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La era de la timba en Tucumán: un peligroso y seductor juego de niños

Ludopatía

Cada vez son más y desde más chicos los niños y adolescentes afectados por la ludopatía en la provincia. De los videopoker al juego online, la evolución y el flagelo de la timba relatados en primera persona: “Creo que voy a timbear hasta la muerte”. Por Exequiel Svetliza.

Foto ilustrativa de https://www.elterritorio.com.ar/





Todo empezó como un juego de niños. Eran los tempranos noventa y la edad dorada de los arcades, que acá en Tucumán nunca se conocieron popularmente como videogames o fichines, sino que adoptaron un nombre tan transparente como significativo: los vicios. Cuando tenía once años, cada sábado, a Ezequiel su papá le daba cinco pesos para que vaya a Carrusel, la sala de videojuegos de la 25 de Mayo al 100. Las luces de neón con su incandescencia seductora, la confusión de sonidos electrónicos y mecánicos, la posibilidad de experimentar las más diversas aventuras en escenarios prehistóricos, bélicos, deportivos o intergalácticos: todo hacía de ese lugar una bacanal sensorial; un auténtico templo lúdico para infantes y adolescentes. Pero a Ezequiel no lo cautivaban los combates del Street Fighter II o la hazaña de andar a los cuetazos en el lejano oeste que ofrecía el Sunset Riders, sino un juego mucho más elemental y sin otro relato que la posibilidad de multiplicar las fichas por obra y gracia del azar: la cascadita. Tiempo después llegarían el videopoker, la ruleta, los caballos en el hipódromo y las apuestas deportivas. Pero fue ahí que comenzó a volverse timbero. Hoy podría incursionar en el tentador y peligroso mundo de la ludopatía sin moverse de su casa o desde el pupitre de la escuela, le alcanzaría apenas con un teléfono celular con acceso a internet.

Como atracción mecánica, la cascada es acaso el único lugar donde puede verificarse la teoría económica del derrame: uno introduce fichas desde la parte superior de la maquina en una especie de lluvia de inversiones y, una vez rebalsado, el sistema premia al apostador con las fichas que le sobran. A Ezequiel le llevó bastante tiempo entender que ese fue el punto de partida de su alocada pasión por lo fortuito. Tenía su método y su estrategia: esperaba hasta el mediodía para agarrar a la máquina ya empachada de fichas. Y su trampa: había descubierto que, pasando una regla por debajo del artefacto, se podía hacer con una buena cantidad de fichas sobrantes (Hasta que un día lo descubrieron y sellaron la base de la cascada). Sus días de gloria: llegó a acumular frascos repletos de fichas; un tesoro que a cualquier niño le auguraba muchas horas de diversión frente a las pantallas de los arcades, pero que a él sólo le prometía más posibilidades de encuentro con el azar. Y sus días de pena: jornadas en las que sólo alimentaba la voracidad del artefacto y, a los pocos minutos, se quedaba sin fichas; ocasiones en las que debía pasar largas horas en la Plaza Independencia haciendo tiempo para no levantar la sospecha de sus padres. 

“Me atraía el tema de ganar, de acumular… esa adrenalina de jugar y de ganar. Se siente muy bien cuando ganás y te sentís mal cuando perdés. Y también hay un hambre de revancha que te lleva a seguir intentándolo siempre”, comenta el hombre de 43 años las sensaciones que le generaban esas primeras incursiones en el universo de lo azaroso; ese mundo que hoy siente como parte indisoluble de su vida: “Creo que voy a timbear hasta la muerte porque he intentado muchas veces en mi vida dejarla, pero muchas veces. Por ahí te rescatás uno, dos o tres meses y decís ‘¡qué lindo! ¡cómo tengo plata ahora que no timbeo!’ Y después terminás volviendo… es increíble. Si vos querés cortar este tipo de vicio, tenés que cortar del todo. Es como decir ‘dejo de fumar’ y empezás a fumar un cigarrito a la semana. No sirve porque después volvés. O sea, para cortar con la timba tendría que cortar con el hipódromo, con el palpito deportivo, con el casino, no juntarme más a jugar al póker con mis amigos... Y siempre hay algo”. 

La cascada, la primera tentación de Ezequiel

La década del noventa fue la era de auge de los videogames y también el momento en que comenzaron a proliferan por toda la provincia las salas de videopoker. Ezequiel cursaba el segundo o tercer año del secundario cuando escuchó a un par de compañeros imitar los sonidos de las máquinas de póker en el aula. Fue un canto de sirena para su curiosidad adolescente que lo llevó a descubrir la timba del mundo adulto: salas a oscuras, alfombras gruesas en el piso, bebidas gratis, la atmosfera viciada por el humo de los cigarrillos y mujeres bonitas de faldas cortas y camisas casi transparentes siempre dispuestas a transformar su dinero en una nueva ilusión. Tentaciones de los más grandes al alcance de las más entusiastas apetencias juveniles. Así lo recuerda: “Había varios pokers que eran medio clandestinos y que dejaban pasar chicos, no te pedían documentos ni nada. Pasabas hasta con el uniforme de la escuela porque había compañeros que por ahí tenían una hora libre y se iban a timbear. Esa era la época en que te daban Fernet gratis y muchos lo veían como un negoción. Yo, por ejemplo, que no tomo alcohol, iba con cinco pesos y me tomaba tres cocas, una leche cortada, comía masitas, sanguchitos… hasta jugo exprimido te traían. Era una belleza, vos ibas a timbear y te atendían como un rey”. 

El combo de placeres que ofrecían los videopoker se volvió una oferta irresistible para los jóvenes que en aquellos años no tardaron demasiado en incorporar las visitas a las salas de juego a sus hábitos y rutinas ¿Qué era lo más atractivo que encontraban en esos lugares? ¿Qué los convirtió en escenarios casi ineludibles para los adolescentes tucumanos que crecieron durante el menemato?: “Creo que era la emoción de estar haciendo algo clandestino. Saber que estabas haciendo algo prohibido; algo que en la casa no te lo inculcan de ninguna manera. Los padres siempre te dicen alejáte de esas cosas, es un vicio, te hace mal... Y bueno, ir a plaguiar a esos lugares era ir a hacerles la contra a ellos. Además, siempre conseguías yunta para ir a esos lugares, ibas en grupo y se sentaban dos en cada máquina, conversabas y te cagabas de risa. Para los vagos que tomaban Fernet era una buena previa antes de salir a bailar porque vos ibas a ese lugar y había dos opciones: te fundías y no te iba a bailar o ganabas y te ibas de joda como el mejor, como Ricardo Fort”. 

Junto con los tragos gratis, el vértigo de doblar un pozo y el amplio espectro de estímulos que ofrece el azar electrónico, con el tiempo, también llegan los problemas: “Los golpes empiezan a aparecer porque, obviamente, hay veces que ganás y otras que perdés. Y ahí es donde empieza el círculo ese donde vos querés recuperar. Vos vas, jugás y perdés diez, entonces decís ‘voy con diez más y recupero’ y ahí te embarrás con diez más. Y pasa que llegás a hacer cosas controversiales. Podés llegar a meterle la mano en la billetera a tu vieja a la siesta sin que se dé cuenta y robarle guita. Podés llegar a andar lleno de deudas y tapando pozos todo el tiempo. Pedís prestado y te empiezan a apurar para que devuelvás, entonces vas y le pedís a otro y ahí decís ‘voy con esto a la timba y gano y le pago a estos dos que les debo’ y te fundís peor… se hace toda una bola de nieve. Es una cosa que te envuelve y es muy difícil de dejar… Yo diría casi imposible”. De ese nunca mejor llamado círculo vicioso se desprende una máxima que los timberos de ley repiten como una especie de mantra: el que juega por necesidad, pierde por obligación. 

Cuando la timba se vuelve un hábito no hay forma de que el saldo sea positivo para el jugador. Las derrotas llaman a las deudas y con las deudas surge la necesidad de salir a vender lo que se tenga a mano para responder a la demanda de los usureros: “Cuando era chico me regalaron un televisor de 14 pulgadas, un Philips que era hermoso. Lo tenía en mi pieza y lo tuve que empeñar tras una endeudada que tuve en la que me bardee un sueldo. Me acuerdo que ese día me buscó un amigo del laburo y me bardee el sueldo entero de un mes de trabajo. Me lo reventé en una noche y ahí quedé muy para atrás. Entonces tuve que vender esa tele y la verdad que no la recuperé nunca”. 

“Volvés a tu casa y estás pegándote cabezazos contra la pared diciendo ‘no puedo ser tan pelotudo, no tengo que timbear más’… Siempre decís ‘no vuelvo más, no vuelvo más, no vuelvo más…’ Y pasan dos o tres días y volvés, es algo increíble. Es inexplicable, es algo psicológico que te agarra y volvés a timbear; siempre volvés. Como con cualquier otro vicio, como con la droga… es durísimo. Te agarra y yo creo que es para toda la vida la ludopatía. Para mí, de todos los vicios que hay, es el más poderoso porque además es algo a lo que tenés acceso todo el tiempo, podés timbear cuando quieras porque prolifera por todas partes. Tenés casinos online las 24 horas, te cargan apuestas deportivas por WhatsApp y podés usar la cuenta bancaria… Hay un acceso total las 24 horas a la timba”, reflexiona Ezequiel. 

 

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Los tiempos cambian y también las formas de timbear. El juego ya no se reduce a los que esperan a tener un sueño para ponerle unos mangos al número en la quiniela ni a los tahúres de fuste que solían participaban en mesas de póker clandestinas donde se jugaban acoplados de camiones. Tampoco a los videopoker de alfombras percudidas que, lejos de sus años dorados, persisten en evidente decadencia. Gran parte de la timba se ha trasladado a las plataformas online y sus principales consumidores son jóvenes que se inician a edades cada vez más tempranas. Un informe reciente del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos de la Defensoría del Pueblo bonaerense, revela que el 8,29% de los argentinos apostó online en algún momento de su vida. Estas cifras se elevan al 12,5% en jóvenes de entre 15 y 24 años, y alcanza el 15,5% en el grupo de 25 a 34 años. Además, se estima que el 80% de los sitios de juego que funcionan en el país son ilegales (las páginas reguladas son las que terminan en .bet.ar).  

“Lo lúdico ha existido siempre y es parte de la condición humana, la diferencia de ésta época es el vínculo que la persona establece con el juego. La inmediatez y el hecho de poder tener en el teléfono un casino en tiempo real es hasta químicamente muy tentador, es un bombardeo de estímulos. La accesibilidad al juego se ha modificado mucho. Las casas de apuestas te tiran promociones todo el tiempo y en los casinos online te regalan dinero para que apuestes; el espacio virtual todo el tiempo busca a potenciales jugadores. Estamos en un contexto de crecimiento de las conductas adictivas en general: los consumos compulsivos, el uso de redes, los vínculos… es un momento donde es común que se construyan relaciones adictivas con los objetos”, comenta Martín Landers, psicólogo especialista en piscología jurídica y drogadependencia. 

Según explica, en los últimos tiempos se ha incrementado la preocupación social por la ludopatía, sobre todo, en los más jóvenes, pero esto no necesariamente se traduce en un mayor número de consultas: “A veces llegan padres preocupados, pero no están llegando consultas de jóvenes y adolescentes, quizás porque no hay un reconocimiento de la problemática. Los que más suelen consultar son los viejos y tradicionales ludópatas de las salas de juegos. En la ludopatía, al estar en juego la variable económica y monetaria, mientras al jugador le va a bien o recupera lo que pierde no lo percibe como problemático, sino recién cuando llega a un límite. Cuando lo aprieta un prestamista, cuando está tapado de deudas y no percibe una salida, recién ahí va a la consulta. O para decirlo en criollo: cuando toca fondo”. 

Como sucede con toda adicción, los jugadores sufren de una serie de secuelas psíquicas y físicas generadas por ese hábito compulsivo: “La salud en su totalidad se ve afectada. Hay todo un deterioro de la calidad de vida de la persona, de los vínculos, del descanso, de su alimentación… La persona empieza a percibir a sus pares como potenciales prestamistas, se empieza a alejar de su grupo de pares, genera complicaciones en el trabajo porque, muchas veces, la totalidad del sueldo va dirigido al juego y a pagar deudas. Es algo visible hasta en la apariencia y en el rostro de la persona afectada, hay muchos síntomas de ansiedad, preocupación permanente por el futuro; la atención suele estar puesta siempre en el futuro a un ritmo y una velocidad que es muy perjudicial para la salud”.  

Para Martín, los jóvenes y adolescentes son una población particularmente vulnerable a las distintas estrategias que despliegan los sitios de juegos online; un método de seducción que se vale de rostros famosos y promesas de grandes ganancias. Los brazos tentaculares del azar parecen estar en todas partes: “La máxima es: la casa siempre gana. Lo que antes eran los casinos y las salas de póker, hoy es una corporación multinacional que tiene su nombre en las camisetas de los clubes de futbol, que auspicia grandes peleas de boxeo en Las Vegas, que tiene a un montón de personajes famosos e influencers promocionando el juego. Hoy el algoritmo conoce todo de nosotros. Como consumidores, entregamos información todo el tiempo: horarios, consumos, hábitos… les estamos entregando información valiosa sobre nosotros como potenciales consumidores. Esa información vuelve a modo de anzuelo con estímulos muy atractivos como regalos y ofertas que tenés que aprovechar en el instante y esa sensación de apuro y urgencia es sumamente atractiva”. 

“Estamos en una época donde el éxito se mide en términos económicos. La única variable para medir lo que hacemos parece ser el capital, lo material en términos de bienes materiales y no en calidad de vida. El gran objetivo de esta trama es hacer de cada ser humano un potencial consumidor. Para consumir se necesita capital y el juego ofrece eso. Hay algo que creo está haciendo mucho daño que es la exigencia de productividad, no sentirse lo suficientemente productivos. Hay gente que no soporta el tiempo libre porque no puede pensar en materia de disfrute”, reflexiona el especialista. 

En este punto coincidió Emilio Mustafá, a cargo de la Dirección de la Asistencia de Adicciones de la provincia: “El de la ludopatía es un fenómeno social que tiene que ver con un síntoma de la época; una época donde se legitimó un discurso neoliberal que está instalando el relato del consumismo en una generación de chicos que nacieron con los dispositivos electrónicos. Lo que genera este sistema de capitalismo cruel del neoliberalismo es un relato en el que sos de acuerdo a lo que tenés. Eso genera un sentimiento de vacío, de no ser significado por otro y por la estructura social si no podés acceder a determinados bienes. Eso va afectando la subjetividad y hoy lo vemos más en los chicos”. 

“Hay un tipo de propaganda que está pensada por las casas de apuestas online y que genera una sobreestimulación constante. Querés ver un partido de tu equipo y antes está la publicidad de las apuestas deportivas. Te enganchan desde un partido de fútbol y hoy la principal casa de apuestas promociona a la selección argentina. Lo que generan estos juegos es una sensación de placer a nivel cerebral y esa adrenalina de que no sabés lo que va a pasar. Está todo muy pensado fomentando un pensamiento mágico propio del sistema y de estas aplicaciones de juegos que te dicen ‘me salvo solo’. Ludopatía hubo siempre, no es algo nuevo, pero creo que actualmente ganó un nivel de exacerbación del consumo que resulta muy peligroso”, explica el psicólogo social. 

En un contexto donde la ludopatía crece a niveles alarmantes entre los más jóvenes en todo el país, en Tucumán se creó un Centro de Referencia en Adicciones sin Sustancia que funciona en el CEPLA de Villa Luján desde agosto: “Las llamadas adicciones sin sustancias generan una conducta muy parecida al resto de las adicciones en cuanto al nivel de ansiedad que provocan que pueden llegar a palpitaciones y, en los casos más extremos, requiere hasta medicación psiquiátrica. En los adolescentes empieza como un juego, pero se vuelve un problema cuando les cambia la dinámica escolar y de la vida cotidiana. El centro no deja de ser una experiencia piloto, pero es muy importante que se haya tomado esa decisión política y que el Estado ponga sobre la mesa este problema. Estamos trabajando con la orientación y la escucha como estrategia primera. También vamos a empezar a trabajar con estrategias preventivas en las escuelas, sobretodo, con jóvenes de sectores de clase media”. 

 

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El instante de incerteza de una moneda girando en el aire. La errática carrera de una bola que puede dirimir el destino de una noche. La misteriosa pulsión aleatoria de lo que puede ser o no ser. Roja o negra. Plata o caca. La bolsa o la vida. A la hora de describir qué le genera la timba, Ezequiel dirá que es placer; un placer agónico que puede volverse una tortura: “Es una adrenalina ver la bola girando y no saber dónde va a caer, si vas a ganar o a perder. Tratar de vencer al videopoker doblando y decir ‘va a ser roja’ y vos le pegás a la roja… es un placer como sexual, te diría yo; como un orgasmo timbero.  Yo descubrí a los 30 años que al videopoker no tenía que jugar más. Me hacía muy mal mentalmente, me destruía cuando la máquina no pagaba, le pegaba a la roja y salía negra y tenía ganas de pegarle una piña. Entonces dejé de jugar porque me amargaba mucho”. 

Pero dejar de ir al videopoker no significó dejar de timbear, sino apenas cambiar de juego para volcar ese afán lúdico a la ruleta, al turf o a las apuestas. Y no sólo deportivas. El año pasado, durante el ballotage de la elección presidencial, consiguió a través de una plataforma extranjera apostar por uno de los candidatos. Jugó y perdió, aunque ganar o perder es un término bastante relativo cuando se habla de una adicción donde la derrota parece el último destino: “La verdad es que nunca nada de lo que vayas a ganar en la timba te va a salvar la vida. Nunca te vas a comprar, por ejemplo, un auto con lo que ganés en la timba. El saldo nunca es a favor porque por ahí vas perdiendo poquita plata, pero perdés un poquito todos los días y en un año has perdido el valor del auto ese que decís que en algún momento te podrías comprar con un solo bombazo en la timba. Pero la verdad es que no, eso no te pasa nunca”. 

Si a Ezequiel le concedieran hoy el don de volver el tiempo atrás para cambiar algo de su pasado, elegiría sin dudar tener de nuevo once años para regresar al primero de esos sábados en los que iba a Carrusel: “Nunca hubiera ido a la cascadita. Si pudiera, elegiría nunca haber conocido en mi puta vida la timba, así, posta. Hay gente que dice ‘yo ni en pedo pongo plata en eso’ y yo la verdad que los envidio. O sea, tiene atractivo, es divertida, es hermosa… me encanta la timba, pero si tuviera la oportunidad, poniendo en la balanza todo lo que gané y lo que perdí, hubiera preferido no conocerla nunca… Nunca”. 

Y aunque no es quién para andar dando consejos, sus palabras suenan como el mensaje de un timbero old school para los jóvenes timberos new age: “Es preocupante lo que pasa en la actualidad con todos estos changuitos que están metidos ahora en el juego porque no le veo muy buen futuro con todas las posibilidades que hay. Si son tan chicos y están tan enviciados…imagínate, nosotros en la época de la secundaria esperábamos el recreo para ir a jugar al truco en el patio por un sánguche; el que perdía le pagaba al otro el sánguche. Ahora los pendejos en el medio de la clase están jugando al palpito o a la ruleta desde el celular… Están enloquecidos.  Yo creo que no va a haber freno para esto porque es todo tan virtual, sin control, y los changuitos siempre van a tener acceso a la tecnología y a los celulares”. 

 

Futuros Caputitos de la timba financiera

Semanas atrás, la Comisión Nacional de Valores (CNV) publicó una resolución que habilita a los mayores de 13 años a realizar toda clase de inversiones en el mercado de capitales. Hasta esta medida, los pre adolescentes sólo podían hacer fondos comunes de inversiones, plazos fijos y billeteras virtuales. Ahora, con la nueva resolución, van a poder comprar Cedears, obligaciones negociables, hacer cauciones, comprar y vender acciones y todo lo que opera en el mercado de capitales; siempre bajo la supervisión de los padres o tutores. En otras palabras, cualquier menor puede desde muy temprano empezar a desarrollar habilidades financieras y convertirse en pichones de Luis Caputo, el actual ministro de Economía. 

“Me parece una barbaridad desde el punto de vista humano porque a esa edad son niños y darle una posibilidad de ese nivel supone un grado de deshumanización. Es una forma de fomentar la idea de que todo se compra y todo se vende; la idea de la especulación y no de la solidaridad. Creo que genera un perfil de conducta que implica generar ganancias de lo que sea. Es propio de lo que plantea el presidente Javier Milei, esa libertad que se pregona es la libertad de mercado y no le importa el ser humano. Es una cuestión filosófica y es todo lo contrario a lo que implica la salud de una persona”, advierte Emilio Mustafá acerca de la medida. 

Por su parte, Martín Landers también considera que esta medida puede traer consecuencias perjudiciales en este contexto de expansión de la ludopatía entre los jóvenes: “Es una noticia preocupante para quienes estamos en el ámbito de la salud mental porque se legitima que un adolescente tenga entre sus intereses el mundo financiero y apueste y juegue. La adolescencia representa una etapa de vulnerabilidad, de cambios hormonales y vinculares; una etapa para definir un proyecto de vida y una identidad, por eso requiere de una atención especial en muchos aspectos. Hay aspectos en los que no se está cuidando a los adolescentes en un momento donde desde el Estado se está proponiendo la baja de la edad de imputabilidad y timba financiera”. 

“A esta decisión la está tomando un organismo financiero sin la intervención de nadie vinculado al ámbito de la salud. Es una decisión tomada con un criterio netamente económico. Esto no surge de la nada, sino que uno nota un creciente interés en la adolescencia por el mundo financiero. Es un momento histórico donde hay una promesa de enriquecimiento económico detrás del juego y de este tipo de especulaciones financieras. Son cuestiones que se vuelven atractivas en un momento donde hay un gran deterioro socioeconómico. Uno quisiera que la preocupación de un niño sea el juego, las artes, el deporte… por eso es preocupante, dentro de este contexto de crisis, que le ofrezcamos estas opciones a los adolescentes”, remarcó Landers.