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"Fue salir del infierno": una madre y su hijo estuvieron más de 70 días presos por cultivar cannabis en Tucumán

Terror en primera persona

Leandro y Eugenia Bringas vivieron un calvario tras las rejas luego de que la policía allanara en su casa plantas de marihuana que se encontraban debidamente registradas: “Me despojaron de mi dignidad”.





Cuando se le pregunta a Leandro Bringas qué fue lo que más extrañó durante los 79 días que estuvo preso, el joven de 23 años responde sin titubear: “Comer en una mesa”. Después de un suspiro ahogado y melancólico, agrega: “junto a mi familia”. En esa celda de nueve metros por tres, que llegó a compartir con otros 27 detenidos –el cálculo da menos de un metro cuadrado por persona-, se comía en el piso y con las manos y se dormía cuando se podía, siempre compartiendo un colchón magro de una plaza. Pero no era ese estado cuasi primitivo al que se había reducido su vida cotidiana lo que más lo atormentó, sino que, a escasos metros de ahí, estaba detenida su madre, Eugenia Bringas, y no sabía nada de ella. Eso y que habían logrado convencerlo de que era un delincuente por haber cultivado cannabis medicinal en su casa. 

“Si el sentido de haber pasado por todo esto era hacerme sentir un criminal, lo lograron… me sentía una bosta de persona. Me angustiaba que consideraran que yo era eso para la sociedad. Que me hayan impuesto esa idea en la cabeza es lo que más me afectó y algo en lo que tengo que pensar y trabajar ahora”, reflexiona Leandro una semana después de haber recuperado su libertad, con el lastre traumático de la experiencia todavía pesándole por dentro como un ancla insondable. “Pensaba que se me había acabado la vida, no sabía cómo iban a tomar la notica quienes me querían, cómo me iban a ver los demás a partir de ahora…Me sentía un criminal”, comenta. 

El periplo de ese suplicio comenzó el 6 de marzo pasadas las 16 en su casa del Barrio Echeverría. Leandro estaba en su habitación y escuchaba música con los auriculares puestos, por eso no se percató cuando los policías patearon el portón. La que llegó asustada con la novedad fue su tía Cecilia: “Vino mi tía desesperada a decime que busque urgente los permisos. Entraron diciendo que buscaban un desarmadero de motos, pero yo en mi vida anduve en moto”. Los permisos son los carnets del Reprocann, el programa que permite a los usuarios medicinales el cultivo de cannabis en el que tanto él como su hermana están registrados. 

Minutos después, había más de diez oficiales revolviendo cada rincón de la casa. Aunque la cantidad de plantas de marihuana que encontraron no excedía el límite establecido por el registro (nueve plantas en floración) y no tenían ninguna prueba de una situación de venta de estupefacientes (habían ido hasta ahí buscando una moto robada), comenzaron con el allanamiento que se extendió hasta las una de la madrugada. “En el acta dice que encontraron 19 plantas, pero la mayoría eran plantines. Teníamos cuatro plantas grandes, pero ninguna estaba en floración. También encontraron 200 gramos de flores que guardábamos de la cosecha anterior, pero ellos contaron un kilo porque pesaron también hojas y ramas secas que había”, denuncia el joven las irregularidades del procedimiento policial. 

“Ellos explícitamente me han dicho ‘estás hasta las manos’ y había un oficial me quería hacer la psicológica, me insistía y quería que le diga que vendía flores. La verdad que mi familia y yo usamos el cannabis de forma medicinal. Durante el allanamiento me mostré todo el tiempo dispuesto, les tengo bastante miedo y no quería pelearme con la policía. Lo que más me afectó es que la hayan detenido también a mi mamá cuando yo, de entrada, me hice cargo de que las plantas eran mías y les expliqué que ella no tenía nada que ver. En ningún momento me explicaron por qué se la llevaron conmigo, nunca quedó claro”, explica Leandro. 

“Fue una sensación horrible… Estaba en mi casa y cayeron con órdenes de allanamiento armadas buscando cosas que nunca encontraron: una moto, un desarmadero, armas… Yo estaba tranquila porque entendía que, con el permiso, no nos podían hacer nada por las plantas. Me he sentido avasallada, me preguntaban los canas: ‘¿su hijo en qué anda?’ Ha sido bastante agresiva la situación con la policía. Encima eran todos hombres y no había ninguna agente femenina cuando acá en mi casa somos dos hombres y siete mujeres”, comenta, por su parte, Eugenia, la mamá de Leandro. 

 

Un calvario de 79 días 

A Leandro le faltan rendir diez materias para concluir la carrera de Geografía y entre sus planes estaba el de aprovechar las primeras mesas de exámenes del año para avanzar en el anhelo del título universitario. Nunca imaginó que la cárcel se iba a interponer en esa meta. No lo imaginó al momento del allanamiento y, mucho menos, a medida que fueron pasando los días y, tanto su madre como él, continuaban presos. Cuando los llevaron al edificio de la Digedrop, les habían dicho que sólo los demorarían, pero pasaron cinco días detenidos ahí, cada uno por su lado. Luego, a Leandro lo trasladaron al sector de Contravenciones. Al dictarle la prisión preventiva, desde la Justicia nunca establecieron cuál sería el plazo: “Eso te machaca la cabeza, no tenés ninguna certeza de cuánto tiempo vas a estar ahí”. 

Una de las primeras enseñanzas que Leandro aprendió de los detenidos más viejos fue que ahí dentro, en la celda, no se pide perdón ni gracias. Los modales de afuera no sirven de nada en la lógica del presidio donde rigen otros códigos: “Fui cagado de miedo, no sabía qué me podía pasar ahí… si me iban a robar, a pegar, a apuñalar… Por suerte, estuve rodeado de gente tranquila, caí con gente que me pudo contener y ayudar. Los primeros días que me costaron mucho, pero me pude adaptar para seguir sobreviviendo. Trataba de estar tranquilo, pero la verdad es que el ambiente es muy hostil, es difícil pasar el día a día”. 

Así como tuvo que aprender a convivir en estrecha vecindad con el resto de los detenidos, también le tocó que adaptarse a una forma de vida que parecía primitiva; alejada de los hábitos y costumbres propios de la civilización: “Comer en una mesa, usar cubiertos… es un lujo porque ahí comés con la mano y en el piso como un animal. Usar un inodoro, por ejemplo, parece básico, pero es la gloria. Ahí conocés lo que es el hambre de verdad, te acostumbrás a comer una vez al día. Por suerte, mi familia estaba cerca y me llevaban comida porque ellos te daban un sanguchito así nomás. No podés dormir, con mucha suerte dormís cinco horas seguidas, es casi un milagro”. 

“Cuando entré éramos 19 y hemos llegado a ser 28 los que estábamos detenidos ahí en una celda de nueve metros por tres. Éramos dos por cada colchón de una plaza, el hacinamiento es terrible. Había un montón de enfermedades y a mí me agarró una infección pulmonar. Pasé una semana con fiebre hasta que, gracias a mis abogados, me pudieron llevar al hospital Avellaneda”, relata.

Además de los problemas físicos, durante el tiempo en que estuvo detenido, tuvo que lidiar con cuadros de ansiedad y ataques de pánico que le generó la situación de reclusión: “Me ayudó mucho la fe de cristiana. Entré y me hice muy creyente porque, sin la fe o algún apoyo, me hundía. Tuve varios ataques de pánico ahí en el arresto, los piloteaba cómo podía porque no me podía mostrar así.  Yo tengo problemas de ansiedad y ahí adentro se han profundizado, pensaba que me podía pasar cualquier cosa, todos ahí te hacen la cabeza, la pasás mal”. 

Durante el primer mes Leandro estuvo sin teléfono celular. Sólo podía comunicarse a través de cartas con su madre, que estaba detenida a muy pocos metros, pero no podía ver. Lo que más lo afligía era su situación, que ella tuviera que estar ahí encerrada: “Esa era la peor tortura, era una impotencia gigante la que sentía. No sabía cómo lidiar con la culpa, era muy feo, que se haya tenido que comer todo este garrón, así, de arriba, porque no había ningún motivo para que ella esté ahí”. 

Eugenia tiene su propia hipótesis respecto a porqué la mantuvieron detenida a lo largo de, en su caso, 72 días. “Para mí me llevaron para que Leandro se eche la culpa, jugaron con su psiquis diciendo que yo estaba detenida por culpa de él. Los policías que hicieron el allanamiento no tenían ni idea del Reprocann, es gente que no está capacitada. Nosotros no estábamos fuera de la ley. Si me preguntás, todavía no sé por qué me detuvieron. Ellos sabían que yo no tendría que estar ahí”, comenta la mujer de 44 años. 

“Estábamos a metros separados sin poder vernos. Creo que eso ha sido lo más duro de la experiencia. Soy una mamá que está mucho en contacto con sus hijos, somos muy unidos. He sido madre soltera y la relación con ellos ha sido siempre muy particular. Lo más terrible ha sido no poder ver a mi hijo que estaba detenido por algo que es injusto”, remarca. 

De a poco, Leandro está rehaciendo su vida tal y como era antes de este episodio que aún está tratando de cicatrizar en su psiquis y en su espíritu. Durante su detención, se refugió en los libros y pudo avanzar con el estudio. Al otro día de recuperar la libertad pudo volver a las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras. Volver a compartir la mesa familiar, esperar el 122 que siempre que siempre se demora más de la cuenta y poder abrazarse otra vez a los suyos han cobrado un nuevo sentido para él: “Ahora la libertad es una de las cosas que más voy a valorar el resto de mi vida. Para mí fue como salir del infierno y recuperar una paz muy tranquilizante. Ahí me despojaron de mi libertad y también de mi dignidad… valoro cada pequeña cosa de la vida”. 

El joven no quiere dejar de agradecer a los abogados que lo ayudaron a lo largo de todo este proceso: Patricio Char, Agustina Recalde y Candelaria Hernández. “Han hecho un laburo muy metódico y han movido cielo y tierra para que podamos salir”, remarca. También se siente muy agradecido a las asociaciones civiles y de la comunidad cannábica que lo acompañaron y lo contuvieron. Aunque puede gozar nuevamente de su libertad, la causa continúa su curso y tiene prohibido salir de la provincia. También debe reportarse cada quince días en una comisaría por orden de la Justicia. 

¿Por qué tuvo que padecer todo ese calvario? ¿Qué hizo para que lo consideraran un delincuente? ¿Cómo seguir adelante con el peso de esa culpa que le hicieron sentir? Son preguntas que se continúa haciendo y para la cual todavía no encuentra respuestas: “No tengo idea por qué la vida me hizo esto, no sé por qué me pasó… pensé mucho en Dios, quizás fue una prueba… No sé si ver esto como una política de Estado. Si te puedo decir que ahora tengo mucho miedo de volver a cultivar, pero también siento que sería como rendirnos o admitir que estábamos haciendo algo mal, cuando la realidad es que no fue así. La verdad que me da mucho miedo cada vez que recuerdo como la humillaban a mi abuela, que la hacían desnudarse en la requisa cuando iba a visitarme… No quiero que mi familia pase por eso otra vez”. 

El abogado Patricio Char viene denunciado que detenciones injustificadas como la que sufrieron Leandro y su madre se han vuelto recurrentes en la provincia a partir de noviembre del 2022, cuando comenzó a aplicarse la ley número 9188, conocida como ley de narcomenudeo. Esta nueva legislación faculta a las fuerzas de seguridad provinciales a investigar causas de drogas que antes eran potestad exclusiva de la justicia federal: “Tienen que mostrar que la ley funciona, pero ellos deberían ponerse a investigar. Es tanta la desesperación de mostrar resultados en los medios de comunicación que no importa una lucha genuina contra el narcotráfico y ahí se vulneran muchos derechos porque las fuerzas de seguridad no se han asesorado acerca del cultivo legal de cannabis”. 

Eugenia coincide con el letrado: “Yo nací con la dictadura y nunca creí que mis hijos vivan esto. Cuando nos detuvieron no tuve miedo, pero sí mucha bronca e impotencia. Los policías te dicen ‘vos acá no tenés derecho a nada’. Es terrible escuchar de eso de las personas que deberían estar al servicio de la ciudadanía. Acá hacen todo al revés, te llevan en cana y después investigaban. Me parece que es más una propaganda que otra cosa; es una cacería de brujas contra los cultivadores. Hoy veo que pasa una camioneta de la policía y me alejo del asco que siento”.