la importancia de un taller tiene que ver con el acceso a un oficio. Un taller privado, una vez a la semana, sale más de 60 mil pesos. Son talleres recreativos donde no se aprende de la materialidad, del proceso, donde no se llega a una autonomía, no se sabe de construcción de hornos. Entonces nos preguntamos para quiénes están pensados. Este espacio viene a brindar en primera instancia una posibilidad de acceder a un espacio recreativo, laboratorio, que dialoga, y que está situado en un espacio de la comunidad como un taller cultural”, puntualiza Verónica, quien dicta el taller en la Casa del Bicentenario, en avenida Adolfo de la Vega 505.
“En verano la convocatoria se abrió para personas que nunca tocaron la arcilla, que no tienen conocimientos. En este ciclo se abrió a lo general. Es un espacio de laboratorio. Todos están creando la propia arcilla con la que trabajan, creando los engobes, que es la materia que colorea, construyendo las piezas, modelando y, como finalidad de este ciclo, es que el grupo hornee sus piezas y se lleven sus piezas. Todo este proceso de laboratorio es experimental: se puede probar, rompemos con la estructura de lo que debe ser, salimos de la mirada Pinterest. Cuando nos preguntamos qué podemos hacer, la respuesta es: todo. Entonces también nos permitimos probar. El horno a leña también te permite eso: jugar con vidrio, con metales, aplicar distintas técnicas de cocción, de reducción”.
Y vuelve a la importancia del horno y a todo lo que sucede en una jornada: “En cuanto a la construcción de horno se coordina para hacerlo en una jornada: se hace el horno y la horneada en una jornada. Empezamos a construir, a hacer la base, la mezcla y el preparado con lo que se va a unir y revocar el horno, después el combustible, alimentar el fuego, cargar el horno como un Tetris muy divertido, y usamos técnicas de cocción para que a las piezas las podamos sacar esa misma jornada. Al nosotras preparar las pastas con las que creamos las obras, las obras resisten ese shock térmico y las sacamos en la misma jornada. Hicimos hasta dos veces horneadas en una misma jornada de diciembre: empezamos a la tarde y terminamos a las once de la noche. Y reitero: en un centro cultural que es fabuloso, un sueño que yo llevo años gestionando y trabajando independiente y que ahora es la primera vez que esto está pudiendo estar y ser proceso”.
Entre las participantes que forman parte de la familia Casa Barro, Dalila Gutiérrez es muy especial: “Dalila es quien nos presta su mirada, quien nos regala su mirada y registra el proceso con sus fotografías. Dalila es una de las actoras fundamentales y una de las participantes que hace el registro con total entrega, con total amor. Ojo, como a Dalila, tenemos a otras que chicas que se vienen desde Simoca o desde San Andrés a hacer esta experiencia”.
Mientras que en enero y febrero el taller se ha abierto a una comunidad más genérica capaz de vivenciar el proceso completo, Verónica Granolio cuenta lo que viene: “El perfil a partir de marzo es que los participantes tengan una base de este saber hacer para que pasemos a la profesionalización, a replicarnos, a trabajar más en un perfil docente. Hay dos hornos más en marcha que se van a construir en dos escuelas más con estos mismos grupos de trabajo. Y ahora vamos por una idea más profesional que no existe en Tucumán, que es pública y gratuita, y que empieza a replicarse como acceso y un nuevo diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo. La aceptación de este taller está siendo una maravilla y esperamos que siga así”.
Verónica y las talleristas de Casa Barro. Fotos de todo el proceso: Dalila Gutiérrez.